DUEÑO DE NADA 

«Yo» y «mí» dialogan con demasiada asiduidad.
-Friedrich Nietzsche-                                                                                   

      La sentencia evangélica: «Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt. 16,25), nos confirma a diario que el afán de posesión nos aleja del encuentro, de la verdadera amistad, y nos esteriliza espiritualmente. 

         El malagueño Manuel Altolaguirre Bolín fue un poeta, guionista y cineasta español que nos dejó escrito esto del egoísmo: 

Era dueño de sí, dueño de nada.
Como no era de Dios ni de los hombres,
nunca jinete fue de la blancura,
ni nadador, ni águila.
Su tierra estéril nunca los frondosos
de los verdores consintió de una alegría,
ni los negros plumajes angustiosos.
Era dueño de sí, dueño de nada.

          Vivir es hacer vivir. Hay que crear otras felicidades para ser feliz. Hay que regalar mucho para estar lleno. El amor crece en la medida en que se da. En cambio, ¡qué infecundo es nuestro egoísmo!; nada producimos cuando nos encerramos en nosotros mismos, nos convertimos en un erial.

         El diplomático y poeta francés Paul Claudel hablaba, con frase tremenda pero certísima, de «la quietud incestuosa de la criatura replegada sobre sí misma».

         Sí, el egoísmo es infecundo y es cegador porque produce un placer tan transitorio, tan breve, tan inútil... Pero, por otro lado, ¡está tan dentro de nosotros! Solo un alma muy despierta no rueda por esa cuesta abajo, tan cómoda de bajar.

         Incluso, con frecuencia, se disfraza de amor. Esto sucede cuando «usamos» al amado o la cosa amada para nuestro personal regocijo, cuando creemos amar, pero atrapamos, cuando queremos «para» ser queridos, cuando convertimos el ser amado o la vocación amada en un espejo donde nos vemos a nosotros mismos multiplicados.

           En realidad, el egoísmo es lo contrario del verdadero amor, ya que este nos hace salir de nosotros mismos y nos hace darnos a lo que amamos transformándonos en la cosa amada; en cambio, el egoísmo nos tiene como centro de todas las cosas a nosotros mismos y hacemos que todo convenga para lo que nosotros queremos; por eso el egoísta no se sale de sí mismo, sino que todo lo que hace es para buscar su propio interés.

          Como me comentaba irónicamente un amigo: «"Yo" es una palabra demasiado pequeña para contener nuestro egoísmo, que es tan grande».

         Es tan reduccionista y miope el egoísmo, que se cree el centro del universo cuando en realidad no es dueño de nada.