¿PARA QUÉ SIRVEN?

 No tenemos que tener miedo de mancharnos las manos.
¿De qué serviría tenerlas limpias si las llevamos en el bolsillo?
—Lorenzo Milani—

          Aquel profesor, en clase de Planificación y Gestión de la Producción, repetía constantemente anécdotas de sus experiencias en la empresa.

          —Un director de producción, decía, aparte de gestionar sus miles de papeles, redactar montañas de informes, asistir a interminables reuniones, etc., debe tener como parte obligatoria de su jornada laboral bajar a la fábrica. Mezclarse con los obreros, comentar con Juan el partido de fútbol de ayer, preguntarle a Manolo por su hijo que tiene fiebre y a Elena por su marido, que se ha quedado en paro.
          En definitiva, si queréis ser eficaces, salid del despacho, bajad a la fábrica, saludad y mancharos las manos. 

          Ciertamente, si uno elige el vivir tranquilo como norma suprema de su obrar y se mete las manos en los bolsillos, podrá quizás decir que es irreprensible, pulcro, incontaminado.          Pero, con el corazón en la mano, ¿de qué sirve esa pulcritud ritual si sólo es una especie de honorabilidad ligada a una existencia incolora y egoísta?

          El papa Francisco continuamente está animando a salir, a pisar la calle, a no balconear, a mancharnos las manos: «El primero en mancharse las manos fue Jesús, acercándose a los excluidos de su tiempo. Se ensució las manos, por ejemplo, tocando a los leprosos, curándolos. Y enseñando a la Iglesia la importancia de la cercanía. Lo cuenta el Evangelio: un enfermo de lepra que se adelanta y se postra ante Jesús, diciéndole: Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mt 8,2). «Y Jesús lo toca y lo sana (28-6-2015).

          Efectivamente, Cristo no tenía reparo en ensuciarse el manto de polvo de los caminos ni de dar la mano a personas infectadas por la lepra física y moral.

          Su ejemplo es como un trallazo saludable que golpea la somnolencia religiosa y la pereza de nuestra caridad. Un cristiano a medio camino es una derrota, le gusta repetir a Francisco.

          Lo dice bien clarito el Apocalipsis 3,16: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».

          Por eso tenemos que ser valientes (no imprudentes), para salir de nuestras comodidades y bajar a las cisternas cenagosas del mundo e intervenir en los areópagos de nuestros días: prensa, radio TV, internet, deportes, espectáculos...

          Porque sí, es importante mantener las manos limpias, pero si el precio es resguardarlas en los bolsillos, ¿para qué sirven?