Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Confinamiento global


por Albert Cortina

Opinión

A partir de la pandemia por el coronavirus COVID-19 nada volverá a ser igual. El mundo está realizando un reset global.

Cuarentena y Nuevo Orden Mundial

Al drama sanitario le seguirá la depresión económica, el colapso del sistema financiero actual, la explosión social y tal vez, a modo de una "tormenta perfecta", esta situación nos pueda conducir a la intensificación de la presente guerra mundial híbrida, es decir, a un conflicto armado global que mezclaría tácticas de guerra convencional (sin descartar el uso de las armas nucleares), la guerra irregular y la ciberguerra, junto  con las fake news y el uso de las últimas tecnologías disruptivas a través de las cuales la influencia y el control absoluto sobre la población resultarían vitales.

Me temo que a través de dicha guerra mundial híbrida, las potencias globales quieren aprovechar la ocasión de inmenso caos (y a la vez de extremado orden y control social) que está provocando la pandemia del coronavirus COVID-19, y de este modo, consolidar su hegemonía geopolítica a lo largo del presente siglo XXI. El Nuevo Orden Mundial necesitaba una crisis sistémica como esta para poder implementarse con mayor celeridad y extensión, y la pandemia -sea o no de "falsa bandera"- ha sido el detonante perfecto.

Por otro lado, comprobamos con tristeza que el COVID-19 ha sido más eficiente que todos los manifiestos y declaraciones de las costosas cumbres mundiales sobre el clima y el medio ambiente realizadas durante estas últimas décadas. Las proclamas a la conciencia ecológica de Greta Thunberg y las llamadas del Papa Francisco a la conversión ecológica integral propuesta en su encíclica Laudato Si’ no han resultado tan eficientes como el confinamiento obligatorio de la población en sus casas, las restricciones extremas en la movilidad de los ciudadanos y la paralización de gran parte de las actividades económicas bajo los estados de alerta, de excepción o de emergencia.

El confinamiento global ha conseguido el decrecimiento total del sistema, y de este modo, ha reducido drásticamente los índices de contaminación de la Tierra.

Desde la cosmovisión ofrecida por la ecología profunda, algunos se sienten orgullosos de esta situación, a pesar de que los niveles de angustia, ansiedad y miedo hayan aumentado en todos los seres humanos. Yo desde luego no estoy nada contento con este “cambio de paradigma”. Creo que un buen índice de felicidad de los seres humanos es el mejor indicador para un planeta saludable en armonía de las personas con toda la Creación y con el Creador. Una felicidad auténtica, no un mero bienestar material o una felicidad superficial, sino un estado de bienaventuranza que nos haga sentir plenamente vivos y en comunión con la Trascendencia.

Algunos globalistas acarician la idea que el control de la población a través de una eugenesia liberal, o la reducción del número de habitantes en el planeta, sería la solución definitiva a la emergencia climática y a la crisis ambiental.

No comparto en absoluto esta agenda totalitaria y diabólica, ya que si aceptamos esa premisa, cabría preguntarnos entonces: ¿Por dónde empezamos? ¿Por los afectados de una pandemia natural o bien creada artificialmente? ¿Por los ancianos? ¿Por los discapacitados? ¿Por los pobres? ¿Por el resto de humanos obsoletos y descartados? Se ve claramente que quienes piensan en una “solución final” de este tipo, forman parte del “lado oscuro de la fuerza”.

El ser humano es quien posee la inteligencia autoconsciente del planeta y por ello, es su máximo responsable y custodio. Debemos preservar la naturaleza y la condición humana de los importantes riesgos existenciales que nos acechan en este siglo XXI como son: las pandemias globales, la guerra nuclear, el cambio climático, las hambrunas y la pobreza, la inteligencia artificial fuerte, etc. Es nuestra responsabilidad generacional luchar para que estos riesgos existenciales no acaben con la humanidad y con todos los seres vivos del planeta.

Como señala Vicenç Villatoro en un reciente artículo de opinión, “el coronavirus nos ha puesto delante de nuestras narices la fragilidad y la vulnerabilidad de nuestra forma de vivir, la rapidez con que puede entrar en crisis y la potencia limitada de nuestros recursos para controlarlo todo”.

Esta cuarentena y confinamiento global nos hace entender a todos que cuando estamos aislados e individualizados, asustados y enjaulados, el poder que emerge es un poder centralizado, jerárquico, autoritario, que lo controla todo. ¿Será este el momento del advenimiento del Nuevo Orden Mundial tan anunciado?

¡Quién nos iba a decir a los ciudadanos de los países occidentales y de las sociedades democráticas que en unos pocos días el mundo iba a cambiar radicalmente de este modo!

Cuaresma y Comunión Espiritual

Desde otra perspectiva, en el contexto espiritual, resulta providencial que la cuarentena por el coronavirus que se ha implantado a nivel mundial coincida este año con el tiempo que la tradición cristiana dedica a la Cuaresma. Este es un período de cuarenta y seis días, desde el miércoles de ceniza hasta la víspera del domingo de Resurrección, en el cual algunas iglesias cristianas –entre ellas la Iglesia Católica– preceptúan ciertos días de ayuno y penitencia en memoria de los cuarenta que ayunó Jesús en el desierto.

La Cuaresma nos permite a los cristianos y a los hombres y mujeres de buena voluntad, despojarnos de lo que no es necesario y centrarnos en lo que de verdad importa.

Tal y como señala Xavier Casanovas en un artículo titulado Coronavirus: una oportunidad para secularizar la Cuaresma publicado por Cristianisme i Justicia, “ahora que nos hemos visto obligados, hagamos de la necesidad virtud y pensemos de qué manera vivir con menos, buscar el silencio, detenernos, querer el decrecimiento (con el consiguiente impacto positivo a nivel ambiental) podría ser también una opción vital válida, y probablemente la única posible. Podríamos, a partir del próximo año, recordando el aprendizaje que habrá significado esta crisis del coronavirus, y que tarde o temprano terminará, reconocer que por unas semanas abrimos los ojos y se nos hizo evidente –porque lo habíamos olvidado, y sin memoria el progreso no son más que escombros que dejamos atrás, que diría Benjamin– que nuestro horizonte es finito, que no somos realidad virtual (ni transhumanos o posthumanos, añadiría yo) sino cuerpo físico que sufre y se agota, que no hay futuro sin un presente consciente de sus límites y que la peor de las tentaciones que tenemos como seres humanos son la desmesura y el espejismo del dominio total. Porque recordemos: somos polvo, y en polvo nos convertiremos”.

Si la Cuaresma cristiana culmina con la alegría de la Pascua, esta Cuaresma del 2020 caracterizada por un confinamiento forzado nos llevará –si aprendemos la lección y nos convertimos, poniendo nuestra mirada en Jesucristo– hacia el gozo de la vida solidaria y austera, respetuosa con la naturaleza, volcada a los demás, una vida humilde y sobria que es condición de posibilidad y garantía de una vida plena. Esta Cuaresma de cuarentena y confinamiento global es una oportunidad excelente para mejorar personalmente y profundizar en nuestra vida interior.

Desde la cosmovisión cristiana, este confinamiento global puede vivirse con mayor intensidad a través de la fe, y por tanto, con un profundo sentido sobrenatural.

En efecto, son muchas las personas y las familias que estos días están interconectadas para apoyarse mutuamente como una comunidad virtual y para rezar “juntos”, los unos por los otros y por toda la humanidad, gracias a las nuevas tecnologías.

Sin embargo, a pesar de todos esos loables esfuerzos, esta nueva modalidad de “tecno-religión” a la que los cristianos hemos sido abocados por las circunstancias extraordinarias del confinamiento global, generan una sensación inmensa de tristeza y de vacío espiritual.

En efecto, con la declaración del estado de alarma –y dentro de muy poco del estado de excepción–, no queda más remedio que asistir a la celebración virtual de la Santa Misa, desde una fría pantalla de televisión, de ordenador o de móvil, sin poder recibir la gracia santificante a través de los sacramentos (en especial el del perdón-reconciliación, así como la unción de enfermos), sin la celebración pública del sacrificio de la Santa Misa (elemento central de la vida cristiana y de la Iglesia), sin poder adorar a Dios en el Santísimo Sacramento expuesto sobre el Altar y sin poder recibir a Jesucristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de agua viva.

Estas circunstancias no se corresponden con lo que en otras épocas de pandemias y desastres han sido las actitudes de mayor confianza en la Divina Providencia del Pueblo de Dios y de sus Pastores. Y es que, son tiempos de oscuridad, de Gran Tribulación, “donde cada vez se le da menos importancia a la Eucaristía” tal y como advirtió en los años sesenta Nuestra Señora del Carmen en San Sebastián de Garabandal (España).

¡Ahora que nos hemos quedado sin poder recibir el Sacramento de la Eucaristía nos damos cuenta de cuánto lo necesitamos, Señor!

Tal vez esta pandemia es un Pre-Aviso que nos envía el Cielo en plena Cuaresma para, de este modo, prepararnos para el Gran Aviso de Dios, donde todas las conciencias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo serán iluminadas como prueba de la Misericordia de Dios para lograr así nuestra conversión. ¡Estamos ya en los últimos avisos!

Entretanto, en pleno confinamiento global, a los cristianos solo nos queda la Comunión Espiritual. No obstante, Dios continúa manifestándose en este momento de la historia humana con signos y señales, invitando a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a salir gozosos a su encuentro y a recibir libremente su Salvación.

Publicado en Frontiere.

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