Cuando era niño un poema enmarcado presidía la pequeña cama plegable. Y como rezaba de rodillas sobre el colchón, cuando terminaba mis oraciones siempre leía el poema. Era este:

A ti, fiel camarada, que padeces
el cerco del olvido atormentado;
a ti que gimes sin oír al lado
aquella voz segura de otras veces:

te envío mi dolor. Si desfalleces
del acoso de todos, y cansado
 ves tu afán como un verso malogrado:
bebamos juntos en las mismas heces.

En tu propio solar, quedaste fuera,
del orbe de tus sueños hacen criba.
Pero, allí donde estés, cree y espera.

El cielo es limpio y en sus bordes liba
claros vinos del alba, primavera.
Pon arriba tus ojos, siempre arriba.

Se titula Envío y lo escribió el poeta falangista Angel María Pascual. Hoy, sesenta años después, he intuido que no solo se refiere a José Antonio, a los camaradas ausentes, al amigo muerto: es un poema que habla de Cristo, directamente. Permitan alguna licencia que rompe la rima y la composición, pero quiero que lo lean despacio. Y que recen con él.

A ti, fiel Jesucristo, que padeces
el cerco del olvido atormentado;
a ti que gimes sin oír al lado
aquella Voz segura de otras veces:

te envío mi dolor. Si desfalleces
del acoso de todos, y cansado
 ves tu afán como un verso malogrado:
bebamos juntos en las mismas heces.

En tu propio solar, quedaste fuera,
del orbe de tus sueños hacen criba.
Pero aquí, donde estamos, Te creemos y esperamos.

El Cielo es limpio y en sus bordes liba
claros vinos del alba, primavera.
Pon Arriba tus ojos, siempre Arriba.