Sin entrar, esta vez, en el análisis ético sobre la conveniencia de trascender la responsabilidad puramente personal de los actos y pedir perdón por los pecados que han cometido otros, por muy vinculados que estén al que pide perdón en su nombre (puede pinchar aquí si le interesa el tema), trátase hoy únicamente de analizar los hechos que han llevado al Papa Francisco a realizar un vuelo a Canadá al solo objeto de pedir perdón, una vez más, por la evangelización de América... Y van por lo menos tres.

             Como señala mi compañero en este medio P.J.G., todo comienza cuando “en mayo y junio de 2021 la prensa canadiense y mundial anunció que se habían descubierto ‘fosas masivas’ y ‘fosas comunes sin marcar’ o ‘tumbas sin marcar’ en antiguas escuelas residenciales de Canadá […] Pero en realidad eran solo sospechas a partir de un georradar que detecta irregularidades en el terreno (pueden ser rocas, raíces, cualquier cosa”. Y lo más curioso de todo: “Ha pasado un año y nadie ha excavado, no se ha detectado ningún cadáver, ningún forense ha descubierto un cuerpo, no hay resto de ninguna fosa”.

             Todo lo cual no es óbice para que en el curso de todo este tiempo, sin nada investigado, sin nada probado, ¡sin ningún conocimiento en realidad!, hasta sesenta iglesias canadienses hayan sido víctimas de ataques, -una veintena incluso quemadas-, por los activistas de rigor en estos casos, que bien me gustaría saber quién los paga. Y hasta para que todo un Papa se desplace al lugar de los hechos a pedir perdón, aunque aún no sepa todavía muy bien “de qué” o “por qué”.

             A la espera de que la investigación, por fin, ¡no digo que finalice, sino que comience! y empecemos a saber efectivamente de qué estamos hablando, lo que sí podemos es conocer algo mejor el contexto en el que los hechos se desenvolvieron.

             Y todo empieza cuando en 1867 Canadá se independiza del Reino Unido de la manera especial en que lo hace, pues efectivamente, mantendrá siempre una sumisión nominal y simbólica a la monarquía británica, hasta el punto de que incluso al día de hoy, la Reina de Inglaterra sigue siendo el Jefe del Estado del país.

             La primera decisión que toma el primer premier que se otorgan los canadienses, John Alexander McDonald, -que lo será en nada menos que seis mandatos, escocés de nacimiento, protestante y masón1-, es la política de asimilación forzosa de los indígenas, tan importante para él que, además de Primer Ministro de su Gobierno, reserva para sí la cartera del Ministerio de Asuntos Indígenas. El instrumento principal para implementar dicha política serán las hambrunas planificadas, algo de lo que nos da buena cuenta James Daschuk en su obra, “When Canada Used Hunger to Clear the West.” de elocuente título, pues significa "Cuando Canadá usó el hambre para "despejar" el oeste".

             “La clave para preparar la provincia de Saskatchewan fue el sometimiento y el desplazamiento forzoso de comunidades indígenas de sus territorios tradicionales,  básicamente mediante la limpieza de las llanuras de los pueblos aborígenes para dar paso a la construcción del ferrocarril. A pesar de las garantías de ayudas para alimentación en tiempos de hambruna expresados en el Tratado número 6, los oficiales canadienses usaron la comida, o más bien la denegación de comida, como medio para depurar étnicamente una vasta región desde Regina hasta la frontera de Alberta, a medida que el Ferrocarril Canadiense del Pacífico avanzaba. Durante años, los oficiales del Gobierno denegaron la comida a los pueblos aborígenes hasta que se desplazaron a las reservas señaladas […] Una vez en las reservas, la comida les era racionada en modo tal, que mucha de ella se podría. Mientras la gente a la que debía alimentar caía en un ciclo de décadas de malnutrición, pérdida de inmunidad y enfermedades como la tuberculosis y otras. Murieron por miles.

             Y junto a las hambrunas planificadas, otros instrumentos como la fundación de reservas para indígenas al modo de las creadas en los Estados Unidos, la reubicación de indios, la separación de familias y de clanes, la expropiación de tierras, y también, para cuanto tiene que ver con los niños, el que se dará en llamar “Canadian Indian Residencial School System” (Sistema canadiense de escuelas residenciales para indios). Un sistema educativo vigente hasta 1997 y por el que, según parece, han podido pasar hasta 150.000 niños indígenas, niños que son literalmente arrancados a la fuerza de sus familias.

             En 1876, el segundo premier de la historia de Canadá, Alexander Mackenzie, que lo es entre 1873 y 1878, también escocés de nacimiento, también protestante (aunque "stonemason" [picapedrero] de profesión, parece que masón no era), para la suficiente claridad del sistema legal sobre el tema, funde todas las leyes de su predecesor en la que da en llamar la “Indian Act” (Ley de Indios), vigente, aunque reformada, hasta el día de hoy.

             Duncan Campbell Scott, miembro del Departamento de Asuntos Indígenas entre 1913 y 1932, resume en unas líneas la intencionalidad de las políticas que se implementan con esas leyes:

             “Quiero librarme de una vez del “problema indígena”. No creo de hecho, que este país tenga que proteger continuamente a toda una clase de personas que pueden valerse por sí mismos. […] Nuestro objetivo es perseverar hasta que no quede un solo indio en Canadá que no haya sido absorbido en el cuerpo político [sic “political body”], y no haya “cuestión india”, y ningún departamento de indígenas, objetivo final de esta ley”. 2

             Esto no son palabras, ni de la Iglesia Católica, ni de ninguna Iglesia presente en el Canadá. Esto son palabras de un representante del Gobierno canadiense.

             El instrumento clave para conseguir la “finalización de la cuestión india” a que se refiere Duncan Campbell Scott será, como ya se ha dicho, el “Canadian Indian Residencial School System” (Sistema canadiense de escuelas residenciales para indios). Hector Langevin, ministro de Obras Públicas en 1883, explica en qué consiste:

             “De cara a educar a los niños adecuadamente, debemos separarlos de sus familias. Algunas personas podrán alegar que esto es duro, pero si queremos civilizarlos debemos hacerlo”.3

             "¡Separarlos de sus familias!" Una vez más, esto no son palabras ni de la Iglesia Católica, ni de ninguna Iglesia presente en el Canadá. Esto son palabras de un representante del Gobierno canadiense.

             Y bien, ¿quién gestiona estas escuelas? “Si bien estas instituciones no eran en sus inicios dirigidas por el gobierno federal, tras la fundación de la Confederación Canadiense se decidió que la educación de la población aborigen quedara al cargo de éste […]. Esto, por tanto, contrastaba con la educación del resto de canadienses, que quedaba bajo la jurisdicción de los gobiernos provinciales pertinentes”.4

             A pedido del primer ministro (y ministro de Asuntos Indígenas, no se olvide), John A. MacDonald, en 1879 el periodista irlandés implicado en el establecimiento del sistema, Nicholas Flood Davin, escribe el “Report on Industrial Schools for Indians and Half-Breeds” (“Informe sobre escuelas industriales para indios y mestizos”), el cual establece la obligatoriedad de asistencia a las escuelas para los niños indígenas, y lo que es más importante, provee el sistema de financiación pública de las mismas. Se trata, pues, -y esto es muy importante- de un sistema de educación pública gestionado y financiado por el Estado. Sistema que, por cierto, se basará en el modelo de escuela residencial para nativos ideado en 1879 en Carlisle, Pensilvania, es decir, en los Estados Unidos5.

             El sistema ideado, organizado y financiado por el Gobierno, -esto es importante, es el Gobierno Canadiense, gestionado por escoceses protestantes y uno de ellos masón (por cierto, ¿ha pedido la masonería perdón por los hechos que comentamos?)- es encomendado a una serie de instituciones, que naturalmente, lo gestionan, faltaría más: al fin y al cabo se trata de alojar y de proveer manutención y educación a unos niños, casi todos en régimen de internado, que de otra manera, sabe Dios cual habría sido su destino. No hay nada de malo en ello… ¿o acaso habría sido más humanitario que todas esas instituciones, algunas católicas, otras no, se hubieran negado a gestionar lo que se les encargaba? 

             Lo cierto es que esas instituciones que lo único que hicieron es, precisamente, escolarizar a los niños –es decir, no participaron en el resto del programa de adaptación de indios ideado por el Gobierno y del que ya hemos hablado– llegan a ser hasta ochenta, 44 pertenecen de una manera o de otra a la Iglesia Católica -al fin y al cabo su presencia en un país colonizado inicialmente por los franceses sigue siendo intensa- 21 a la Iglesia Anglicana de Canadá, 13 a la Iglesia Unida de Canadá, y 2 a los presbiterianos 6. Me pregunto que estaríamos diciendo ahora si la Iglesia, si las distintas iglesias en realidad, se hubieran negado a albergar y escolarizar a esos niños.

             Y sí, efectivamente, en esas escuelas gestionadas, como vemos, por diversos grupos religiosos, la mortandad será grande. Y cuando hablamos de mortandad no hablamos de asesinatos, hablamos de mortandad. Una mortandad directamente relacionada con las condiciones higiénico-sanitarias y alimenticias existentes en las mismas. Y que con toda seguridad, no afectó sólo a los niños internos en los centros, sino también a todo su personal, a saber, maestros, trabajadores, directores, sacerdotes, etc.

             Esta actividad, lógicamente, necesitaba de una financiación, y la financiación la proveía el Gobierno canadiense. Quiere decirse que si la financiación hubiera sido más generosa, los maestros habrían sido más, la alimentación mejor, las condiciones de vida más salubres... Pero la financiación fue escasa, sumamente escasa, premeditadamente escasa.

             En 1907 el doctor Peter Bryce, a requerimiento del Gobierno, emite un informe titulado “The Story of a National Crime” (“La historia de un crimen nacional). En dicho informe Bryce, “estimaba que el 24% de los alumnos que entraban en estas escuelas fallecían a causa de la tuberculosis, fruto de las condiciones de insalubridad de estos centros y la falta de personal sanitario suficiente”, y a pesar de que proponía “diversas mejoras para paliar esta situación trágica, éstas fueron mayormente ignoradas por las autoridades” 7 El informe, de hecho, será ocultado hasta 1922, es decir, quince enteros años.

             Dicho todo lo cual, ¿le parece a Vd. que de verdad puede hablarse de algún tipo de responsabilidad por parte de las diversas comunidades religiosas que participaron en un sistema como el “Canadian Indian Residencial School System” organizado por el Gobierno canadiense y sólo por el Gobierno canadiense? ¿No sería más cierto afirmar que no sólo esas instituciones no fueron cómplices del hipotético genocidio del que ahora se habla, sino que incluso podrían ser contadas entre las víctimas del mismo?

             Finalmente, un hecho se constituye en la prueba del algodón de todo el sistema canadiense para tratar “la cuestión indígena”: la estructura demográfica resultante de él, con una minoría indígena canadiense que apenas alcanza un 4% de la población total, y lo que es aún más significativo, un exiguo 1% de mestizaje. Cifras que, por cierto, aún son de alabar, si las comparamos con las del todopoderoso vecino meridional, los Estados Unidos de Norteamérica, donde el índice de indios puros apenas supera un 1% de la población, y donde el mestizaje es prácticamente inexistente. De comparar, por cierto, con las que son producto de la colonización española, con estructuras demográficas como la mejicana (20% de indios puros y aún más revelador, 70% de mestizaje), la boliviana (54% de indios puros, 32% de mestizaje), la paraguaya (75% de mestizaje),  o la ecuatoriana, (6,5% de indios puros, 65% de mestizaje), por poner tan solo algunos ejemplos significativos. Países, todos ellos, donde la presencia española superó los dos siglos y medio, tres completos en el caso de Méjico, más del doble, por lo tanto, de lo alcanzado por franceses o anglosajones en el mismo continente.

             Pero los culpables de ello no son los que, con los pocos fondos de los que disponían, hicieron lo que pudieron hacer, no, sino los que pergeñaron el sistema, no lo dotaron con los medios con los que debieron hacerlo y lo acompañaron con otras medidas tan inhumanas o más: confinamiento en reservas, desplazamientos forzados, separación de familias y de clanes, expropiaciones injustas, etc. etc.

             Que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.

 

 

            ©Luis Antequera

 

 

 

            1Macdonald was a Freemason, initiated in 1844 at St. John’s Lodge No. 5 in Kingston. In 1868, he was named by the United Grand Lodge of England as its Grand Representative near the Grand Lodge of Canada (in Ontario) and the rank of Past Grand Senior Warden conferred upon him.

             2MCDOUGALL, Robert L. “Duncan Campbell Scott”. The Canadian Encyclopedia [en línea]. Disponible en: https://bit.ly/3aiUd3K [Consulta: 31 marzo 2021

             3TRUTH AND RECONCILIATION COMMISSION OF CANADA. They Came for the Children: Canada, Aboriginal Peoples, and Residential Schools [en línea]. Winnipeg: Government of Canada Publications, 2012. [Consulta: 7 abril 2021]. Disponible en: https://bit.ly/3tjChNM p. 5

                    4https://repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/22370/RomanoGaldoAna.pdf?sequence=1

             5MACDONALD, David B.; HUDSON, Graham. “The Genocide Question and Indian Residential Schools in Canada”. Canadian Journal of Political Science / Revue canadienne de science politique [en línea], 45/2 (2012) pp. 427-449. [Consulta: 20 abril 2021]. Disponible en: https://doi.org/10.1017/s000842391200039x p. 431.

            6 Datos extraidos de la Wikipedia, que, a su vez, se remite a la obra “Canada’s Residential Schools: The History, Part 1 Origins to 1939: Final Report of the Truth and Reconciliation Commission of Canada Volume 1 (PDF). Truth and Reconciliation Commission of Canada. 2015”.

                    7https://repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/22370/RomanoGaldoAna.pdf?sequence=1

  

            Mi especial agradecimiento a Ana Romano Galdó, autora del excelente trabajo titulado “Canadá frente al espejo de la Historia: La tragedia tras el intento de aculturación de las poblaciones aborígenes”, que tantos datos me ha aportado para poder escribir este artículo.