Sin perdón no hay paz: ni con ETA, ni con la Memoria Histórica, ni en las familias
por Daniel Arasa
Han llegado estos días a mi móvil comunicaciones virales en las que se lee: "Ni olvido ni perdón". Hacen referencia a presos de ETA, como consecuencia de la aprobación por unanimidad en el Congreso de los Diputados de la Ley de Intercambio de Antecedentes Penales sobre presos, que beneficia a unos cuantos antiguos etarras al conmutárseles la parte de penas de prisión que ya cumplieron en Francia.
En los días siguientes a la aprobación de la ley, las tensiones en el Congreso y en el Senado subieron de tono, con acusaciones de PP y de Vox de haber sido engañados por Pedro Sánchez, afirmando que tal ley significaba reducir 300 años prisión a etarras y que debían anularla. Desde el Gobierno y los partidos que les apoyan se echó en cara a los enmendantes que no se habían leído el texto de la ley que días antes habían votado a favor y luego querían corregir.
Dejamos de lado la bronca política reciente -ya tan habitual- y vamos al núcleo de los envíos virales remitidos, en este caso provenientes de sectores de derechas, contrarios al olvido y el perdón. Algunos de los que me los enviaron eran personas sinceramente católicas, que intentan vivir a fondo su vida cristiana.
Años atrás, con las mismas palabras, "Ni olvido ni perdón", me llegaban también -y persisten de vez en cuando- las reacciones de independentistas catalanes tras la declaración unilateral de independencia y la violenta actuación policial contra los votantes del 1 de octubre de 2017 en el referéndum ilegal. Varios de los que enviaban tal reacción-eslogan de "ni olvidar ni perdonar" eran también católicos practicantes, que se sienten nacionalistas independentistas.
Y poco más o menos lo mismo, al menos la misma idea, me enviaban hace unos años varios promotores o implicados en la denominada Memoria Histórica, por mis libros relacionados con la Guerra Civil y la represión en uno y otro bando. Querían reverdecer el guerracivilismo y los enfrentamientos, con visión maniquea de buenos y malos. Y estaba claro quienes eran, para ellos, unos y otros. Alguno, además, lo hacía con la evidente pretensión de utilizar la historia con finalidades políticas actuales. A diferencia de las situaciones de derechistas y de independentistas y antes citadas, no recuerdo en este caso que fuera ferviente católico ninguno de los que me hicieron llegar tales mensajes guerracivilistas.
Al margen de las legítimas y respetables posiciones políticas de cada persona, es muy grave que se haya incrustado hasta la médula de amplios sectores de la sociedad la idea de no olvidar y no perdonar los reales o supuestos agravios, y mucho más que tal decisión haya penetrado entre una parte de los cristianos. Quizás abducidos por su respectiva ideología política no han reflexionado que no estar dispuestos a perdonar les conduce a ellos mismos y a la sociedad en general a un callejón sin salida, a eternizar los conflictos. Y, desde luego, a no estar en línea de lo que propone Cristo.
Sin perdón no hay paz. En ninguna situación. Es una espiral interminable.
Hay que comprender que olvidar y perdonar costará muchísimo y exigirá un gran esfuerzo y humildad a quienes han sufrido las agresiones en su propia carne o en la de sus familiares y amigos, pero la paz en sus conciencias solo llegará con el perdón.
Los ultrajes, incluso asesinatos, han sido reales, y es legítimo pedir justicia, pero sin misericordia tampoco hay justicia. Animo a ver la película "El mayor regalo" de Juan Manuel Cotelo, con testimonios de perdón ante afrentas y daños tremendos. También en las redes hay otros muchos testimonios de personas generosas, y probablemente muy santas, que perdonan a quienes les han causado grandes dolores.
De otro lado hay que darse cuenta que muchos perjuicios y humillaciones se arrastran incluso por generaciones: quiero venganza porque tu padre le dijo o hizo tal agravio al mío; pero tu abuelo antes se ensañó con el mío, responde al otro; bueno, tu bisabuelo explotó a mi tío abuelo… Son un eterno "tú me has hecho más". Un bucle sin salida.
A comprenderlo puede ayudar por su mayor distancia un escenario de enorme tensión actual y desde hace muchas décadas: Oriente Medio. A las agresiones terroristas de Hamás y de Hizbolá responde Israel con furia. Ni siquiera se limita al rabínico "ojo por ojo y diente por diente", que aún manteniendo la venganza significaría proporcionalidad, sino con matanzas infinitamente mayores de palestinos y libaneses, con encarnizamiento, con actitud vengativa. Su desarrollada tecnología y servicios de inteligencia tremendamente eficaces destrozan a sus adversarios, cazan a sus jefes y muy probablemente conseguirán la victoria militar, pero lo que no evitarán es que se haya incrementado el odio y haber garantizado la continuidad de la violencia permanente y nuevas guerras futuras.
Sin perdón no se va adelante. Tampoco en las familias. Rumiar los agravios, reales o supuestos, lleva a la desazón y quizás a la ruptura. El Papa Francisco ha hablado muchas veces del perdón Basta recordar algunas palabras suyas referidas al matrimonio: "El primero en pedir perdón es el más valiente. El primero en perdonar es el más fuerte. El primero en olvidar es el más feliz".
Es aplicable a otros ámbitos.
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