Queridos lectores:

He decidido dejar las redes sociales. No eliminaré mis cuentas, porque las decisiones hay que madurarlas y tomarse un tiempo para meditarlas. Pero sí que voy a reducir radicalmente mi actividad.

Radicalmente… Este es mi pecado: ser un radical. No se puede ser radical. Porque es difícil mantener siempre la coherencia en la radicalidad. San Pedro era una radical que pasó de cortar la oreja de un guardia con la espada, a la cobardía suprema de negar a Cristo tres veces ante una sirvienta. Y es que, en el fondo, los bocazas somos cobardes.

Es cierto que me han alterado las contínuas provocaciones y blasfemias contra Nuestro Señor y nuestra Santa Fe Católica. Sin embargo, es igualmente cierto que hay que vencer al mal con abundancia de bien. Y que debemos amar a los enemigos. Amar a los enemigos es un mandato tan absurdo para la naturaleza humana que solo puede ser verdad que Cristo –Dios- lo dijese.

Amar a los enemigos es imposible sin la Gracia. Lo que a uno le sale naturalmente es insultar, vengarse y ofender. Lo que a uno le sale es la violencia.

Y aunque uno de la cara en las redes sociales y no se esconda, siempre cuenta con esa distancia protectora. Y ofende. Y pierde la paz. “No pierda usted la paz ni siquiera por el pecado”, me aconsejó hace años el sabio monje Altisent.

Pero uno es como es y se conoce un poco, solo un poco. Y es mejor que lo deje. La moderación y la templanza son grandes virtudes. Y son grandes virtudes que, lo reconozco, me cuestan mucho. Soy de todo o nada.

Y, en este caso, mejor nada.

En cuanto al blog, no sé si seguiré. Tengo mucho que leer. Y tienen ustedes muchos autores que leer antes que a este viejo vaquero explosivo. Lean a Bloy, a Peguy, a Frossard, a Tolkien, a Chesterton, a Cervantes, a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz, a Balmes, a Donoso, a Maeztu, a los Machado, a Lope, a Calderón,… Lean a De Prada, a Méndez-Monasterio, a De Diego, a Esparza, a Carlos Esteban, a Javier Paredes, a Ignacio Peyró, a José Mª Esquirol, a Benson, a García Serrano, a Luis Suárez, a Pemán, a Vintila Horia, a Gheorghiu, a Catalina Emmerich, a Sigrid Undset,… Hay tantos.

Uno tiene que conocer sus límites y sus carencias. Uno tiene que ser humilde, manso y pacífico.

Les agradezco su atención y su cariño. Y espero que lo entiendan.

Este pitillo y el vaso de vino van por ustedes.

 

Post Scriptum: lean también a todos los autores de este diario. Son excelentes.