Francisco, un Papa llegado de la vida religiosa que siempre tuvo un ojo puesto en los consagrados

En sus años de Pontificado, Francisco dedicó una especial atención a la vida consagrada
Francisco ha sido un Papa procedente de la vida religiosa, y no lo olvidó a lo largo de su pontificado. Antes de ser el sucesor de Pedro, cardenal u obispo, Bergoglio era un religioso jesuita e incluso llegó a ejercer como provincial de la Compañía de Jesús en Argentina.
Esta querencia por la vida religiosa la ha demostrado Francisco todos estos años con el gran número de nombramiento de obispos procedentes de órdenes religiosas, precisamente en un momento en el que muchas de estas congregaciones están en crisis o van en claro retroceso.
Sin olvidarse nunca de las monjas, a las que en alguna ocasión las ha espoleado recordando que deben ser madres y no “solteronas”, el Papa se dirigió en numerosas ocasiones a la vida religiosa. Especialmente, les pidió que no olvidaran el amor primero, aquel que les hizo enamorarse de la vocación.
“El consagrado es aquel que cada día se mira y dice: 'Todo es don, todo es gracia'. Queridos hermanos y hermanas: No hemos merecido la vida religiosa, es un don de amor que hemos recibido”, explicaba Francisco en San Pedro en 2020 en una basílica llena de religiosos por el día de la Vida Consagrada.
El Papa hablaba de la importancia del Espíritu Santo puesto que la vida consagrada “si se conserva en el amor del Señor ve la belleza. Ve que la pobreza no es un esfuerzo titánico, sino una libertad superior, que nos regala a Dios y a los demás como las verdaderas riquezas. Ve que la castidad no es una esterilidad austera, sino el camino para amar sin poseer. Ve que la obediencia no es disciplina, sino la victoria sobre nuestra anarquía, al estilo de Jesús”.

Un aspecto importante que Francisco trató acerca de la vida religiosa fue el de la “mundanidad” que tanto daño ha hecho a las órdenes y congregaciones, pero también a todos los creyentes.
Una sociedad hostil, una mundanidad seductora y malos testimonios son tres elementos que alejan a los jóvenes de la vocación religiosa y debilitan las congregaciones de consagrados, religiosos y monjes y monjas. Así lo creía el Papa Francisco en 2017 al recibir a los participantes en la plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
“Estamos ante una ‘hemorragia’ que debilita la vida consagrada y la vida de la misma Iglesia. El abandono en la vida consagrada nos preocupa. Es verdad, que algunos dejan por un acto de coherencia, porque reconocen, después de un discernimiento serio, que nunca tuvieron la vocación; pero, otros con el pasar del tiempo faltan a la fidelidad, muchas veces sólo pocos años después de la profesión perpetua”, denunciaba entonces.
¿Cómo contrarrestar esto? En otro encuentro con religiosos en 2020 afirmaba que el mejor antídoto contra la tentación de la mundanidad "es dar prioridad a la oración en medio de todas nuestras actividades, con la certeza de que quien mantiene la mirada fija en Jesús aprende a vivir para servir, porque experimenta lo que dijo el profeta Isaías: ‘Tú eres precioso a mis ojos... Yo te amo’”.
Y yendo más allá les recomendaba en otra ocasión: “¡Salid de vuestro nido hacia las periferias del hombre y de la mujer de hoy! Por esto, hay que dejarse encontrar por Cristo. El encuentro con Él empujará al encuentro con los otros y llevará al encuentro con los otros y llevará hacia los más necesitados, los más pobres. Es necesario llegar a las periferias que esperan la luz del evangelio. Hay que habitar las fronteras. Esto pedirá vigilancia para descubrir las novedades del Espíritu; lucidez para reconocer la complejidad de las nuevas fronteras; discernimiento para identificar los límites y la manera adecuada de proceder; e inmersión en la realidad, ´tocando la carne de Cristo que sufre en el pueblo’”.