El Vaticano ha publicado el texto que debía leer Francisco este miércoles
Catequesis del Papa para la Audiencia: Simeón y Ana son los grandes «peregrinos de la esperanza»

"Simeón intuye la presencia del Ungido del Señor en el Templo", escribe el Papa
Mientras el Papa sigue convaleciente en el hospital, la Santa Sede continúa haciendo llegar los textos de las Audiencias Generales y de los actos más importantes que debía oficiar Francisco.
Este miércoles se ha publicado la catequesis de la habitual Audiencias de los miércoles, referida, en esta ocasión, a la presentación de Jesús en el templo.
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Catequesis del Papa:
Movido por el Espíritu, Simeón entró en el templo. Cuando los padres del niño Jesús lo llevaron al templo para cumplir lo que prescribía la ley, lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: "Señor, ahora puedes despedir a tu siervo en paz, conforme a tu palabra".
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy contemplamos la belleza de "Jesucristo, nuestra esperanza" (1 Tm 1,1) en el misterio de su presentación en el Templo.
En los relatos de la infancia de Jesús, el evangelista Lucas nos muestra la obediencia de María y José a la Ley del Señor y a todas sus prescripciones. En realidad, en Israel no existía la obligación de presentar al niño en el Templo, pero quienes vivían de la escucha de la Palabra del Señor lo consideraban una práctica preciosa. Así también hizo Ana, madre del profeta Samuel, que era estéril; Dios escuchó su oración y, habiendo tenido su hijo, lo llevó al templo y lo ofreció para siempre al Señor.
Lucas narra el primer acto de culto de Jesús, celebrado en la ciudad santa, Jerusalén, que será la meta de todo su ministerio itinerante desde el momento en que toma la firme decisión de subir allí (cf. Lc 9, 51), hacia el cumplimiento de su misión.
María y José no se limitan a injertar a Jesús en una historia de familia, de pueblo, de alianza con el Señor Dios. Se ocupan de su cuidado y de su crecimiento, y lo introducen en el clima de la fe y del culto. Y ellos mismos crecen gradualmente en la comprensión de un llamado que los supera por mucho.
En el Templo, que es "casa de oración" (Lc 19,46), el Espíritu Santo habla al corazón de un hombre anciano: Simeón, miembro del pueblo santo de Dios dispuesto a la espera y a la esperanza, que alimenta el deseo del cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Israel a través de los profetas. Simeón intuye la presencia del Ungido del Señor en el Templo, ve la luz que brilla entre los pueblos sumergidos "en las tinieblas" (cf. Is 9,1) y va al encuentro de aquel Niño que, como profetiza Isaías, "nos ha nacido", es el hijo que "nos ha sido dado", el "Príncipe de la paz" (Is 9,5). Simeón abraza a aquel niño que, pequeño e indefenso, descansa en sus brazos; pero es él, en realidad, quien encuentra el consuelo y la plenitud de su existencia al tenerlo cerca. Lo expresa en un canto lleno de conmovedor agradecimiento, que en la Iglesia se ha convertido en la oración al final de la jornada:
Simeón canta la alegría de quien ha visto, de quien ha reconocido y puede transmitir a los demás el encuentro con el Salvador de Israel y de los gentiles. Es testigo de la fe, que recibe como don y comunica a los demás; Él es testigo de la esperanza que no defrauda; es un testimonio del amor de Dios, que llena el corazón del hombre de alegría y de paz. Lleno de este consuelo espiritual, el anciano Simeón ve la muerte no como el fin, sino como el cumplimiento, como la plenitud, la espera como a una «hermana» que no lo aniquila sino que lo introduce en la verdadera vida que ya ha gustado y en la que cree.
Ese día, no es solo Simeón el que ve la salvación encarnada en el niño Jesús. Lo mismo le sucede a Ana, una mujer de ochenta años, viuda, completamente dedicada al servicio del Templo y consagrada a la oración. De hecho, al ver al niño, Ana celebra al Dios de Israel, que ha redimido a su pueblo en aquel pequeño, y lo habla a los demás, difundiendo generosamente la palabra profética. El canto de la redención de los dos ancianos lanza así el anuncio del Jubileo para todo el pueblo y para el mundo. En el Templo de Jerusalén la esperanza se reaviva en los corazones porque allí ha entrado Cristo, nuestra esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, imitemos también nosotros a Simeón y Ana, estos "peregrinos de la esperanza" que tienen ojos claros capaces de ver más allá de las apariencias, que saben "olfatear" la presencia de Dios en lo pequeño, que saben acoger con alegría la visita de Dios y reavivar la esperanza en el corazón de los hermanos.