El último número de la revista Cristiandad está dedicado a los Apóstoles de la Eucaristía. En él no podía faltar el ya santo Carlos de Foucauld, cuya intensa y agitada vida encontró sentido en la entrega total a Jesús. Precisamente escribí sobre la centralidad de la adoración en Carlos de Foucauld para La lámpara del santuario, la revista de la Adoración Nocturna Española. Ahora Cristiandad recoge este texto donde queda claro que si hay algo que ilumina y orienta la vida de Foucauld a partir de su conversión, es la adoración al Santísimo, ante quien pasará cada vez más tiempo y del que ya no querrá separarse jamás.

No voy a reproducir aquí el texto completo, pero sí algunos fragmentos que me parece que dan una idea de la importancia que tuvo para el reciente santo la adoración al Santísimo:

“A partir de su conversión, su vida da un vuelco que le llevará por caminos hasta entonces insospechados. Un recorrido en el que juega también un importante papel su prima, Marie de Bondy, que le descubre el culto al Santísimo Sacramento y la devoción al Sagrado Corazón. Un camino marcado por una entrega total, como expresa en su diario con estas palabras: “Desde que creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él”… No es que Foucauld haya descubierto que Dios existe, lo que comprende es mucho mayor: está aquí y se puede estar con Él, permanecer con Él, hablar con Él. Carlos de Foucauld, que tanto había dudado, parece no dudar ya ni un solo instante de la realidad de la presencia de Jesús en el sagrario.

La comunión “casi diaria”, en sus propias palabras, será el medio de unirse a Jesús de la forma más íntima posible y de darle sentido a su vida. Una vida volcada al culto al Sagrado Corazón y al Santísimo, que no son más que una única expresión de ese amor de Cristo que constituye el núcleo, la esencia, de la religión cristiana.

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En 1890 ingresa en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves, en Francia, donde su vida tiene como centro la Eucaristía y Nazaret: “en la medida de lo posible me mantengo a los pies del Santísimo Sacramento. Jesús está ahí... Me veo como si estuviera junto a sus padres, como Magdalena sentada a sus pies en Betania”.

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Convencido de que los medios de sus esfuerzos evangelizadores son, antes que nada, eucarísticos (la Santa Misa y la Presencia Real por la cual la Santa Hostia irradia su presencia en el mundo), el Hermano Carlos parte hacia el Sahara.

Ya en Beni-Abbès, donde recala en octubre de 1901, se esfuerza por multiplicar las horas de exposición del Santísimo Sacramento, lo que alimenta su entrega al prójimo: “Jesús, bajo la forma de los pobres, de los enfermos, de un alma cualquiera, me llama a otros lugares”. Se admira contemplando la belleza de las puestas de sol en el desierto y sus claras noches, pero confiesa que “abrevio estas contemplaciones y vuelvo delante del sagrario... hay más belleza en el sagrario que en la creación entera”.

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Tan intenso es su amor a Jesús Eucaristía que no concibe vivir sin ella: cuando en un viaje tiene que realizar una parada prolongada en el norte del Hoggar, construye una capilla de ramas donde puede guardar el Santísimo durante varios días, lo que considera “una gran gracia para toda esta región”. Escribe también en esa época lo que ve que Dios le pide: “Llevarlo lo más lejos posible... a fin de aumentar la zona en la que Él irradie, de extender la zona en la que se ejercerá su influencia”. Es esta vocación la que le lleva a instalarse en Tamanrasset en 1905, donde lo primero que hace es exponer el Santísimo “en una pequeña covacha más pequeña que la de Nazaret”. En su diario nos deja estas palabras que reiteran esa unión entre el Sagrado Corazón y la Eucaristía que es el núcleo de su anhelo evangelizador: “Sagrado Corazón de Jesús, gracias por este primer tabernáculo en país tuareg. Sagrado Corazón de Jesús, irradiad desde el fondo de este tabernáculo sobre este pueblo que os adora sin conoceros. Iluminad, dirigid, salvad estas almas que amáis”. Y en una carta a su prima Marie de Bondy, fechada el 9 de septiembre de 1901, al explicar sus planes, confiesa que, refiriéndose a los pobladores del desierto entre quienes va a vivir, “No creo hacerles mayor bien que el de llevarles, como María en la casa de Juan durante la Visitación, a Jesús, el bien de los bienes, el santificador supremo, a Jesús que estará siempre presente entre ellos en el Tabernáculo... Jesús ofreciéndose cada día sobre el santo altar para su conversión, Jesús bendiciéndolos cada día para la salvación: éste es el bien de los bienes, nuestro Todo, Jesús".”

Bastan estos fragmentos para darse cuenta de lo mucho que nos puede enseñar este santo, especialmente en momentos en que estemos tentados bien de desánimo, bien de activismo (que vienen a ser dos caras de la misma moneda).

Y para acabar, una recomendación: háganse con el número de Cristiandad y aprendan no solo de Carlos de Foucauld, sino también de Pedro Julián Eymard, Carlos Acutis o Manuel González. Vale la pena.