Religión en Libertad

El viaje que preparó la Navidad

Muchas veces he pensado que la Navidad se espera, pero viendo la vida de San José, tal vez tenga más sentido iniciar ese viaje y salir a buscarla.

José y María camino de Belén, en el corto 'Virgen y madre' con el que HM Televisión relata el Misterio del nacimiento de Jesús.

José y María camino de Belén, en el corto 'Virgen y madre' con el que HM Televisión relata el Misterio del nacimiento de Jesús.HM Televisión (captura)

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Hace pocos días nació nuestro quinto hijo. Siempre he sido fan absoluto de estos días de hospital, de los mejores días de mi vida. Se detiene el tiempo; todo es excusable durante 48 horas. Lo importante se convierte en lo único: mi mujer, el recién nacido, los médicos cuidándoles y, en la sombra, yo. En pleno Adviento, preparando la Navidad, el nacimiento de Jesús… ¿Tiene algo que ver ese nacimiento hace más de dos mil años conmigo hoy? Esta es precisamente la pregunta con la que C.S. Lewis (Cautivado por la alegría) motivó tanto a Tolkien como para escribir El Señor de los Anillos.

Hubo un día en que un hombre, cabeza de familia, quedó abatido por el amor de su vida, y por muy evidente y contundente que pueda ser la aparición de un ángel que aclare las cosas… el tiempo nos ha borrado a todos nuestros mayores subidones. Pasan los días, semanas, meses, y lo mundano se come el espacio de lo trascendental. Y cuando, tiempo después, llevas más de cien kilómetros andando camino a Belén, con temperaturas cercanas a los 0 grados, con tu esposa embarazada de nueve meses, y no de ti… me gusta imaginar que San José tuvo dudas. Me gusta imaginar que tuvo que pedirle a Dios de nuevo que le ayudara, que se mostrara nuevamente como vara firme en la que apoyar los siguientes pasos. Me gusta imaginar que hizo cosas sin sentirlas; que en algunos momentos tuvo una voluntad casi pelagiana, como el que avanza desgastando sus fuerzas, hundido en la nieve, sin visibilidad, guiado simplemente por una intuición. Y en otros, casi jansenista, viendo que no podía darle a su familia -la elegida por Dios- lo que necesitaba. Me lo imagino derrumbándose, sintiéndose incapaz, bloqueado como el que iza una vela un día sin viento. Y, de golpe, imagino que se llena de coraje, de Gracia, como quien llena los pulmones de aire al respirar hondo, y apuesta de nuevo todo por la fe. Aprieta su bastón con fuerza, lo clava en el suelo y arranca a andar haciendo temblar la tierra.

Pero todo eso es solo mi imaginación… sin embargo, lo que es indiscutible es que, desde el Anuncio del ángel hasta el Nacimiento, San José tuvo que preparar la Navidad. Aunque todo estaba previsto desde arriba, aquí en la tierra poco estaba dispuesto todavía para la venida de Jesús. Del censo del emperador Augusto no sabían nada cuando, felizmente, iniciaban su vida en Nazaret; ese primer viaje juntos, imagino, tuvo que ser lo más parecido a un tiempo para preparar lo espiritual y también lo físico para el Nacimiento.

Muchas veces he pensado que la Navidad se espera, pero viendo la vida de San José, tal vez tenga más sentido iniciar ese viaje y salir a buscarla. Habrá momentos de euforia, de sentirse pleno: “No te preocupes, María, yo me encargo. ¡Vamos!”. Y a los pocos meses, te ves incapaz de ofrecerle nada mejor que un pesebre para que nazca el Hijo de Dios; momentos duros, humillantes. Pero en todos ellos hay una mirada al cielo, un rehacerse, un continuo miércoles de ceniza; momentos como los que escribía Santa Teresa de Calcuta: “Si supiesen cómo mi alegría es el manto bajo el que cubro el vacío y la miseria. A pesar de todo, esta oscuridad y este vacío no son tan dolorosos como el anhelo de Dios. (…) Si mi sufrimiento sacia tu sed, aquí estoy, Señor, con alegría”.

Me sorprende ver que para lo importante siempre tuvo tiempo. Su esperanza no estaba puesta en lo material. No desesperó en las dificultades. Su vida nos demuestra que de Dios salimos y a Dios hemos de ir, y en ese camino encontramos plenitud. Este abandono confiado de “infancia espiritual”, que San Josemaría calificaba de “camino cuerdo y recio (…) necesita robustecer y virilizar la voluntad” (Camino 856). Voluntad de esa que no está de moda; voluntad de esa que vive al margen del vaivén de los sentimientos; y aunque busca su energía en el corazón, es voluntad para hacerse don. Y precisamente en este momento, en el que estás tendiendo una lavadora a las once de la noche, en el que el caos te invita a mandarlo todo a la casilla de salida, o más lejos, en ese momento en que alguien se está frotando las manos a punto de tentarte a desfallecer, allí precisamente es cuando la voluntad ayuda a doblegar al entendimiento, porque la entrega muchas veces se nos hace incomprensible: “Para sujetar el entendimiento, se precisa, además de la gracia de Dios, un continuo ejercicio de la voluntad” (Camino 856).

Miro entonces a la Sagrada Familia en ese viaje de Nazaret a Belén, con la Virgen María a punto de dar a luz al Hijo de Dios. Ese viaje debía hacerse por obediencia al edicto imperial, pero me gusta pensar que no fue solo un acto de humildad; fue también un ejercicio de confianza para alinearse con la voluntad de Dios. Un acto más que evidencia que la vida de San José tiene todo que ver conmigo hoy.

Pero no fue un viaje especialmente extraordinario; los hubo más heroicos en el futuro. En palabras del Papa Benedicto XVI: “San José es modelo de hombre silencioso y fiel. Su grandeza no se mide por palabras ni por títulos, sino por la disponibilidad total a Dios”. Pienso que a veces intentamos lo extraordinario delegando lo ordinario, y los padres nos engañamos pensando que lo esencial es simplemente lo básico; y, en realidad, allí se encuentra también el amor. “En su vida descubrimos que la grandeza de un hombre no está en el poder, sino en la entrega fiel al plan de Dios” (Papa Francisco). Y así, igual nosotros hoy, cuando recogemos la cena de los niños mientras duermen, doblamos su ropa y se la preparamos para el día siguiente, barremos su habitación, rehacemos sus camas… estamos realizando actos de amor que María y San José tuvieron con el Hijo de Dios. Son oportunidades de amar que podemos hacer cada día, cuando nadie mira, cuando tienen valor. Porque “Dios anda también entre los pucheros” (Santa Teresa de Jesús)

Y este ejercicio de la voluntad del padre de familia, que pretende hacer de los actos de entrega ordinaria un eco de lo trascendental, es un paso a paso más hacia el cielo. Doblega su entendimiento como si castigara al niño caprichoso que tiene dentro, para, de nuevo, hacer lo que tanto le cuesta hacer, pero entiende que debe hacer. Y muchas veces no lo conseguimos, y nos creemos vencedores por conseguir lo que el egoísmo pedía; nos pondremos la medalla del “tiempo para mí”, sabiendo, honestamente, que la competición de la vida es otra. Y, de nuevo, ese San José que hizo del pesebre el lugar más santo, conseguirá que hagamos de nuestra miseria una oportunidad para salir de nuevo: “Otra caída… y ¡qué caída!... ¿Desesperarte?... No: humíllate y acude, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. Un ‘miserere’ y ¡arriba ese corazón! A comenzar de nuevo” (Camino 711).

Ánimo, familias. Es en esta batalla espiritual, que le niega al mundo sus caprichos, que intenta prescindir de los adornos para implicarse en lo esencial, que lucha por tomar la puerta estrecha de la voluntad de Dios, donde creo que podemos salir a buscar la Navidad. Es en este viaje de Nazaret a Belén, de Dios hacia Dios, donde pienso que la lucha del día a día prepara nuestro pesebre, para que cuando nazca el Hijo de Dios, evidenciemos que el mito ocurre realmente en nuestra vida; que quien pierde su vida la salvará. Podemos esperar sentados a que la Misa del Gallo imprima su Gracia, pero tal vez sea en esos pasos voluntariosos del día a día donde realmente avanzaremos del primer Kerigma al pesebre y, si Dios quiere, llegará la Navidad y el Hijo se hará más presente en lo ordinario. “En Cristo, el mito se hizo hecho: el mito verdadero ocurrió realmente” (Tolkien, 19 de septiembre de 1931).

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