El «cura volador», un clavadista dispuesto a todo por su parroquia

El cura volador, en acción.
El caso de Robert Simon (1913-2000) demuestra que hay sacerdotes dispuestos a la máxima generosidad por sus fieles. Entre 1947 y 1962 realizó ciento diez saltos al agua desde cuarenta metros de altura, con la única finalidad de recaudar fondos para su parroquia. Se convirtió en una celebridad, hasta ser bautizado como "el cura volador". Aprovechó su gusto y habilidad por la natación y el clavadismo en beneficio de los suyos.
Curtido desde muy pequeño
Sabía de la dureza de la vida. En 1917 su padre murió en la Primera Guerra Mundial, y su madre tuvo que mantener ella sola a sus tres hijos prematuramente huérfanos. Robert entró de pequeño a estudiar en el seminario menor, y pasó luego al mayor, ordenándose sacerdote en 1938 tras concluir su servicio militar.
Ya como sacerdote, fue movilizado en septiembre de 1939, cuando Alemania invadió Polonia, y desmovilizado cuando el Armisticio que rindió Francia ante los tanques de Adolf Hitler. En 1944 le destinaron a una parroquia rural en Saône (Doubs), y fue allí cuando, viendo las condiciones de miseria en que vivían sus feligreses, maduró la idea de dedicarse al clavadismo.
Con permiso de la autoridad
Lo consultó con su superior, el arzobispo de Besançon, monseñor Louis Dubourg (18781954), quien le autorizó considerando que su acción constituiría una "buena apologética".
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Esquema que muestra una de sus hazañas. Así que se preparó a conciencia, y en agosto de 1947 realizó el primer salto. Fue desde una torre de madera sobre una roca de veinte metros sobre las frescas aguas del lago Villers. Cuando se vio arriba, se encomendó a su santa favorita, la joven de Lisieux: "Santa Teresita, ayúdame, ahora ya no hay marcha atrás". Y no la hubo. Se lanzó y logró su objetivo recaudador, pero a base de pasarse ocho días en cama del planchazo que se pegó. Pero el padre Simon no se arredraba ante las dificultades, y desde ese día y durante los siguientes tres lustros, desde alturas que oscilaron entre los 35 y los 42 metros (trece o quince pisos), en aguas del Sena en invierno o en los puertos de Marsella o Casablanca, completó ciento diez saltos. Como cuenta Serge Pautot, gracias a ellos consiguió arreglar su iglesia, aliviar la miseria de sus feligreses, llevar de vacaciones al mar a los niños de la parroquia y crear una colonia de vacaciones por la que pasaron a lo largo de doce años seiscientas familias.
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