La noticia, el sábado (fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro), de la muerte de la periodista de raza Eva Galvache Gómez ha traído a mi mente tantos recuerdos. Y sobre todo el que hemos leído repetidamente en todos los digitales que hablan sobre su muerte: su sonrisa. Cristina López ha hilvanado más finamente para titular de su obituario: Caricia de inteligencia, carácter y belleza. Luego os copio su artículo.

Yo entré en COPE haciendo la programación religiosa en Talavera, junto a Ricardo Mena, un sacerdote extraordinario que también falleció de cáncer, y con Juan Antonio Silva, un compañero de promoción. Era el 27 de octubre de 1996. Todavía conservo las escaletas de aquellos primeros programas... ¡¡¡sobrevivíamos sin internet!!! ¡Qué tiempos! ¡Cuántos recuerdo con Alfredo Simón, nuestro técnico!

Cuando comenzamos nosotros, como puros pardillos, estaba en COPE el querido y recordado padre José Luis Gago, OP (1934-2012).

http://frayjoseluisgago.com/el-dominico/73-el-dominico

En la COPE Gago lo fue todo -fundador y director de la cadena radiofónica- y director de Pueblo de Dios entre 1992 y 1999, periodo en el que simultaneó el trabajo en la radio, como responsable del área religiosa de la COPE, y en TVE.

De su mano inicié un aventura increíble (acompañado, ya entonces, por las monjas de la Orden de Hijas de María Nuestra Señora, del Colegio Compañía de María de Talavera de la Reina [Toledo], con el excelente coro que siempre han tenido) la retransmisión para el territorio nacional de la misa de 9 del domingo. La primera misa fue el 7 de junio de 1998. La última el 14 de septiembre de 2003. Empecé, como digo, con el padre Gago y terminé siendo director de la programación socio-religiosa José Luis Restán. ¡Cinco años llenos de recuerdos!

Y siempre cuando iba a COPE Madrid, en Alfonso XI, tras pasar seguridad, al doblar la puerta de entrada, a mano izquierda en sus mesas estaban Faustino Catalina, Eva Galvache y los demás... Restán en su despacho... Y siempre: Eva y su sonrisa acogedora. Entonces tendría 35 primaveras...

En aquel último domingo en COPE me despedí de los radioyentes con una famosa oración irlandesa. Hasta que volvamos a vernos... en la Eternidad, Dios lo quiera.

Que el camino venga a tu encuentro,

que el viento sople siempre a tu espalda,

que el sol te caliente la cara,

que la lluvia caiga con suavidad sobre tus campos.

Y hasta que volvamos a vernos

que Dios te sostenga en la palma de su mano.

Hoy ofreceré la Santa Misa por el alma de Eva. En la solemnidad de San Pedro y San Pablo, para una periodista que dedicó su vida a la información de la Iglesia, es un día único. Descanse en paz... y leed a Cristina lo que escribió ayer.

Caricia de inteligencia, carácter y belleza

Y mientras el verano se desliza lentamente en nuestras vidas a mí se me va la memoria a una chica rubia, de larga melena y figura alta y elegante que conocí al principio de mi carrera profesional cuando coincidimos en las ruedas de prensa. Con apenas 57 años se nos murió ayer, a la hora del ángelus de un sábado, Eva Galvache, que se sentaba a mi lado en la redacción de Cope.

La chica aquella maduró, se casó, tuvo tres hijos y trabajó con inteligencia y exactitud durante más de treinta años. Recibió hace una década la noticia de un cáncer de mama y combatió la enfermedad con valentía. Creo que no me equivoco si digo -su madre y su marido, Álvaro, me lo corroborarán- que Eva ha sido una mujer feliz. Con muchas cosas que otros nunca saborean. El amor conyugal largo, la maternidad apasionada por sus tres hijos maravillosos y una profesión vocacional, que no dejó de darle disgustos, como a todos, pero en la que sirvió a la información y a la Iglesia que amaba. De una familia profundamente católica, con una clase antigua, de cristiano de a pie, Eva y su madre estuvieron, por ejemplo, con la mano tendida a los más pobres a través de Cáritas.

El cáncer volvió y si Eva no se ha muerto antes en estos años últimos ha sido por sus hijos, porque se aferró a la vida para sacarlos adelante y dejarlos colocados en la existencia antes de marcharse. Y lo ha conseguido. Dos hombres y una mujer de bien. Y un marido enamorado que recorrerá con una herida la Cartagena modernista de Eva, su ciudad amada, y el Cabo de Palos, pero que sabrá que eligió bien, que conquistó –porque a mí me lo confesó ella- al amor de su vida.

Se ha ido Eva, guapa y joven, y tú oyente, que tal vez no la conozcas, sí sabes cómo duele el zarpazo de la muerte y, en la confianza que te tenemos, nos apoyamos en ti esta mañana de domingo para contarte nuestras penas y pedirte un instante de silencio.

Los hombres olvidamos pronto, demasiado pronto. Llegará el lunes y rodará la vida y parecerá que no ha pasado nada. Pero sí ha pasado. Ha habido, de nuevo, una presencia buena en nuestras pequeñas y rápidas vidas, una caricia de inteligencia y honestidad, de carácter y belleza.

Necesitamos renacer. No sólo Eva, cada uno de nosotros necesita ser rescatado del tedio, la rutina, las jornadas que se saben al dedillo antes de comenzar. De las pequeñas y grandes derrotas. Caricias de hermosura como Eva son una presencia imprevista e inmerecida que consiguen hacer florecer la existencia.

Necesitamos renacer. Después de esta batalla y de otras y de todas. Cada día lo necesitamos, también el domingo, al atardecer, cuando se sienten esas extrañas punzadas en el estómago.

La batalla se libra en lo más hondo. Consiste en ser capaces de mirarnos al espejo. Reconocer el deseo de renacer que nos constituye. La enfermedad y la muerte obligan a parar, a dejar de correr como conejos. A preguntarnos ciertas cosas que no están de moda. ¡Los hombres olvidamos tan pronto todo!

¿Acaso pueden un hombre viejo, una mujer vieja, nacer de nuevo? Quizá sí. Si ocurre algo inesperado. Necesitamos renacer. De la nada, de nuestras cenizas.

Qué respiro, esas cenizas rescatadas.

En 2014 recibió junto a Faustino Catalina el premio ¡Bravo! de radio, de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social.