Nazaret, en-Nasirah, como la llaman los árabes, corresponde a flor, al decir de los etimologistas, y lo es efectivamente, no sólo porque allí se abrió la que brotará por virtud divina "de la raíz de Jesé", sino porque todo el remanso en que la ciudad se asienta es fronda y jardín florecido de cactus, anémonas, granados, olivos, higueras y cipreses. Es azul paisaje como sonrisa de niño, de Niño Jesús. Algo y aun algos lo deforman los modernismos constructivos civiles y religiosos también; pero la profanidad invasora se encuentra allí desplazada, fuera de su sitio. El "color local" de Nazaret no es el hechizo melancólico, sensual y perezoso de otras ciudades de Oriente; la atracción que aprisiona, el gusto de vivir que aquí se experimenta es cosa distinta, tiene índole más noble y elevada. ¿Por qué no estamos más tiempo?, dicen siempre a la hora de marchar los peregrinos.
 
Breve parada por razones de alojamiento y aseo en la Casa Nova, donde nos reciben los padres franciscanos, y más que a prisa, a la iglesia de la Nutrición o Casa de San José. Hemos omitido la descripción de estas notas del diario, porque cualquiera de las mil y una guías proporcionan detalles y referencias. Lo material y sensible apenas merece especial señalamiento. Superposición de construcciones y estilos -iglesias de los siglos II y VI, otra que vino a reemplazarlas, aprovechando elementos que no destruyeron guerras y persecuciones, en tiempos de los cruzados, y más tarde la que edificó la custodia franciscana-. Todas sobre las habitaciones, excavadas en la roca, donde moró la Sagrada Familia. Lo que aquí maravilla y emociona hasta anonadar, es el misterio de amor divino y humano, juntamente, que presenciaron estos viejos muros.
 
Uno quiere vivir aquí el inefable dramatismo de aquella escena, cuando, efectuados ya los esponsales entre María y José, a base de recíproca castidad, las señales del imprevisto alumbramiento estremecen y desorientan al "varón justo". Va a formalizarse el matrimonio. La Virgen desposada espera en su casa al prometido. El dulce acento de la voz divina que días antes había embalsamado los oídos y el alma por boca del celestial mensajero, que anunció el prodigio, entona y robustece el ánimo de la doncella que en el Hágase en mí según tu palabra de la respuesta, cobró fuerzas para los grandes combates que la aguardaban. Entre el pensamiento de repudio que asalta a José cuando miró a su prometida y la aparición del ángel, se interpone a la elección inexplicable de la gracia. ¿Por qué intentar, en vano, descifrar el enigma de Dios? ¿Quién es capaz de explicar la transformación de Saulo en el camino de Damasco?
 
María, "la Esclava del Señor", tuvo sin duda inmediata conciencia del oculto deseo que germinaba en la mente y en la voluntad del santo carpintero. Su silencio, que era sacrificio, era también anticipación de los dolores del Calvario y tenía por consiguiente, virtualidad y energías redentoras. Y amor y dolor al mismo tiempo actuaban sobre la fidelidad de José a la ley judía, cambiándolo en el primer héroe de la ley evangélica. La justicia característica en José se coronaba con la caridad, plenitud de amor y de aceptación, entrando de lleno en el mismo clima de la Encarnación, que vivía ya su desposada. Los prejuicios de raza, las resistencias del amor propio, de respeto humano, las había superado aquel trabajador manual, en una generosa entrega a los designios de Dios. He aquí, a nuestro juicio, la clave de esta singularísima santidad: una sumisión que es prólogo de una apoteosis.
 
Las calles del barrio árabe de Nazaret, estrechas y pinas, están cuajadas de tiendas y talleres. Los obreros trabajan delante de las puertas; uno, martillando sobre la pieza de cobre que sujetan con los dedos de sus pies desnudos, otros, construyendo arados, pintarrajeando arneses. El tipo dulce y señorial de San José pervive entre aquellos artesanos.