Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

La verdad negada, la mentira obligada

La mentira, cuadro de Salvatore Rosa.
La verdad es necesaria para la vida social, porque en ella se basa la confianza. En la imagen, «La Mentira» (detalle), cuadro de Salvatore Rosa en torno a 1650.

por Clementino Martínez Cejudo

Opinión

"Cuando el hombre rechaza la verdad, enferma. Ese rechazo no se da ya cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque lo haga profusamente, sino cuando considera que la verdad en sí misma no le obliga; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma espiritualmente" (Romano Guardini, Mundo y persona).

Pero ¿de qué verdad hablamos?

Desde el punto de vista filosófico, pueden distinguirse tres clases de verdad:

-La verdad ontológica como la adecuación entre el entendimiento y las cosas.

-La verdad lógica como la adecuación de un juicio con la realidad.

-La verdad moral como la conformidad de lo que se piensa con lo que se dice.

En el primer caso, si no hay adecuación, tendremos una negación de la verdad; en el segundo, un error; en el tercero, una mentira

El fundamento de la verdad

La fuente inmediata es que el hombre tiene la dignidad de persona. "Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 357). No es un algo, sino un alguien, capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. Tiene unos derechos inalienables, es libre, capaz del bien y del mal, trascendente, con vocación de llegar a Dios. Es persona.

Pero, si la dignidad de persona le viene al hombre en razón de haber sido hecho a imagen de Dios, no puede menos de participar de la verdad infinita.

Así, pues, en último término, la verdad humana se fundamenta en la verdad divina, la verdad por excelencia.

Esto quiere decir que la mentira es un acto contra su propia naturaleza del hombre y, en último término, contra Dios.

La verdad y la vida social

El hombre es un ser en sí, con su yo propio e intransferible, pero abierto a los demás. ”Capaz de poseerse”, pero, a la vez “de darse libremente y entrar en comunión con otras personas”, no sólo en la verdad sino en la afectividad. Es un ser social. Pero no entra en comunión con otro, ni la relación es verdadera, si no es sincero, si no trasmite verdad. La veracidad, la verdad es una necesidad social. Si no hay verdad no es posible la confianza. No hay fiabilidad, El mundo de la relación se funda en la fiabilidad de que el otro dice verdad. Si esta faltara por completo o en gran medida, sería imposible la vida social. Y en la medida en que falte se irá deteriorando. En razón, pues, de la necesidad de convivencia y otras muchas razones, la verdad entre individuos se mantiene en cierto grado suficiente. Pero nadie olvide que el grado de deterioro de la veracidad marcará el grado de deterioro en la convivencia.

Hay, sin embargo, un ámbito especialmente sensible en orden a la veracidad: el de los políticos. Si no exponen y razonan con rectitud y claridad sus programas, mienten. Si prometen algo que, sin aparecer, resulta contrario al bien común, mienten. Si vendieron prebendas por votos, mienten. Si no están dispuestos a cumplir lo prometido, mienten. Si no han advertido con quiénes y hasta dónde están dispuestos a pactar y a cumplir lo prometido, salvo razón mayor comprensible por el pueblo que los ha votado, mienten. Si usan medios no morales para alcanzar los votos, mienten. Si en la crítica entre partidos o en la contienda parlamentaria se dicen verdades a medias o, simplemente, mentiras, faltan a la verdad. Si los que gobiernan ocultan al pueblo aquello a lo que tienen derecho, mienten. Si no hay la transparencia debida, mienten.

Algo parecido ocurre en la vida económica. Si manipulan datos o situaciones, mienten. Si solo tienen en cuenta el beneficio con olvido del bien común, engañan. Si no son transparentes en sus actuaciones, mienten. Y el daño que pueden ocasionar puede ser de consecuencias sociales muy graves.

Esto se podría decir de otros grupos sociales.

Cuanto más bajo es el nivel de la verdad, mayor es el detrimento que padece la sociedad.

La verdad negada

Todo lo que hemos dicho en el punto anterior es muy serio, pero ¿se ha llegado a “abandonar la verdad”, “a considerar que la verdad en sí misma no le obliga”, “a dirigir su vida a destruir la verdad”?

La cuestión no es de algo cuantitativo, sino cualitativo. Estamos ante el salto de la mentira moral a la mentira ontológica. En la verdad moral no se dice la verdad, pero no se niega. En la ontológica se niega la verdad. No es lo mismo decir que he bebido agua y lo que bebí era vino, que decir que el vino es agua. En el primer caso no hay adecuación entre lo que sabe y lo que dice; en el segundo se niega la naturaleza del vino.

Pienso que, si no se ha llegado a dar ese paso, estamos con un pié al otro lado de la línea roja.

Unos datos

Si, dejados aparte intereses, querencias o ideologías políticas, procuramos abrir la ventana de nuestro conocimiento al aire limpio de la verdad, los siguientes datos podrán hacernos reflexionar.

Los insultos atentan contra la dignidad de la persona, afectan a su honor y a su imagen, pudiendo ser difamaciones e incluso calumnias. De aquí la consideración de algo rechazable y aun punible; hoy, en la mayor parte de los casos, se consideran un derecho de libertad de expresión.

Las personas representativas de la patria y de la religión y sus símbolos eran sagrados; hoy hay opción a muchos actos que los denigran. Es obvio que ofenden a esas personas y a quienes se sienten representas por ellas e identificados con esos símbolos; pero se considera de mayor peso el derecho de expresión.

Es evidente, y por eso nadie dudó durante milenios, que el matrimonio es la unión entre hombre y mujer; hoy se considera matrimonio, hasta por ley, cualquier unión, sin consideración de sexo. Solo puede entenderse por la alteración de los fines propios y naturales del matrimonio; pero esto es inaceptable, es un engaño.

Hombre y mujer siempre se consideraron personas, pero con diferencia en cuanto a sexo y lo que comporta esta realidad que los especifica, sobre todo biológicamente; pero en este momento se considera, y se obliga a considerar, que nada importante los distingue, ni siquiera el sexo, ¡pues no es determinante! Según dicen, todos los roles de la mujer son impuestos por la sociedad, sin que admitan roles naturales. No es verdad.

En nuestra lengua siempre se consideraron comunes para hombre y mujer muchos nombres, adjetivos y otras expresiones lingüísticas; hoy, todo lo que suene a varón hay que repetirlo en forma femenina; con lo cual el discurso se multiplica, se hace insoportable y, sin tener en cuenta las leyes de nuestra lengua, se inventan palabras que rayan en el ridículo. La Real Academia no lo acepta, las exigencias de la lengua se oponen, el discurso, como digo, no hay quien lo soporte; pero, a pesar de todo, ciertos partidos van imponiendo la ideología que defiende estos planteamientos. La verdad se niega, la mentira se impone.

El rubor era una virtud, hoy una necedad. El recato en el orden sexual, un modo de guardar lo que sólo tiene sentido en su momento, hoy es símbolo de libertad. Nadie normal abría su interioridad y exponía al público los secretos de su vida; ahora continuamente, no ya en público, sino ante un público mundial; en ciertas cadenas de televisión el espectáculo está servido.

Y lo más serio: la vida es el mayor y más radical de los bienes y, por tanto, de los derechos del hombre. Esto hoy se niega: la ley de la eutanasia viene a decirnos que no es así. Hemos perdido la valoración del hombre. Se habla de los derechos de la persona, de la dignidad de la persona; pero, a la hora de la verdad, se opta por algo que la pisotea hasta terminar con ella. Pero es que, además, se ha perdido toda lógica: por una parte, se lucha por terminar con la pena de muerte y, por otra, se quita la vida. Si alguien se quiere arrojar desde un décimo piso, hay que evitarlo a toda costa. Acuden los bomberos, la policía, psicólogos y todo un regimiento para convencerlo que no se tire. ¿No puede darse el caso de alguien que considera su situación insoportable? ¿Con qué termómetro se mide y compara este sufrimiento con el del enfermo candidato a la eutanasia? Si hay un preso en peligro de suicidio, se le pone guardia. ¿Este no es dueño de su vida y sus circunstancias? Me dirán que esas vidas tienen todavía posibilidad. ¡Por favor! Una vida no se mide por la posibilidad de más o menos días o años, se mide porque es vida de un ser humano. ¿Por qué no se tiene en cuenta esto en relación al aborto? Toda la vida tienen por delante. Me replicarán que lo que se pretende es ahorrar sufrimientos. Entonces, decídanse por una medicina paliativa.

Me acusarán de que estoy anclado en el paso, y yo respondo: Reflexionen y verán que no todo cambio es a mejor, ni cualquier andadura acerca a la meta.

¿Hacia dónde vamos?

Romano Guardini escribía a mediados del siglo XX: "Se va a desarrollar un nuevo paganismo, pero de naturaleza distinta que el primero… El hombre no cristiano actual tiene con frecuencia la opinión de que puede suprimir el cristianismo y buscar un nuevo horizonte religioso… Pero yerra. La historia no puede ser desandada… Si el hombre actual se hace pagano, lo será en un sentido totalmente diferente al del hombre del tiempo anterior a Cristo… Vivió en un tiempo que aún no había tenido lugar la opción que supone la venida de Cristo. Mediante ella, sean cuales sean su consecuencias, entra el hombre en un nuevo plano existencial" (El ocaso de Edad Moderna).

 "La cualidad de persona pertenece a la esencia del hombre; pero sustancialmente se hace visible y puede ser afirmada por la voluntad moral, si mediante la Revelación se abre paso a la relación con el Dios Personal Vivo en los dogmas de la filiación Divina y de la Divina providencia… Así, pues, el saber acerca de la persona queda ligado a la fe cristiana. La afirmación y el cultivo de la persona sobreviven ciertamente durante algún tiempo a la extinción de la fe, pero luego van desapareciendo" (Ibidem).

Si damos la espalda a la Revelación, no sólo perdemos a Dios, sino al hombre. El hombre ya no se reconoce como persona, es un simple animal, aunque en la cúspide de la escala animal. Hablar, pues, de derechos humanos es pura ficción. Entramos en un positivismo radical. Se puede hablar únicamente de conciertos o convenios más o menos extensos, con mayor o menor fuerza vinculante; pero nada más. Consiguientemente, la verdad y tantos otros valores propios de la persona desaparecen.

No obstante, pienso que todavía no hemos llegado a las consecuencias últimas. Como decía el cardenal Manuel Cerejeira: "El ateo honesto continúa siendo cristiano en las acciones; si quebró en sus manos el vaso santo de la fe, continúa todavía respirándola, como se sigue respirando el perfume de un vaso quebrado" (La Iglesia y el pensamiento contemporáneo).

Pero cuando desaparezca hasta ese perfume de fe... "Se verá entonces a qué realidad se llega si el hombre se desliga de la Revelación y del usufructo que de ella venía teniendo». (Guardini, obra citada.). En estos momentos ya podemos valorar algo en la ideología de género, si bien muchos no han caído en la cuenta de sus consecuencias. Y a la vista está ya todo cuanto nos presenta el transhumanismo: el proyecto de un hombre nuevo creación de la técnica, y una nueva humanidad superior a la actual y hasta inmortal.

"El Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido por Él. Únicamente sobre esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo el de vencer las formas más diversas de totalitarismo para abrir el camino a la auténtica libertad de la persona", dijo Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor (n. 99).

Y Henri de Lubac dice en su famoso libro El drama del humanismo ateo: "Sin verdad, la vida social es imposible. Me dirán que de hecho existe. No es cierto que el hombre, como parece se dice algunas veces, pueda organizar la tierra sin Dios. Lo que es verdad es que, sin Dios, él no puede en realidad sino organizarla contra el hombre... El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano".

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