Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Los límites de la ciencia

Trabajo en laboratorio.
La ciencia experimental nos habla de las cosas, pero no tiene respuesta para el por qué o el para qué de las cosas. Foto: ThisIsEngeneering RAEng / Unsplash.

por Clementino Martínez Cejudo

Opinión

"El género humano, durante milenios, vivió sin lo que hoy llamamos conocimientos científicos, pero no sin conocimientos. La razón está en que siempre existió el conocimiento llamado vulgar o experiencia del sentido común. Es el conocimiento del mundo físico que puede tener el hombre de la calle, el hombre concreto en sus contactos con la vida cotidiana. En el fondo es la raíz de todo conocimiento y en él termina de algún modo el conocimiento científico".

Con este conocimiento, "por el hecho de que la sensación establece contacto con el mundo real, es el mismo ser de la cosa sentida el que ya es alcanzado de manera elemental…". "No es un conocimiento adecuado de las cosas, pero asegura el contacto real con dicho ser, principio de otro contacto más profundo que es la obra propia de la inteligencia crítica que elabora las percepciones".

De aquí que el hombre haya caminado hacia el saber científico, "como búsqueda de un conocimiento más desinteresado, menos relativo al observador, por consiguiente más libre de subjetividad y, de este modo, más comunicable y universal". "Su método consiste esencialmente en una técnica operatoria, es decir en una experimentación que concluye en una medida" (citas de Jean-Marie Aubert, Filosofía de la naturaleza).

Dicho de un modo sencillo: se pasa de la experiencia a la experimentación.

Las antiguas culturas y su nivel de conocimientos

El hombre, precisamente por estar dotado de inteligencia, no paró nunca de avanzar en el conocimiento de la naturaleza, si bien con momentos de diversa velocidad. Prueba de ello son las milenarias civilizaciones como la china, la mesopotámica, la egipcia y, en cierto modo, la mesoamericana.

Todas eran poseedoras de grandes conocimientos astronómicos y llegaron a fijar calendarios, como el que regía en Egipto, muy perfectos: el año de doce meses, cada mes treinta días y, para mayor ajuste, cinco días más. Su alto conocimiento matemático lo explica, tanto el dato de haber llegado a una aproximación muy cercana al valor del número π, como los complejos cálculos astronómicos. Los olmecas, por su parte, introdujeron el cero (0) como concepto matemático. Lo mismo podemos decir de sus conocimientos de medicina y aun de cirugía. A la vez fueron grandes arquitectos, y, en algunos casos, constructores de importantes obras hidráulicas. Inventos de estas civilizaciones milenarias son la rueda (donde aparece la primera noticia de su uso), el rodillo, la polea, el soplo del vidrio y la cerámica, los pesos y medidas (Mesopotamia); la brújula, la pólvora, el papel y la impresión se encuentran entre los avances tecnológicos más importantes (China), conocidos en Europa hacia finales de la Edad Media.

Más cercana a nosotros, pero varios siglos antes de Cristo, está la cultura griega con sus aportaciones, de suma importancia para Occidente, que, con Aristóteles, llega al apogeo del esfuerzo griego hacia la racionalización de la naturaleza. Pero no tuvo auténticos seguidores.

Tendrán que pasar siglos hasta que Santo Tomás la asuma en una nueva síntesis cristiana; si bien ni Santo Tomás ni sus sucesores inmediatos supieron explotar la apertura que ofrecía hacia la ciencia. Algo que no se debió a la teología sino a otras causas. Sin embargo, el camino estaba abierto. Él dedicó todos sus esfuerzos a la explicación de la fe con la ayuda de las categorías de Aristóteles. La magnitud de su obra es inmensa.

Basten estos pocos datos para decir que “caminamos sobre hombros de gigantes”. El asombro de lo actual no puede negar la grandeza de los hombres del pasado.

Como podemos ver, los conocimientos sobre la naturaleza no empiezan en el Renacimiento, ni con la Ilustración, ni en el siglo XIX y XX, sino desde que el hombre es hombre. Si bien es cierto que el Renacimiento, la Ilustración y los dos últimos siglos, con el llamado método científico, han dado lugar a su avance de manera extraordinaria.

La ciencia positiva y sus aportaciones

En relación a la ciencia moderna, Peter Dear argumentó a favor de un modelo de dos fases para explicar la Génesis de la ciencia moderna: un "Renacimiento científico" en los siglos XV y XVI, centrado en la restauración del conocimiento natural de los antiguos, y una "Revolución científica" en el siglo XVII, cuando los científicos pasaron de la recuperación a la invención. En el siglo XIX empieza la ciencia moderna (experimentación). En este tiempo, el avance ha sido extraordinario. El campo de sus investigaciones es tan amplio como la realidad física. De aquí que, puestas sus extraordinarias conquistas en manos de la tecnología consiguiente, podemos decir que han cambiado la vida del hombre en un corto espacio de tiempo.

Una simple mirada pone en evidencia las aportaciones de la ciencia moderna. Las relaciones en presencia física, con el avión, los trenes de alta velocidad y el automóvil han hecho que sea cosa de horas alcanzar los puntos más distantes del planeta; con los medios técnicos actuales, presencia virtual, al instante. De una agricultura milenaria, casi manual, en razón de la mecanización se ha pasado, en cincuenta años, a reducir la labor de meses a pocos días, y del trabajo agotador a la labor cómoda. La industria ha multiplicado y diversificado los productos y, gracias a la rapidez de los transportes, llega a todas las partes del mundo en poco tiempo. La fuerza motriz ha pasado del uso de la fuerza animal al petróleo y sus derivados, y hoy a la electricidad. Los transportes por tierra, mar y aire progresan en velocidad, capacidad y comodidad. La medicina, al contar con un instrumental sofisticado, puede dar diagnósticos muy seguros y, a la vez, actuar con más eficacia. La biología ha dado pasos de gigante. La arqueología nos acerca a milenios pasados. Son unos pocos datos.

La ciencia positiva ha demostrado ser un magnífico instrumento que ha proporcionado posibilidades inmensas a la humanidad. Pero debe mantenerse en su campo y, aun dentro de su campo, reconocer sus limitaciones. De lo contrario viene a caer en una serie de errores de bulto.

Los límites de la ciencia positiva 

El conocimiento científico no agota todo conocimiento ni nos aporta toda la verdad y certeza. Su penetración no llega a la profundidad del ser, ni abarca todos los campos cognoscibles. Para acceder a un nivel más profundo del ser o campo fuera de lo físico resulta inadecuado el método científico. Para llegar a las realidades metafísicas o bien a otros campos diferentes de la física, es necesario recurrir al llamado método racional deductivo o a otros medios diferentes de la experimentación. Si redujésemos el conocimiento al que aporta la experiencia inmediata y el método científico, nuestro conocimiento quedaría en extremo reducido. Hay todo un mudo fuera de su alcance.

La ciencia positiva no resuelve todos los problemas. Hay cuestiones que no se resuelven con ecuaciones matemáticas ni con fórmulas físicas o químicas; el método instrumental de la ciencia positiva no es apto para entrar en ese hondón de las cosas, especialmente del hombre. Hay interrogantes sobre su existencia, su principio y su fin, sobre su por qué y su para qué, que se le escapan a la ciencia positiva. Negar estos interrogantes, cerrar los ojos a estos problemas o querer resolverlos desde la ciencia positiva, es negarse a resolver lo más esencial del hombre. "¿De dónde vine y a dónde voy? Esa es la gran pregunta inconmensurable, la misma para cada uno de nosotros. La ciencia no tiene respuesta para ella" (Erwin Schrödinger [1954], físico y filósofo austriaco, Premio Nobel de Física en 1933).

Por otra parte, debe reconocer algo muy importante: su incapacidad para dar juicio ético sobre las acciones humanas. No puede dar juicio ético del uso de sus descubrimientos. Lo más que nos puede decir son las consecuencias físicas que tiene una u otra opción. Nos da el conocimiento de “el ser” de las cosas, no de “el deber ser”. Y no todo lo que es posible hacer, es lícito hacerlo. El poder que pone en nuestras manos la ciencia debe regirlo la ética. Es más: en su mismo campo y en ciertas cuestiones, no debe optar por seguir la experimentación; hay líneas rojas que no es lícito traspasar, precisamente en vistas a un mal moral, al daño que puede conducir ese camino en el orden ético. La licitud o ilicitud de los actos humanos nos vine dada desde otra luz, la que aporta la ética.

La ciencia nos ha despejado muchos interrogantes y ha puesto a nuestra disposición cantidad de bienes materiales; nos ha facilitado la vida y enriquecido la relación; ha aumentado nuestras capacidades. Pero el hombre es algo más que poseedor y consumidor de cosas o de sensaciones agradables. Estamos ante el equívoco de confundir gozo con felicidad. Nos ha deparado la posibilidad de mayor disfrute de bienes, pero ¿podemos afirmar que el hombre de nuestro tiempo es más feliz que el de siglos pasados? Todo adelanto científico es en sí positivo, pero hace falta darle el verdadero uso y sentido. Y este sentido verdadero de las cosas no pude darlo la ciencia; es preciso recurrir a otro campo y buscarlo por otros caminos.

La ciencia nos ha ensanchado la libertad; pero, a la vez, nos ha puesto cantidad de vallas que la han coartado. Nos ha complicado la vida en gran manera. Desde que salimos a la puerta de casa estamos condicionados en razón de este mundo tecnificado. Nuestra andadura actual se encuentra a cada paso con el cartel de stop o prohibido. ¿Eran menos libres en siglos pasados? Sí, tenía muchas limitaciones, si bien de gran parte de ellas ni siquiera podían sentir su carencia; pero no estaban condicionados de la manera que estamos hoy. Son tales estos condicionantes, que algunos optan por volver a la vida rural. Si bien es verdad que, en este caso, más que a la ciencia se debe al modo irracional de estructurar la sociedad y a una distribución poco racional de la población. ¿O es que siempre hay que pagar un precio por cada paso positivo o negativo que se da?

Por mucho que el hombre avance en la ciencia y en la técnica, ante cada nuevo descubrimiento se abre un mundo más amplio. Cada montaña que se corona abre nuevos y vastos horizontes y este mundo tiene infinitas montañas y horizontes sin límite. Es una carrera sin meta y esto, en el fondo, viene a ser una limitación.

A pesar de todo, muchos hombres de nuestro tiempo, de un modo u otro, la han convertido en objetivo último y la razón de su vida. Todo se espera de la ciencia. El periodista Matteo Feltri lo explica perfectamente: "No es el mundo que querríamos, pero es el mundo que inevitablemente hemos construido impulsados por la única fuerza que aguanta la comparación con Dios: la fuerza de ir hacia adelante simplemente porque tenemos miedo a morir. Y si el consuelo no viene de la esperanza de un premio eterno, viene de la desesperación de construir otro metro de camino con la ilusión de que éste nos lleve a alguna parte". Al final, si no hubiera más, todo termina sin que esa razón de vida haya sido suficiente.

En este avance continuado, digno de admiración, aunque siempre muy limitado si se mira el horizonte, la meta, y los condicionantes, el hombre actual se ha crecido hasta límites de cierto endiosamiento. Se siente cada día más dueño de sí mismo y del mundo que lo rodea: las conquistas no paran. El tiempo es su aliado. Ya no hace falta recurrir a Dios. La explicación de todos los interrogantes y la solución de todos los problemas están en la ciencia. El misterio ya no existe, es ignorancia que irá desapareciendo; cuestión de tiempo.

Fuera de su campo con conclusiones no pertinentes

Admitamos y admiremos agradecidos los innegables avances científicos, pero tomemos conciencia de la realidad. La ciencia tiene una serie de límites insoslayables y sus éxitos van acompañados de muchas realidades no siempre positivas. Esto debe ponernos en guardia para que la mirada de ojos de niño con que los humanos miramos -también la de los científicos- no caiga en la ilusión de atreverse a negar a Dios. Dicen que no lo encuentran en sus ecuaciones científicas, y no lo dudo, es imposible. Pero pretender dar respuestas meta-físicas desde la física, desde la ciencia positiva, es ilógico e inútil, porque en ese momento rebasa su campo y el método experimental, ya no se trata de ciencia, “de física”, sino de “meta-física”. No es, pues, su campo, ni el método el experimental, sino el deductivo.

La ciencia positiva es incapaz de probar la existencia o no existencia de Dios. Su método experimental no es el instrumento apto para esta cuestión ni para tantas otras. Es más, los datos que aporta más bien ponen la veleta hacia la afirmación de su existencia. Pero ni siquiera en su mismo campo puede fácilmente dogmatizar; andar con prudencia y dar tiempo al tiempo es lo adecuado, pues muchas de sus afirmaciones no son sino teorías que, con frecuencia, vienen a quedar total o parcialmente superadas o desmentidas.

No obstante, sin ninguna lógica, y enanos engreídos por los resultados de la ciencia, algunos pasan a decir que la ciencia y la fe son irreconciliables. Pero dejamos esta cuestión para un futuro artículo.

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