3.- COMO LÁMPARA VOTIVA ANTE EL MONUMENTO

La silueta del Cerro aparecía desde varios sitios de Madrid; sobre todo junto al Retiro y la histórica iglesia de San Jerónimo (aun ahora se ve cuando la atmósfera está diáfana, a pesar de lo mucho que ha crecido Madrid desde entonces – Nota de transcriptor: recordamos que el libro se publicó en 1977), con sus dos puntos dominantes: la ermita de la Virgen, con su torre, y, a su izquierda, las líneas inconfundibles del Monumento, entonces casi la mitad del actual, pero en el mismo emplazamiento.

Las peregrinaciones de todas partes comenzaron a confluir hacia aquel montículo, convertido en verdadero centro de atracción piadosa. Pero quedaba en realidad como en descampado, sin posibilidad de actos bajo cubierto. Faltaba también un foco de luz que le señalase en la oscuridad; más aún, alguien que hiciese como de guardia permanente en nombre de España. ¡Una lámpara viviente ante la imagen del Señor! Es natural que surgiese luego la idea no solo de adecentar aquel sitio y dotarle de mejores comunicaciones, sino, sobre todo, de una comunidad religiosa que fuese en realidad la lámpara de aquel lugar santo. Y se pensó en seguida en un convento de carmelitas, hijas de aquella santa castellana cuya imagen aparecía con razón entre los santos que hacen escolta a la de Jesucristo. ¿Cómo hacer realidad este deseo?

Dos hombres intervienen sobre todo en llevar a cabo la idea: el padre José María Rubio, jesuita [canonizado en 2003], cuya intervención en las obras del monumento es innegable, así como en la misma consagración realizada por el Rey, y su compañero de la casa profesa P. Alfonso Torres, uno de los hombres de mayor influencia en la vida religiosa del Madrid de aquella época. El P. Rubio aparece de los primeros en llevar allí nutridas peregrinaciones atraídas por su palabra y fama de santo. El P. Torres propuso la idea de un Carmelo con ocasión de la primera asamblea nacional del Apostolado de la Oración, en 1920.

Pero la mujer providencial para llevar a cabo tal proyecto fue la futura Madre Maravillas [canonizada en 2003], entrada en el Carmelo de El Escorial (el primero dedicado al Sagrado Corazón) el 12 de octubre del mismo año de la consagración de España. Allí sintió de modo extraordinario la voluntad del Señor de procurarle una fundación cuyas religiosas fueran como las lámparas de aquel altar mayor de España.

Vencidas todas las dificultades, subió por primera vez al Cerro el 19 de mayo de 1924, precisamente en plena tormenta, pero con el arco de iris al fondo como prenda del agrado divino. Hizo su profesión solemne en un albergue provisional de Getafe el mismo día 30 de mayo, aniversario de la consagración de España, y el día de Pascua (12 de abril) del año siguiente se puso la primera piedra, para terminar la obra el 26 de octubre, primera fiesta litúrgica de Cristo Rey. El Cardenal Tedeschini escribía desde Roma aprobando la idea y enviando una especial bendición del Papa. Aunque no quedaba satisfecha del todo la condición urgida por Benedicto XV (de una comunidad que atendiese el culto y a los peregrinos), empezaba a ser aquel sitio, por un nuevo título, el corazón de toda España.

La asamblea del Apostolado de 1930, organizada por el padre Torres, puso en acción todos los resortes para transformar aquel cerro en un verdadero centro de peregrinaciones, con las obras necesarias para trasladar el Carmelo junto a la ermita y adaptar el que había para residencia de los sacerdotes que atendiesen de cerca el monumento. La llegada de la Republica en abril del año siguiente, dejó en suspenso estos planes hasta la fecha tras el paréntesis trágico de los años de la guerra. Y aquí termina la primera etapa histórica, que queríamos resumir para que conste en adelante.

Merecen una palabra siquiera los varios proyectos en estos años (hasta 1931) para ampliar y casi cambiar la realidad del monumento, que había de desaparecer sacrílegamente en los primeros días de la guerra. Este será el contenido de la segunda parte de esta historia, verdaderamente triste pero que no es posible silenciar, siquiera para escuchar la voz de las ruinas profanadas, que con laudable acuerdo han quedado a la vista del peregrino, reconstruidas de algún modo, entre la subida de la ermita y la explanada en que se alza el nuevo monumento. ¡La oración del Carmelo adquiere así un nuevo sentido expiatorio!