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Siska buscaba ayuda en Bélgica: tras 40 intentos de suicidio, solo encontró la eutanasia

Diagnosticada de depresión crónica grave y trastorno de estrés postraumático tras ser víctima de abuso sexual, la joven solicitó la eutanasia por «sufrimiento intolerable». 

Siska De Ruysscher se quitó la vida sometiéndose a la eutanasia el pasado mes de noviembre, a los 26 años, tras 13 luchando contra la enfermedad mental y un sistema sanitario negligente.

Siska De Ruysscher se quitó la vida sometiéndose a la eutanasia el pasado mes de noviembre, a los 26 años, tras 13 luchando contra la enfermedad mental y un sistema sanitario negligente.

Helena Faccia
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ReL

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Tommaso Scandroglio recuerda el caso de Siska, que ha conmocionado a Italia, en La Nuova Bussola Quotidiana:

"Me llamo Siska. Tengo 25 años y desde hace muchos años lucho contra un trastorno depresivo agudo, un trastorno de estrés postraumático, un trastorno de apego y pensamientos suicidas. Tras una larga lucha con un sistema sanitario en dificultad, he decidido que pronto pondré fin a mi lucha con la eutanasia". Así comienza una larga publicación en Instagram de Siska De Ruysscher, una joven belga que se quitó la vida en noviembre porque sufría depresión desde los 13 años y no había conseguido encontrar ayuda.

Siska continúa así su testamento acusatorio contra el sistema sanitario belga: "Puedo contar con los dedos de una mano los 'buenos' profesionales sanitarios que he conocido, pero, por desgracia, los malos darían para llenar varias manos". A los 15 años ingresó por primera vez en psiquiatría: "Yo era una chica asustada, con ansiedad y herida, que lidiaba con pensamientos suicidas e intentos de suicidio, me encontré rodeada de personas con todo tipo de problemas y necesidades: depresión, adicción, anorexia, autismo, trastornos de conducta y mucho más". Resumiendo, no era el mejor entorno para una aspirante a suicida. El relato continúa así: "Durante mi estancia, todos tuvimos que seguir el mismo protocolo, independientemente de lo que realmente pudiera ayudarnos o del apoyo adicional que necesitábamos". Para conseguir un tratamiento mínimamente personalizado, Siska tuvo que iniciar una huelga de hambre.

No sabía si estaba despierta o dormida

"Llevaba años tomando antidepresivos recetados por mi psiquiatra infantil de aquel momento. Pero cuando ingresé, me aumentaron drásticamente la dosis sin mi consentimiento. '¿No duermes bien?'. Más somníferos. '¿Sigues teniendo pensamientos depresivos?'. Subimos la dosis. Y así continuó durante toda mi estancia en el hospital. Llegué a un punto en el que ya no sabía si estaba despierta o dormida. [...] Las consecuencias fueron extremas, pero a nadie parecía importarle, nadie se tomaba la situación en serio. 

Engordé 20 kilos e intenté suicidarme varias veces, porque todas mis inhibiciones, miedos y límites habían desaparecido bajo el efecto de medicamentos tan fuertes. ¿Cómo es posible que a menores y adolescentes se les receten dosis tan altas de medicamentos potentes, sin comprender ni aceptar las consecuencias?". Siska recuerda que la pusieron en una habitación de aislamiento porque no había suficiente personal para vigilarla en la habitación en la que solía estar.

"Ha vuelto a intentarlo otra vez"

Pero eso no es todo: hay psicólogos que "siguen haciéndote las mismas veinte preguntas estándar de sus manuales de formación e incluso te llaman por el nombre equivocado, porque te ven como un número, no como una persona. Enfermeros en los hospitales que dicen, poniendo los ojos en blanco, 'ha vuelto otra vez' tras el enésimo intento de suicidio... en lugar de escuchar, estar presentes y ofrecer ayuda concreta o una orientación adecuada. Y en las listas de espera, ya de por sí insoportablemente largas, tu caso debe ser 'lo suficientemente grave' solo para que te atiendan un poco más rápido. Me sentí sola, profundamente sola y abandonada, una y otra vez. Abandonada por amigos que no entendían, por seres queridos que perdieron la vida, por quienes me cuidaban y por situaciones que presencié o que erosionaron poco a poco mi confianza".

"Lo único que necesitaba era ayuda, que me escucharan"

Un día, con 18 años, tras intentar quitarse la vida, la llevaron a una comisaría "donde me interrogó una agente mujer. 'Veo que tienes tres hermanas, déjame adivinar, ¿todas internadas en algún centro?'; '¿Tus padres son desempleados o trabajan de limpiadores?'. Este era el tipo de preguntas que me hacían, apenas media hora después de haber deseado tirarme debajo de un tren, cuando lo único que necesitaba era ayuda, que me escucharan, que me cuidaran. [...] Me llevaron al hospital, donde me dijeron que me desnudara completamente y me pusieron en aislamiento".

Siska preguntaba por qué tenía que estar en aislamiento, por qué le inyectaban medicamentos y muchos otros 'porqués' a los que siempre seguía la misma respuesta: "Es el protocolo". De ahí el enfado de la joven: "¿De verdad debemos considerar normal que las personas que necesitan cuidados sean tratadas como delincuentes? ¿O que sufran traumas adicionales y reciban todo menos cuidados y compasión? ¿No ha llegado el momento de revisar los procedimientos en Bélgica? [...] ¿Cómo podemos cuidarnos a nosotros mismos en una sociedad que no sabe lo que realmente significa 'cuidar'? Me etiquetan como víctima de 'fracaso terapéutico' y estoy empezando a comprender que es exactamente así".

Un sistema en el que no se puede confiar 

Entonces, Siska, amargamente consciente de que su trayectoria vital podría haber sido diferente, decidió deponer las armas: "Si a los trece años me hubieran escuchado y cuidado, si hubiera recibido el tratamiento adecuado y hubiera encontrado a las personas adecuadas para ayudarme, ¿hoy elegiría la eutanasia? ¿O seguiría teniendo fuerzas para afrontar la vida? Estoy cansada de luchar. Mi confianza en el sistema sanitario se ha desvanecido, o mejor dicho, he intentado darle una segunda oportunidad tantas veces, a lo largo de muchos años. Una y otra vez, los profesionales sanitarios me han decepcionado o he sufrido nuevos traumas".

El testimonio de Siska nos dice muchas cosas. La primera, la más importante y la más obvia: alguien quiere morir porque es infeliz. Nunca se ha visto a nadie feliz de vivir que quiera quitarse la vida. Por tanto el problema es el dolor de vivir. La eutanasia elimina a quien sufre, mientras que la medicina, junto con el cariño de familiares y amigos, quiere eliminar el sufrimiento.

La eutanasia mata a la persona, la medicina y los familiares matan el sufrimiento. Entonces, no hay que ceder a los instintos suicidas dictados por la depresión; lo que hace falta es ofrecer herramientas para eliminar la depresión. Hay que tratar la causa, no ceder a los efectos de esta causa, es decir, no podemos ceder a las peticiones de eutanasia.

La extrema voluntad de vivir

En este largo post leemos a la vez la extrema voluntad de vivir de Siska. Esta chica intentó suicidarse unas 40 veces. Quien realmente quiere suicidarse, lo hace y punto. Los intentos de suicidio son gritos de auxilio. Cada intento deliberadamente fallido grita al mundo una sencilla verdad: 'Quiero vivir, ¡ayudadme!'. Esta ardiente sed de vida también impregna su peculiar testamento: Siska no habla de su depresión, de los oscuros demonios que habitan su corazón y su mente, de la espesa oscuridad en la que se ha ahogado. Nada de eso: habla de la falta de ayuda. De la falta de cuidados, de afecto y de amor hacia su persona. No estaba cansada de vivir, sino de luchar para que la ayudasen a vivir.

Lo que la estaba matando no era la depresión, sino la falta de cuidados, de atención y de esperanza por parte de los médicos. Moría por inanición de amor. No puede ser de otra manera. Una sociedad, un ordenamiento jurídico, un sistema sanitario que contemplan la posibilidad de matar a un inocente, no pueden sino estar, desde el principio, inclinados a la negligencia, al tratamiento aséptico y despersonalizador de pacientes reducidos a un número, a la traición al juramento hipocrático, a la renuncia a los cuidados. La eutanasia es, pues, la consecuencia de una medicina ya inhumana y deshumanizante. Desde esta perspectiva, la eutanasia es la última etapa, la más extrema, la más significativa de este enfoque orientado al abandono terapéutico. Es la firma del fracaso terapéutico denunciado por Siska. Es la apoteosis de la indiferencia. Es el resultado natural, lógico e inevitable de la falta de compasión, de piedad y — digámoslo — de caridad. No solo de los médicos, sino de todos nosotros.

"Un cálido abrazo, Siska". Así termina su carta. Y nosotros también, para terminar, te abrazamos.

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