Religión en Libertad

Los progresistas confían ciegamente en cosas que mañana van a rechazar

Luchan por lo perecedero, en una especie de disonancia filosófica que hemos visto tanto en Marx como en Marcuse.

Los progresistas son la escencia del relativismo: hoy acallan lo que ayer ensalzaban, o al revés, sin que suponga para ellos contradicción alguna.

Los progresistas son la escencia del relativismo: hoy acallan lo que ayer ensalzaban, o al revés, sin que suponga para ellos contradicción alguna.BenMoses M. / Unsplash

Creado:

Actualizado:

Otra consabida -por no decir manida y archiconocida- incongruencia de los teóricos progresistas es predicar que un tipo de moralidad era comprensible en el pasado y aborrecible en el presente.

El pensador Herbert Marcuse, uno de los epígonos más destacados de la escuela de Frankfurt (institución catalizadora de las ideas de Marx, Hegel y Freud), arguyó que cierto grado de continencia sexual (a lo que él llamaba “represión”) fue necesaria en determinadas épocas atizadas por la escasez y las duras condiciones de vida, pero que dejaba de tener sentido en un estado de bienestar y de abundancia. En estos términos, lo puso por escrito en su obra Eros y civilización: “Sólo un orden de abundancia es compatible con la libertad”; y, por consiguiente, la “liberación” -en referencia a la sexualidad- es plausible cuando “la realidad pierde su seriedad” y la necesidad se hace “ligera”.

En otras palabras, Marcuse reconoció que la humanidad no hubiera sobrevivido en época pretéritas si hubiese estado imbuida de la liberación sexual propia de nuestros días, pero que, ahora, en esta era del bienestar y la abundancia, la continencia es prescindible.

Otro ejemplo -entre la marabunta- de semejante disonancia filosófica lo podemos ver en Karl Marx, quien alegó que el capitalismo fue un paso previo imprescindible para que los Estados desembocasen en la superestructura comunista. Su teoría fue una reinterpretación del esquema hegeliano tesis-antítesis-síntesis, en virtud del cual la tesis (lo que había) era el modelo económico feudal; la antítesis (lo que se le opuso), el capitalismo; y la síntesis (como resultado del conflicto entre ambos sistemas), el comunismo.

En resumen, al igual que Herbert Marcuse veía que cierto grado de continencia sexual era plausible en determinados periodos de la historia, Karl Marx aprobó que el capitalismo existiese como camino preparatorio para la construcción del comunismo; por lo que esa sociedad capitalista de la que tan ferozmente abjuran los comunistas llegó a recibir la bienvenida del fundador de semejante ideología.

En definitiva, los denominados “progresistas” condenan sin piedad -y a voz en grito- aquellas cosas que aplaudían un puñado de años antes; y defienden con telúrica y flamígera obsesión -con una fe pseudorreligiosa- postulados que, en cuanto pasan de moda, son vistos por ellos como anatema, como una realidad a condenar. Aquello por lo que se desgañitan no puede ser más vaporoso, voluble y perecedero, y lo viven con ciega -y rendida- convicción, como si de una religión pagana se tratase.

Al final, desconocen cuáles son sus auténticas creencias, no saben ni por lo que están luchando (con tanto ahínco, arrojo y denuedo, para más inri). 

tracking