Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) acaba de publicar una novela explorando uno de los momentos más angustiosos de la literatura universal y de la Biblia: el sacrificio de Abraham cuando lleva a su hijo Isaac al monte Moriah.

Martín Garzo, Premio Nacional de Narrativa (1994) y Premio Nadal (1999) lo aborda en su nueva novela No hay amor en la muerte (Destino) e insiste en que las grandes historias de la Biblia, por extrañas que suenen, tienen claves para entender al hombre y nunca caducarán. Explica algunas claves en una entrevista en El Norte de Castilla.


La historia tan poderosa y terrible del sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham que nos ha perseguido desde que éramos niños es de las más terribles y oscuras a la hora de tratar de encontrarle un significado.

»Desde que yo era niño ese relato se quedó en mi memoria y volvía de vez en cuando a mí, pidiéndome que me enfrentara a él, que es lo que hago cuando me pongo a escribir un libro; es como un desafío, hay algo que te pide que te aproximes a ello, algo incomprensible, misterioso, y la escritura del libro es tratar de entrar en ese lugar donde eso está pidiendo que hagas algo.

»La historia de Isaac se repitió de muchas maneras a lo largo del tiempo. Recuerdo por ejemplo cuando en la época del franquismo se contaba aquella historia del general Moscardó en el Alcázar de Toledo, que de alguna forma había entregado también a su hijo cuando le pidieron que depusiera ese fuerte, una historia parecida a la de Guzmán el Bueno.

Así lo pinto Caravaggio en su estilo barroco tenebrista



–Me encontré con algo que me dio la clave de cómo afrontar ese tema. Primero me topé con un pequeño texto de Kafka, una parábola que hablaba de Abraham y la resolvía de una manera muy suya, contando que Abraham recibe esa petición de Yahvéh de sacrificar a su hijo y él no se puede oponer a ella pero se las arregla para demorar la ejecución.

»Y después encontré una frase del poeta W. H. Auden que decía que el amor y la verdad deben ir de la mano, pero cuando esto no es posible el amor debe prevalecer. De alguna manera lo que viene a decir es que la literatura es una apuesta del amor, incluso a costa de la verdad. Esto me parece decisivo al hablar del significado de la ficción.


–A partir de las reflexiones anteriores y de una pregunta que justifica el punto de vista desde el que se cuenta la historia, el del hijo: ¿qué pensó Isaac?, ¿qué pasó por su cabeza?, ¿cómo es la relación con su padre después de ese episodio?, nada puede volver a ser igual, obviamente.

»En este libro he querido hablar más allá de todo esto, de la relación que existe entre un padre y su hijo varón, una relación que se ha tocado poco en literatura. Me atrajo la idea de la promesa en la Biblia, cómo los padres transmiten a su hijo primogénito sus deberes y obligaciones. ¿Hasta qué punto un padre tiene derecho a hacer al hijo depositario de sus sueños?


–Mucha gente puede pensar qué tiene que ver con nosotros, que es una historia remotísima y que habla de cosas que no tienen que ver con el hombre actual. Y yo creo que pensar esto es un error; en esos relatos antiguos, eternos, es donde realmente se han planteado las grandes cuestiones que afectan al ser humano y de ahí que volver a contarlo nunca esté de más, sobre todo en un tiempo como el nuestro, que si por algo se caracteriza es por su desmemoria.

»A veces el hombre vive como si hubiera crecido por generación espontánea y ha olvidado todas las generaciones que le han precedido, ha dejado de sentirse criatura y se siente el creador de las cosas y dueño del mundo. Que es lo que pasa en el terreno político, con este capitalismo desaforado y terrible, ese neoliberalismo sin sentido que está arruinando el mundo.

»El hombre se siente poderoso y dueño de las cosas y no tiene que dar cuenta a nadie de lo que hace salvo a su propia cuenta corriente. Y esta confusión entre el creador y la criatura condiciona el momento actual. Eso hace que esas viejas historias sigan teniendo muchas cosas que decirnos y por tanto no está de más revisitarlas y tratar de aproximarnos a las preguntas y al misterio que guardan.


El escritor Gustavo Martín Garzo, Premio Nadal 1999


–Los textos bíblicos, en un mundo como el nuestro, de tradición católica, han sido el libro esencial, que sostiene lo real. Esas historias nos han acompañado desde que éramos pequeños, porque es verdad que los católicos nunca han leído demasiado la Biblia, pero sin embargo nos han acompañado las historias de Adán y Eva, de Caín y Abel, de Noé..., en fin, todo eso te lo contaban una y otra vez en el colegio, en casa, en la iglesia, en el cine.

»Además, te las contaban como si fueran historias que habían sucedido de verdad y de alguna forma estaban en el origen de las cosas y contenían la explicación de todo lo que había pasado. Es muy poderoso todo eso. De alguna forma lo que hay en esos relatos está también en la mitología griega, que aparece mucho en mis libros. Mi obra al final tiene muy presente el mundo del relato, pero reclamo ese mundo no como una especie de atavismo o como algo folclórico, sino como algo necesario porque contiene la explicación de muchas cosas.

»Faulkner tenía la Biblia encima de la mesilla de noche y por eso escribía lo que escribía, porque en ella hay muchísima oscuridad, dolor, locura, que en el fondo es lo que hay en la vida del hombre.


–Lo bueno que tienen estos relatos antiguos es que están llenos de vacíos que hay que llenar y dan la opción de inventar. Si cuentas una historia es para fantasear con ella, siendo, eso sí, fiel a ella; puedes tomarte un montón de libertades siempre y cuando no traiciones la historia que estás contando; ese es el límite. Ese núcleo que es Abraham en el monte con su hijo, esa escena es intocable porque ahí está todo, pero alrededor de eso hay un sinfín de cosas y ahí está la vida.

(La entrevista íntegra, con más reflexiones literarias no bíblicas, aquí)