En las consultas para pobres de los Papas: un rincón en el Vaticano donde recuperar la dignidad
El Papa acaba de inaugurar un centro en el que se turnan 120 médicos y enfermeros

Las principales patologías que atienden en el centro son ortopédicas e infecciosas.
Para el Jubileo de los pobres, el Papa León XIV ha donado e inaugurado un nuevo centro sanitario para los pobres que se suma al que creó Francisco junto a la basílica de San Pedro. Giacomo Gambassi lo cuenta en Avvenire.
"Cardenal, cardenal...". Georgeta Balaciu se apresura hacia Konrad Krajewski, que acaba de salir por la pequeña puerta de cristal con el escudo de la Ciudad del Vaticano. Lo abraza con un cálido apretón. Y saca dos paquetes de medicamentos de una bolsa de plástico. "Me los acaban de entregar", le dice al cardenal limosnero pontificio. Y bromea: "Uno de los médicos está enamorado de mí...".
Testimonios de caridad
Dónde ocurrió, es evidente: en el ambulatorio 'Madre de la misericordia'. Tanto Krajewski como Georgeta salen de allí, de las consultas que devuelven la dignidad a los pobres y los consideran pacientes a todos los efectos, aunque no tengan nada: ni documentos, ni tarjeta sanitaria, ni dinero para los tratamientos.

El mismo Papa inuguró el centro hace unos días.
Todo es gratuito para los "rechazados" y las personas en dificultad a dos pasos de la Basílica de San Pedro: desde la asistencia hasta los medicamentos. Porque en ellos "no vemos a un necesitado o a un sin techo, sino el rostro de Cristo", recuerda el cardenal.
Georgeta no se avergüenza de decir que es indigente. Al igual que los dos mil "enfermos desconocidos" que cada mes pasan por el centro sanitario situado bajo la columnata de Bernini, junto a la puerta de Bronce. El Papa Francisco lo quiso así hace diez años.
"Vivo en un dormitorio del Ayuntamiento de Roma, en la zona de Tiburtina. Trabajo un poco como cuidadora y un poco como limpiadora", cuenta esta mujer procedente de Rumanía. De cabello gris y modos desenfadados, lleva en Italia desde 2005 y cumplió 60 años el 1 de noviembre. "Pero no estoy bien", añade inmediatamente.
Las cajas que ha recibido de los "médicos del Papa", como ella los llama, son para el reflujo y el corazón. "Aquí se dieron cuenta de que tenía problemas cardíacos. Son buenos con nosotros, los extranjeros, con nosotros, los migrantes", repite.

Las instalaciones del centro médico que atiende a los más pobres.
Georgeta levanta la mirada. Sobre ella, el Palacio Apostólico con las grúas que están terminando la reforma de la planta donde volverá a vivir el Pontífice. "Seguro que nos ve desde las ventanas cuando aquí abajo esperamos nuestro turno", sonríe.
Y a ellos, los últimos que no pueden permitirse visitas y medicamentos, León XIV les regala una nueva consulta: se encuentra cerca de la columnata de San Pedro y cuenta con un servicio de radiología para "diagnosticar neumonías, fracturas, tumores, enfermedades degenerativas y obstrucciones intestinales que a menudo se descuidan en los pobres", explica el doctor Massimo Ralli, director de la consulta de la Elemosinería Apostólica.
El nuevo centro lleva el nombre de San Martín, el obispo de Tours que ofreció su manto al mendigo semidesnudo postrado por el frío. Un regalo con motivo del Jubileo de los Pobres y del Día Mundial de los Pobres, programado para el domingo, que de hecho duplica la 'proximidad' sanitaria a los más desfavorecidos.
"La estructura empezará a funcionar a finales de mes", anuncia Ralli. Ayer la inauguró el propio León XIV.La palabra clave es acogida. "De todos, sin distinción", explica el director. "Cuidar de los pobres significa estar al lado de los excluidos, contribuyendo a mejorar sus vidas. Pero también de aquellos que no pueden comprar los medicamentos que distribuimos gratuitamente".
Las cifras lo confirman: en casi una década se han prestado más de 102.000 servicios sanitarios y se han distribuido 141.000 envases de medicamentos. Marek lo sabe bien. Originario de Polonia, hace cola con su compañera Dora. "Sufro ataques de pánico y epilepsia. Gracias a Dios, aquí me ayudan".
Cuenta su día a día en una tienda de campaña en Tor Vergata, en las afueras al sureste de Roma. O mejor dicho, lo que era su casa-no casa. "Porque Ama me la ha derribado. Con todas las cosas que tenía dentro". Señala con el dedo índice a la empresa de residuos de la capital. "Tenía que limpiar la zona. Me ha borrado todos los recuerdos", afirma. Se levanta el pantalón y nos enseña una pierna hinchada.
"Ya no puedo trabajar. Me cuesta caminar. Y veo con dificultad: tengo un ojo de cristal por un accidente que tuve hace 25 años". Ya tiene una cita en el ambulatorio de los Papas. "El 21 de noviembre: con el neurólogo. A menudo me mareo y me caigo". Luego suspira. "La vida es dura...".
Es un mundo invisible el que pasa cada día por las consultas y las urgencias relacionadas con los dos últimos pontífices. Invisible para las instituciones y al margen de la sociedad. Una encrucijada de 139 nacionalidades, incluida la italiana.
"Aunque la mayoría de los que atendemos vienen de fuera", aclara el director. La primera sonrisa que encuentran es la de Giuseppe Cosmo Sposato. "Junto con mi cabello blanco", bromea. Los recibe en la puerta. "Y a menudo los tranquilizo: es necesario crear un clima de confianza", afirma.
Es jubilado. "He trabajado en el ámbito sanitario como funcionario administrativo. Cuando algunos amigos médicos me dijeron: '¿Por qué no nos echas una mano?', me puse a su disposición". Voluntario. Como los 120 médicos y enfermeros que se turnan en el centro. "Un número en aumento que, en cualquier caso, ya garantiza veintiséis especialidades", dice Ralli.
Los médicos son testigos directos del sufrimiento. "Las principales patologías de quienes duermen en la calle son ortopédicas e infecciosas. Pero también hay quienes descubren que tienen un tumor: en ese caso se les presta apoyo en el tratamiento oncológico", informa el director. Algunos salen con dentadura nueva.
Vaticano
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"Los problemas dentales son muy frecuentes entre las personas en situación de dificultad. Por eso proporcionamos prótesis o dentaduras postizas". Pero también gafas. "A menudo nos encontramos con problemas de visión muy avanzados".
También hay historias con final feliz. Es el caso de una chica que "llegó aquí sin saber que estaba embarazada. Después de diagnosticarle el embarazo, la acompañamos hasta el parto", recuerda Ralli. Y, una vez que nació el niño, "ella lo trajo para que nuestros médicos lo conocieran". Como si fueran sus tíos.