Bajo la protección y el cariño de la Virgen Madre, los apóstoles y discípulos e reunieron en oración para esperar la venida del Espíritu, según la promesa de Jesús. La oración como apertura al don de Dios es necesaria para vivir la fe en Cristo Resucitado. Allí fueron sorprendidos por la acción de Dios. “Es una irrupción que que no tolera lo cerrado: abre de par en par las puertas a través de las fuerzas de un viento que recuerda el ruah , el aliento primordial, y cumple la promesa de la fuerza hecha por el Resucitado antes de su despedida. De repente viene desde el cielo <<un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraba>>. Al viento, después se agrega el fuego que recuerda al arbusto ardiente y el Sinaí con el don de las diez palabras. En la tradición bíblica, el fuego acompaña a la manifestación de Dios…

  La iglesia nace, pues, del fuego del amor y de un <<incendio>> que se propaga en Pentecostés y que manifiesta la fuerza del resucitado imbuida del espíritu santo. La alianza nuev y definitiva ya no se funda en una ley escrita en tablas de piedra, sino en la acción del Espíritu de Dios que hace nueva todas las cosas y se graba en corazones de carne”.

   Desde aquel momento la palabra de los apóstoles se llena de poder. Como en una traducción simultánea es entendida por todos los judíos piadosos pertenecientes al mundo entonces conocido. Como estaba impregnada de amor y de verdad es entendida por todos. La maravilla es tan grande que algunos piensan que están borrachos.

   “El Espíritu Santo no solo se manifiesta a través de una sinfonía de sonidos que une y compone armónicamente las diferencias, sino que se presenta como el Director de la orquesta que interpreta la partitura de alabanzas de las <<grandes obras>> de Dios. El espíritu Santo es el artífice de la comunión, el artista de la reconciliación que sabe eliminar barreras entre los judíos y los griegos entre los esclavos y los libres, para formar un solo cuerpo. Él edifica la comunidad de los creyentes armonizando la unidad del cuerpo y la multiplicidad de los miembros. Hace que la Iglesia crezca ayudándola a ir más allá de los límites humanos, de los pecados y de cualquier escándalo”.

    Desde aquel momento la palabra de los apóstoles se llena de poder, como en una traducción simultánea es entendida por todos los judíos piadosos, pertenecientes al mundo entonces conocido. Como estaba impregnada de amor y verdad era entendida por todos. La maravilla es tan grande, que algunos los toman por borrachos. San pedro les recuerda la profecía de Joel. El Espíritu Santo se derramará sin medida.

    “A partir de entonces, desde aquel momento, el Espíritu de Dios mueve los corazones para recibir la salvación que pasa por una persona, Jesucristo, aquel a quien los hombres clavaron en el madero de la cruz y a quien Dios resucitó de entre los muertos <<liberándole de los dolores del Hades>>. Es Él que derramó ese Espíritu que orquesta la polifonía de alabanza y que todos pueden escuchar. Como decía Benedicto XVI, <<Pentecostés es esto: Jesús, y mediante Él Dios mismo, viene a nosotros y nos atrae dentro de sí>>. El Espíritu actúa la atracción divina: Dios nos seduce con su Amor y así nos involucra para mover la historia e iniciar procesos a través de los cuales se filtra la vida nueva. En efecto, solo el Espíritu de Dios tiene el poder de humanizar y fraternizar todo contexto, a partir de aquellos que lo reciben”.