Martes, 08 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Los argumentos seculares sobre el matrimonio no son suficientes


por Jennifer Roback Morse

Opinión

Scott Hahn es un prolífico estudioso de la Biblia con un amplio número de seguidores entre los católicos ortodoxos. No necesita mi ayuda para difundir su nuevo libro: The First Society. The Sacrament of Matrimony and the Restoration of Social Order [La primera sociedad. El sacramento del matrimonio y la restauración del orden social]. Pero yo sí necesito su ayuda. Necesito su ayuda para convencer a mis amigos amantes de la política y partidarios del matrimonio de que nuestra defensa del matrimonio necesita argumentos espirituales y teológicos además de argumentos de ley natural, porque lo que estamos haciendo no está dando resultado.

Ninguna persona seria puede negarlo: el matrimonio, la institución de un-hombre-y-una-mujer-para-toda-la-vida, está saliendo mal parado de los debates políticos. Me he implicado en debates pro-familia durante mucho tiempo y he utilizado muchos datos sociológicos y razonamientos lógicos. Y estoy convencida de que el mundo secular necesita algo más que argumentos seculares.

Hemos perdido la exigencia de un hombre y una mujer para el matrimonio. Hemos perdido las presunciones de permanencia y de exclusividad sexual. Y día a día va menguando el partido del sentido común natural a favor del amor matrimonial para toda la vida. Personas que hace diez años votaron convencidas a favor del matrimonio entre hombre y mujer lo rechazan ahora. ¿Realmente han cambiado tanto sus opiniones? ¿Tienen miedo de decir lo que realmente piensan? Sea por lo que sea, ya no tenemos los partidarios que teníamos hace muy pocos años.

Podríamos culpar a los perversos jueces del Tribunal Supremo por la sentencia Obergefell [que declaró constitucional la consideración como matrimonio de la unión entre personas del mismo sexo], pero no podemos culpar a los divorcios por mutuo acuerdo en los tribunales. Estado tras estado, los legisladores establecieron el divorcio por mutuo acuerdo sin apenas resistencia. Han aparecido burocracias gigantes para hacer cumplir las órdenes de custodia y los acuerdos económicos. Ninguna institución religiosa importante ha ofrecido una alternativa seria.

¿Qué decimos en defensa del matrimonio? Estuve en las trincheras cuando la campaña por la Proposición 8 en California [que invalidó en 2008 el matrimonio homosexual]. No debíamos sacar a relucir la Biblia. No debíamos hablar de la homosexualidad en absoluto, ni mencionar bajo ningún concepto el sexo gay. Los organizadores de la campaña nos animaban a decir que “los niños necesitan una madre y un padre”. Pero buscaríamos en vano cualquier declaración oficial de la campaña de la Proposición 8 en el sentido de que “los niños necesitan a su propia madre y a su propio padre”. Esa estrategia retórica fue lo bastante buena para ganar la Proposición 8 en California en 2008. Pero en 2012, los defensores del matrimonio entre personas del mismo sexo se habían adaptado a nuestros argumentos. Nosotros nunca nos adaptamos a los suyos. Empezamos a perder y desde entonces no nos hemos recuperado.

Tenemos muchas personas defendiendo la libertad religiosa, pero apenas tenemos apoyo institucional para explicar por qué nuestras iglesias creen en lo que creen. Rara vez escuchamos a las iglesias mismas explicar por qué está mal la práctica de la homosexualidad, o por qué solo el matrimonio entre hombre y mujer es un matrimonio real. ¡Qué digo! ¡Hoy apenas podemos defender la idea evidente de que los hombres y las mujeres son diferentes, y de que ser hombre y ser mujer son categorías reales!

He llegado a creer que una buena parte de nuestro problema ha sido el miedo: tenemos miedo de llegar a temas adicionales que implicaría una defensa a pleno pulmón de la añeja doctrina cristiana. Si decimos que “los niños necesitan a su propia madre y a su propio padre”, nos enfrentaremos con la existencia de millones de niños que pierden el contacto con uno de sus padres a causa del divorcio o de la paternidad monoparental. Si decimos que “la reproducción que implica a una tercera parte es intrínsecamente inmoral”, tendremos que enfrentarnos a la utilización de la donación de esperma y de óvulos y de vientres de alquiler por parte de parejas que no son gays. Si decimos que “los hombres y las mujeres son diferentes”, tendremos que enfrentarnos a todo el establishment feminista. Y si nos atrevemos a decir que “el sexo gay está mal”, tendremos igualmente que decir que hay límites morales a la actividad sexual, incluso a la actividad sexual consentida entre adultos. Y una vez dicho eso... ¡amigo!, habremos abierto de verdad la puerta a un enfrentamiento total con toda la moderna y revolucionaria estructura sexual”.

A Hahn no le asusta ninguno de tales temas. En este libro no habla de todos ellos, por supuesto; el libro no trata de eso. Pero uno puede presumir fácilmente que no se achantaría ante cuestiones fuertes. Su posición teológica, basada en la Escritura, en la tradición y, sí, en la razón y la evidencia, es coherente. Muchas de nuestras posturas no-religiosas no son internamente coherentes, así que ¿cómo son de “prácticas” cuando las planteamos?

Lo que es más importante: el análisis de Hahn muestra que los argumentos de la ley natural para el matrimonio no son suficientes para mantener el amor de las parejas casadas. Podemos estar todo el día explicando el valor y los beneficios del matrimonio a nuestros vecinos no religiosos. Y, por supuesto, debemos hacerlo. Pero no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que las explicaciones racionales son suficientes. La razón sola no mantendrá unidos nuestros matrimonios cuando las cosas se pongan feas.

Como apunta el doctor Hahn, “si nuestro único objetivo es una sociedad construida solo en torno al matrimonio natural, despojado de divinidad y sacramentalidad, tal vez lo consigamos, pero no por mucho tiempo. Aun si todos tuviésemos una idea (secular) perfecta sobre la permanencia, la exclusividad y la apertura a la vida, e incluso si el divorcio y la anticoncepción artificial estuviesen prohibidos por ley, encontraríamos imposibles e intolerables las exigencias del matrimonio. Sin el poder sanador de la gracia de Dios, nuestra condición caída se reafirmaría inmediatamente, en cada cual a su propio modo. El nuevo bucle resultante devoraría la renaciente cultura del matrimonio: la vivencia del matrimonio se degradaría a medida que la gente recortase las exigencias e ignorase los límites, lo que a su vez degradaría las normas por cuya implantación tanto habríamos luchado” (págs. 127-128).

La sociología respalda esta opinión. La práctica religiosa habitual es un “factor protector” contra el divorcio. Es nuestra forma ampulosa de decir que las parejas que van a la iglesia habitualmente tienen menos probabilidad de divorciarse. La asistencia habitual a la iglesia durante la adolescencia está relacionada con menos posibilidades de divorciarse en la edad adulta.

Como señala Hahn, “el matrimonio sin Dios es posible en teoría, pero no en la práctica”. No le hacemos ningún favor a nuestros jóvenes eludiendo este punto.

Además, nadie quiere aferrarse a un barco que se hunde. En especial los jóvenes, dispuestos a estar a la altura de un reto que valga la pena. El doctor Hahn les ofrece uno: “Evitemos abandonar los primeros principios esenciales y negociar con la fe a cambio de que se nos indulte por un breve tiempo. Probablemente no seamos testigos a lo largo de nuestra vida de espectaculares conversiones masivas a la santidad, así que seamos heroicos aceptando humillaciones a corto plazo –una derrota aparente- pero sin componendas” (pág. 178).

En The First Society, Hahn despliega la perspectiva teológica que esperamos de él. Al hacerlo, detalla un programa práctico para defender la familia en nuestro mundo secular hostil. Dejemos de limitarnos a razones “científicas” o de “ley natural” para nuestras creencias. Aunque nada hay de equivocado en esas razones, no son suficientes. Hemos dejado en el banquillo durante demasiado tiempo a nuestro mejor jugador: Jesús. Como dice el doctor Hahn, “es hora de hablar la verdad católica con claridad y osadía”.

Estoy totalmente de acuerdo.

Publicado en Crisis Magazine.

Jennifer Roback Morse es fundadora de The Ruth Institute y autora, entre otros libros, de The Sexual State. Estará presente del 8 al 10 de noviembre en Madrid en el Congreso 50 años de Mayo del 68 que organiza la Universidad Francisco de Vitoria.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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