Aprovechando el tour que hice, junto con unos amigos, por algunas de las ciudades y regiones más importantes de Italia, nos quedamos tres días en Roma. Además de conocer los Museos Vaticanos, la Capilla Sixtina y la Basílica, decidimos hacer una parada nocturna en la Plaza de San Pedro, una media hora antes de que fuera cerrada. Fue una experiencia inolvidable, no sólo por el espectáculo que nos regaló el arte y la iluminación, sino por el hecho de estar en un lugar lleno de historia. En medio de la plaza, se me vino a la mente, entre otras cosas, el discurso de la luna, pronunciado por el Papa Juan XXIII, ante las multitudes que habían llegado para apoyar el sentido y mensaje del Concilio Vaticano II, así como también la elección del Papa Benedicto XVI y sus primeras palabras en el balcón central de la Basílica de San Pedro. ¡Tanta historia de salvación en un mismo y precioso lugar!
Impresionado por las 162 estatuas que adornan la plaza, especialmente, por el mosaico de María Mater Ecclesiae, bajo el lema “Totus Tuus”, me sentí invitado a la oración, dándole gracias a Dios por su presencia en el mundo. Ha sido uno de los momentos más especiales de mi vida, pues al contemplar la universalidad de la Iglesia, como pueblo sacerdotal, me quedé profundamente identificado con la necesidad de trabajar por la causa de la nueva evangelización.
Dios se vale del arte, para atraernos. Es cierto que lo más importante de la Plaza de San Pedro, no es quedarse anonadado, sino despertar y, desde ahí, tomar conciencia del mensaje cristiano que nos transmiten aquellas estatuas, así como la presencia de tantos hermanos y hermanas en la fe. Sin duda, fue una experiencia artística, histórica, cultural y, sobre todo, espiritual.