Domingo, 03 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El suicidio de Occidente y el olvido o el rechazo de Dios

Un cantante actúa en Woodstock en 1969.
A partir de los años 60, la sociedad occidental entró en lo que los sociólogos denominan Fase Cero en cuanto al impacto de la religión en la sociedad. Es el preludio de la autodestrucción. En la imagen, John Sebastian canta en el célebre concierto de Woodstock, en agosto de 1969.

por Mariano Urdiales Viedma

Opinión

En las tertulias entre amigos, cada vez se habla más del cariz que está tomando nuestra cultura occidental y nos preguntamos: ¿nos estamos suicidando o autodestruyendo? ¿Estamos ante el ocaso de nuestra civilización? Muchos occidentales y de otras culturas piensan que somos una sociedad decadente y hedonista en la que están desapareciendo los principios que forjaron al viejo continente europeo y después América del Norte, Australia, Nueva Zelanda, etc.

En Occidente y no en otro sitio es donde se desarrolló la ciencia moderna, donde primero se reconocieron los derechos humanos y donde surgieron las democracias liberales, y es donde precisamente, se han alcanzado las más altas cotas de bienestar en la historia de la humanidad. De hecho, la mayoría de africanos, asiáticos y americanos del sur que quieren mejorar en derechos y económicamente intentan trasladarse a los países antes citados.

¿Por qué la ciencia moderna, el respeto a la persona con independencia de su sexo y la democracia surgieron en Occidente, es decir, en Europa y no en otro sitio? Aunque la respuesta es compleja y en ella intervienen muchas variables, hay un consenso generalizado en que sus raíces cristianas son posiblemente el factor más determinante. Pero si la religión (el cristianismo) jugó un papel fundamental en el desarrollo y despegue de Occidente, la desaparición de la misma también puede ser una causa decisiva de su posible desmoronamiento paulatino, desintegración y desaparición final.

El cristianismo es una cosmovisión que respeta a todos los seres humanos, al considerar que estamos hechos a imagen de Dios, igualándonos en derechos; fomenta el respeto a los demás al predicar no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a ti; y nos hace confiar en una naturaleza ordenada y lógica, que puede ser entendida por nuestras mentes limitadas, ya que todo proviene del mismo Creador, lo que estimula el estudio de este mundo.

Algo que no es ni era posible en sociedades donde los rayos dependen del estado de ánimo del dios Thor o las galernas del capricho de Neptuno: en esas culturas, la naturaleza funciona por azar, según el estado de ánimo de su dios o sus dioses. La ciencia necesita objetividad y no azar, predictibilidad (las cosas en el futuro serán similares a hoy y al pasado), uniformidad de las leyes naturales y de la lógica, que funcionarán igual, en todas partes y todos los tiempos, en las mismas circunstancias. Creer en un Dios Creador facilitaba todo lo expuesto.

Los antropólogos han confeccionado una serie de criterios para estudiar la desaparición de la religión en una sociedad, los cuales han sido sintetizados por Emmanuel Todd en su libro publicado en 2024 con el título La derrota de Occidente.

Emmanuel Todd, 'La derrota de Occidente'.

El autor los esquematiza en tres fases o estadios:

1º Fase Activa, en la que la religión está implantada en la sociedad, la mayor parte de la población asiste a los servicios religiosos, se bautizan, se casan y hacen examen de conciencia.

2º Fase Zombi, primer paso a la secularización: los valores religiosos se van diluyendo, sigue un poco el concepto de conciencia, la práctica dominical casi desaparece, se incrementan de forma considerable los matrimonios civiles y a la vez decae de forma significativa la natalidad.

3º Fase Cero, en ella, prácticamente desaparecen los valores religiosos y por lo tanto las prácticas religiosas, incluso los bautismos, disminuyen de forma considerable, aumentan de forma espectacular las uniones de hecho, familias monoparentales y uniones civiles, hay un miedo a comprometerse, los divorcios se incrementan y la natalidad baja hasta no alcanzar la tasa de reposición.

Para los antropólogos, en el siglo XXI, en “Occidente”, la religión, es decir, el cristianismo, ha desaparecido desde el punto de vista práctico, aunque queden reminiscencias culturales, algunos templos abiertos y un pequeño número de creyentes que asisten a ellos.

Pero la cosa no se queda ahí: principalmente en Europa, tenemos una población musulmana cada vez mayor y con una tasa de reproducción muy superior a la de los autóctonos. Esa población está en una fase o estadio activo, desde el punto de vista religioso, por lo que no es descabellado vislumbrar la profecía de Oriana Fallaci: si seguimos así, Europa perderá su identidad y será Eurabia u otra cosa.

El estadio cero en religión tiene consecuencias inmediatas en la familia y de forma muy marcada en los hijos y por lo tanto en la sociedad, la cual se ve intensamente afectada por esta cosmovisión. Sin religión, no hay un estándar moral externo, nosotros decidimos lo que está bien o mal y es muy difícil evitar que surja nuestro egoísmo, lo mío, nuestros caprichos y deseos inmediatos, y si se sublima algo es el yo, el sexo, el poder y el dinero.

Esa ausencia de valores morales superiores repercute en todo. Además tiene tremendas implicaciones personales: el hombre, aunque muchos se nieguen a aceptarlo, tiene necesidades espirituales, sin creencias transcendentales se queda en un vacío que es muy difícil de soportar, algo que dejaron bien consignado en sus escritos diversos existencialistas como Sartre o Camus.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, hubo un renacer religioso en Occidente que se acompañó de una alta tasa de natalidad y un marcado crecimiento económico y de las clases medias, que podían comprarse una vivienda, un coche y educar a sus hijos. Nos acostumbramos a que se vivía mejor que nunca antes y había un proyecto de familia y de sociedad, se defendía el respeto, la entrega, la meritocracia, la responsabilidad, la disciplina, el esfuerzo, la ética del trabajo bien hecho, la honestidad en general: principios y valores cristianos que vertebraban un objetivo común, era la fase religiosa activa de Occidente.

En la década de los sesenta, con la revolución sexual angloamericana y el Mayo del 68 francés, muy influenciados por autores existencialistas y por la Escuela de Frankfurt inspirada en Marx, Freud y Hegel, marcaron el camino para que la sociedad entrara en la fase zombi de la religión, se perdieron disciplina y valores, se pensaba que el hombre sería más grande y más libre al desprenderse de las obligaciones colectivas y de las ataduras religiosas; pero no fue así, todos aquellos movimientos hippies terminaban en baja o nula productividad, drogas, suicidios y familias desestructuradas, aunque también se produjo alguna música atractiva e interesante.

En la última década del siglo XX entramos en el estadio o fase cero de la religión, donde ya Dios no cuenta. Eso nos lleva al relativismo y al nihilismo, algo que no es nuevo (La revolución del nihilismo de Hermann Rauschning, 1939) y que niega la verdad y la objetividad, por lo que establece un culto a la mentira: prohíbe la descripción razonable del mundo, creando un sistema donde predominan los sentimientos sobre la realidad y da lugar a una ausencia de valores. También excluye una interpretación racional de la historia, y en su conjunto impide alcanzar soluciones válidas a los problemas actuales. Un ejemplo claro del nihilismo que nos rodea es la política trans, sobre la que no voy a hablar.

Si nos fijamos en la situación de la sociedad occidental actual, es cierto que en el campo tecnológico (teléfonos móviles, televisiones, aviones, etc.) hemos progresado mucho, pero ¿tienen los jóvenes actuales mejores perspectivas que los que nacieron en aquel baby boom de la posguerra? ¿Son más felices?

-La educación escolar se ha degradado: muchos años en las aulas, pero menos conocimientos; la comprensión lectora, por los suelos; se desprecia el esfuerzo, se pasa de curso sin aprobar (El suicidio de occidente de Alicia Delibes, 2024), se prescinde de controles externos del tipo de los antiguos Examen de Estado, Ingreso, Reválidas y PREU.

-Hasta un 32% de menores de 15 años afirman ser víctimas de maltrato por parte de sus compañeros en los centros escolares, cifra que me parece escandalosamente alta; además, el bullying ha llevado ya en nuestro país a decenas de jóvenes al suicidio.

-Los suicidios en general han pasado de 1.652 en 1980 a 4.227 en 2023. Por cada mujer suicidada, se suicidan unos tres varones, lo que coincide con el hecho de que la proporción de varones ateos o agnósticos es unas 3 veces mayor que la de mujeres.

-La depresión y la ansiedad aumentaron un 86,6% sólo entre 2017 y 2022, según el Instituto Catalán de la Salud.

-Si nos fijamos en el tema de las drogas, la fundación Proyecto Hombre publica que el consumo de drogas era testimonial hasta la década de los setenta del pasado siglo. En 2017, el 11% de la población consume cannabis de forma regular, el 2,2% cocaína y éxtasis el 0,6%. Pero lo más grave es que empiezan a edades muy tempranas: entre estudiantes de 14-18 años, el 27,5% han consumido porros, el 2,4% cocaína y el 1,9% éxtasis.

-En el ámbito económico, la deslocalización ha destruido mucha industria en Occidente, lo que da lugar a menos puestos de trabajo, desaparición de clases medias y al final, destrucción de vidas. Están aumentando las desigualdades y se complica el acceso a empleos estables y a la vivienda, por lo que muchos jóvenes no pueden independizarse ni organizar un proyecto de vida. Es cierto que la deslocalización ha mejorado la vida en otros países y mantiene mejores precios para el consumidor, pero hay que hacerlo mejor, con más moral y ética, no llevando a capas sociales occidentales a exclusión, estrés, depresión, drogas y/o suicidio. El mercado también debe tener una ética moral: si sólo hay codicia, se destruye la sociedad.

-Tampoco podemos depender de terceros para productos básicos: lo vimos con la pandemia y nuestra dependencia de otros para conseguir algo tan simple como las mascarillas, aunque sea sólo por pura supervivencia.

-Un Estado endeudado de forma continuada y con un balance comercial deficitario de forma indefinida tiene un futuro que lleva al desastre. Nuestra deuda pública en 2023 era ya de 1.573.754 millones de euros y sigue creciendo. No es ético gastar lo que han de pagar nuestros nietos.

-Para colmo, la natalidad, un dato antropológico fundamental para medir la religiosidad de una sociedad, está produciendo en Occidente una población envejecida, con una edad media en Alemania, en la actualidad, de 46 años. Hay un hecho irrefutable con relación al progreso: los viejos no suelen ser aventureros ni emprendedores. La tasa de natalidad en España fue de 1,16 niños por mujer en 2022. Es decir, nos estamos extinguiendo.

-Si miramos el divorcio, algo más del 50% de los matrimonios se terminan separando, con los daños colaterales que producen en hijos y en el cónyuge que no desea la separación. Los divorcios, separaciones y nulidades llegaron a un máximo del 88,6% en 2020. La pandemia frenó algo esa tendencia destructiva para la familia.

-En cuanto a los asesinatos por la llamada violencia de género, las mujeres asesinadas fueron 54 en 1999, 71 en 2007, 49 en 2016 y 58 en 2023, una lacra con la que es difícil terminar en una sociedad nihilista, sin valores trascendentales, aunque se creen ministerios al respecto y se inviertan millones.

-Finalmente, un breve comentario sobre la violencia sexual: en 2023, los delitos sexuales aumentaron en España un 12%. Problema que se agrava al observar que estos delincuentes comienzan en edades muy tempranas: el número de menores condenados por estas transgresiones aumentó un 14% entre 2018 y 2022. Además, muchas de estas agresiones se realizan en grupo, se graban y además se presume de lo hecho, lo que es una perversión añadida. ¿Cómo estamos educando a nuestros jóvenes? Hipersexualizamos sus vidas y no les transmitimos principios ni valores, lo normal en una sociedad relativista y nihilista.

Dios no es antiplacer. Los creyentes pensamos que Él nos dio el pene, la vagina, el clítoris, el glande y todas sus terminaciones nerviosas para disfrutarlas. Pero sí nos invita a educar y controlar nuestra sexualidad, que tiene no solo un componente físico: se acompaña de otros componentes afectivos y psicológicos que superan al anterior, hecho aceptado por los no creyentes, pues no se acepta igual unos golpecitos en la espalda de una chica, que en sus pechos o en su región genital. No debemos ser esclavos del sexo, ni dañar a nadie con nuestra sexualidad.

Podríamos hablar del aborto, la eutanasia y la eugenesia, muy defendidos por los nihilistas, que también son claros signos de una sociedad no religiosa, o de la creciente violencia de hijos contra padres, claro reflejo de una educación incorrecta.

Lo expuesto -un resumen de lo que vemos a diario en nuestro entorno y medios de comunicación- nos lleva a la conclusión de que estamos en un momento crítico en la historia de Occidente. La liberación que esperaba la sociedad prescindiendo de Dios no ha resultado, estamos más esclavizados a nuestros egoísmos y pulsiones primarias y la sociedad se desintegra, empezando por la persona, que al vivir en la nada no tiene donde cogerse y se deterioran él, la familia, el grupo y al final la nación. Un estándar moral externo es fundamental para el individuo, la economía, la sociedad y la vida en general.

Me vienen a la mente las palabras del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn. Hablando de los grandes desastres sucedidos en su tierra natal, recordó una frase que había oído a los mayores muchos años atrás y que tras sus lecturas, experiencias y testimonios compartía en su totalidad: "Los hombres han olvidado a Dios; es por ello que todo esto ha pasado”. Él hablaba de la Unión Soviética, pero ¿está pasando algo similar en Occidente? ¿Nos estamos olvidando de Dios? ¿Es eso bueno? ¿Nos lleva al progreso real y mayor felicidad o a la desaparición de nuestra civilización?

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