El conocimiento…, es siempre previo a la fe, si no hay un previo conocimiento, no puede nacer la fe, ya que la fe, va siempre referida al conocimiento. Porque alguien nos habla, o porque lo leemos, o porque de alguna otra forma, llegamos a adquirir el conocimiento de algo, para aceptar la realidad o verdad de ese conocimiento hemos de recurrir a la fe, cuando de ese conocimiento no podemos tener nuestra evidencia. La evidencia de lo que se trate, la tenemos cuando, lo vemos con nuestros propios ojos materiales de nuestra cara, que ese conocimiento que hemos adquirido, por lo que hemos visto u oído directamente, es una realidad evidente, porque lo hemos comprobado plenamente. Pero si no tenemos la evidencia, porque lo que tenemos es un conocimiento por medio de terceros, necesitamos la fe para aceptar  el conocimiento de lo que se trate. Por lo tanto, siempre previamente a la fe, hay y tiene que haber un previo conocimiento de la existencia de aquello que va a ser objeto de la fe.

 Si adquirimos el conocimiento de unos hechos, o  determinadas  circunstancias y las aceptamos como ciertas, aunque no las hayamos visto, tenemos fe, pero si no las aceptamos entramos en la categoría de los no  creyentes. Hay que considerar, que de acuerdo con la importancia que tenga el contenido del conocimiento que adquirimos, existe una diferente actitud por nuestra parte, ya que sí resulta que este conocimiento es intranscendente para nuestra vida y conducta, lo más lógico es que la aceptemos sin meternos en más averiguaciones, acerca  de la realidad o verdad de este conocimiento. Pero si al contrario vemos que nos va a complicar la vida aunque veamos o intuyamos que es verdad, tratamos de no aceptarlos y repudiarlo.

Todas las consideraciones anteriores, adquieren mucha importancia, en la vida humana, si los conocimientos van referidos a la fe religiosa, o en otras palabras a la existencia de Dios. Aquí conviene hacer una distinción entre la existencia de Dios y la aceptación de Jesucristo como Dios y hombre verdadero. La existencia de Dios es una impronta que Dios, al momento de nuestra creación, le impone a todo ser humano. Hasta la más ignorante persona de la tribu indígena más ignorada de la civilización, sabe que existe un Ser superior y que él, en su ignorancia puede identificarlo con el sol, la luna, o un elemento de la creación, sea un río, una montaña, o el mismo mar si lo conoce. En el mundo civilizado siempre durante miles de años siempre se ha reconocido la existencia de un Ser supremo creador de todo, en lo que no ha habido unanimidad es en aceptar las todos identidad de es Ser supremo por todos.

El ateísmo que es la negación absoluta de la existencia de este Ser supremo o el agnosticismo, que es la postura de no negar ni aceptar la existencia de este Ser supremo, son corrientes o pensamientos humanos muy modernos. A nadie ni en la Edad media ni en la Edad moderna, se le habría ocurrido negar la existencia de un Ser supremo, este podía llamarse Dios, Alá, Yahvé o Gitche manitu, que era el dios de los indios americanos, pero nunca nadie pensaba en la posibilidad de no existencia de Dios. Otra cosa era y es el reconocimiento de Jesucristo como Dios persona miembro de la Santísima Trinidad, que es lo que reconocemos los cristianos y en especial los católicos.

Para nosotros los católicos y también para otras creencias Dios pertenece al mundo del espíritu, Dios no es nada material, ni es el sol, ni la luna, ni una montaña, ni un río, Dios es un espíritu puro, como lo es nuestra alma, y por ello inmortal, no nuestro cuerpo que es materia y tarde o temprano fenecerá. Y al ser Dios un espíritu puro, el conocimiento que de Él tenemos, tiene que estar apoyado en la fe, porque no es posible verlo con los ojos de nuestra cara.

Nosotros sabemos que la esencia de Dios es amor y nada más que amor y esto trae como consecuencia que para nosotros existan tres virtudes fundamentales que son: La fe, el amor y la esperanza, porque sabemos que estamos de paso en este mundo para superar una prueba de fe en Dios, y de amor a Él y tenemos la esperanza de superada esta prueba reunirnos con Él, porque como dice Santo Tomás de Aquino: “Toda criatura ha comenzado a existir en Dios antes de existir en sí misma. Deja a Dios, en cierto modo, al emanar de Él, y de su esencia al infinito divino se establece la distancia de lo creado al Creador. La criatura racional debe volver atar, con Dios mismo, ese lazo y reencontrar Aquel con quien estuvo unido antes de existir”. Nosotros hemos sido creados por el amor del Amor que es ÉL, y esperamos reencontrarnos con Él. Como quiera que Dios nos ha creado por amor, ese amor nos sigue y nos existe en todo los momentos horas y minutos en los que  estamos en este mundo.

Desde luego que es duro, muy duro creer sin ver, pero nuestro problema radica en querer ver, con la materialidad de los ojos de nuestra cara. Es nuestra alma y no nuestro cuerpo, la que está capacitada para ver a Dios, porque ella al ser espíritu y pertenecer al mismo orden que Dios, es la que puede relacionarse con Dios. Nuestra alma al igual que nuestro cuerpo dispone de unos sentidos sensoriales, es por ello por lo que se habla de ver con los ojos del alma, pero para ver con los ojos de nuestra alma necesitamos de dos condiciones: Primeramente ocuparnos del desarrollo espiritual de nuestra alma, y en segundo lugar adquirir las gracias divinas suficientes para que esos ojos del alma alcancen a tener la luz divina que de claridad a esos ojos nuestros.

¿Y esto como se logra? Pues ganado la batalla de nuestra lucha ascética, lo cual nos es imposible lograrlo con solo nuestras pobres fuerzas: "5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. 8 En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”. (Jn 15,5-8). Sin la gracia divina que siempre la tenemos a nuestra disposición nada podemos hacer y para conseguir estas gracias y en especial el don de la fe  es necesario la oración y la frecuencia de los sacramentos, pues ellos son los canales a través de los cuales Dios derrama su gracia sobre nosotros.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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