El mal espíritu suscita preguntas que no tienen respuesta para desasosegarnos. El buen Espíritu nos invita a dejar todo juicio y conocimiento en manos de Dios.

El mal espíritu nos seduce para que miremos al pasado con tristeza. El buen Espíritu nos invita a dejar el pasado en la Misericordia de Dios.

El mal espíritu nos seduce para que miremos al futuro con miedo. El buen Espíritu nos invita a dejar el futuro en la Providencia de Dios.

El mal espíritu nos seduce para no vivamos el presente, sino que lamentemos el pasado o temamos el futuro. El buen Espíritu nos invita a vivir el presente en el agradecimiento.

El mal espíritu conoce nuestro nombre, pero nos llama por nuestro pecado. El buen Espíritu conoce nuestro pecado, pero nos llama por nuestro nombre.

El mal espíritu nos seduce para que caigamos en la desesperanza, haciéndonos pensar que Dios se cansa de perdonarnos. El buen Espíritu nos invita a abrazar la esperanza sabiendo que la Misericordia de Dios es eterna.

El mal espíritu nos hace dudar de la bondad y la eficacia de nuestras obras. El buen Espíritu nos invita a dejar todo fruto bueno en las manos de Dios.

El mal espíritu nos seduce para que nos comparemos con los demás y así caigamos en la soberbia, en la envidia o en la tristeza. El buen Espíritu nos invita a acoger y aceptar lo que somos con humildad, agradecimiento y alegría.

El mal espíritu nos seduce para que caigamos en la autojustificación. En buen Espíritu nos invita a reconocer con humildad nuestros límites y pecados.

El mal espíritu es el padre de la mentira, que nos seduce con malos pensamientos y propósitos en lo oculto de nuestra mente y nos impide mirarlos de frente hasta que los realizamos. El buen Espíritu es el Espíritu de la verdad, que nos invita a poner bajo su luz todos nuestros pensamientos y propósitos y nos ayuda a mirarlos de frente con franqueza.

El mal espíritu nos seduce para que nos miremos a nosotros mismos, sea para provocar jactancia y tristeza. El buen Espíritu nos invita para, saliendo de nosotros mismos, miremos a Dios para que tengamos humildad y alegría.