Religión en Libertad
José de Ribera, 'Santa Teresa de Jesús' (1644).

José de Ribera, 'Santa Teresa de Jesús' (1644).

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Al aproximarnos al conocimiento de la vida y la obra de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) nos sobrecoge su profundidad espiritual y, a la vez, su extraordinaria humildad. Su recorrido vital refleja un largo camino hasta una vivencia excepcionalmente profunda de la fe cristiana en el ámbito de la vida consagrada. Ni las teorías psicologistas ni las sociologistas ni las culturalistas, que han tratado de reducir tendenciosamente esta experiencia, han conseguido ocultar su grandeza.

Siendo una adolescente, Teresa, según cuentan sus biógrafos y ella misma, cuidaba primorosamente sus manos y su pelo. Hacía uso de perfumes y maquillajes, según la moda española de la época. Y además era “enemiguísima de ser monja” (Vida 2, 8). Aquella muchachita gentil y con donaire que se complacía en sus vestidos, como todas las de su edad, no sospechaba el camino tortuoso que Dios le tenía encomendado.

Posteriormente Teresa emprendió un camino erizado de dificultades y obstáculos temibles. Como reformadora del Carmelo, tuvo que hacer frente a la práctica oposición de todo el mundo; como escritora sufrió la vigilancia más estricta de la censura eclesiástica; como maestra en la oración, hubo de soportar la indiferencia, cuando no la sospecha y la enemistad de muchos confesores y profesores de teología. Además padeció enfermedades diversas. Todas las adversidades y contratiempos fueron superados con la ayuda de Dios.

Al principio de la década de 1560, Teresa de Ahumada llevaba 27 años en el monasterio de la Encarnación. Allí se observaba la Regla del Carmen con la mitigación que Eugenio IV había dado a la Orden. El convento, a mediados del siglo XVI, contaba con casi doscientas monjas y tenía graves problemas en su gestión y mantenimiento. Las monjas salían largas temporadas buscando sustento en casas de parientes; por otra parte, se recibían muchas visitas, de manera que se estaba bastante lejos del silencio monástico. Además, las diferencias de extracción social se reflejaban en distintos niveles de comodidad en la clausura. Teresa expresa su deseo de reforma con estas palabras: “Apartarme más de todo y llevar mi profesión y llamamiento con más perfección y encerramiento” (Vida 36, 5)

Cuando comienza a dar a conocer su deseo de fundar el convento de San José en Ávila empiezan las dificultades. En primer lugar la indecisión del confesor de la santa, el jesuita padre Baltasar Álvarez; la indecisión del provincial del Carmen, Fray Ángel de Salazar; la oposición del obispo de Ávila, don Álvaro de Mendoza, aunque después ayudó mucho a la santa; dificultades económicas, que hacen exclamar a Teresa: “Señor mío, ¿cómo me mandáis cosas imposibles, que aunque fuera mujer si tuviera libertad, mas atada por tantas partes, sin dineros ni de a donde los tener, ni para Breve, ni para nada, qué puedo hacer, Señor?” (Vida 33, 11)

El día de la Asunción de 1561, en el monasterio de Santo Tomás, donde solía ir a confesarse, Santa Teresa tiene una visión de San José y la Virgen, que la animan a proseguir con su empresa (Vida 33, 14).

En el momento de materializarse por fin la fundación de San José, Teresa de Ahumada cambia su nombre por el de Teresa de Jesús. Allí se descalza la fundadora el 13 de julio de 1563, sustituyendo sus zapatos por alpargatas de cáñamo. Allí escribió la mayor parte de sus libros. Este fue el comienzo de diecisiete fundaciones de monjas y quince de frailes.

La minusvaloración de las mujeres era casi general en su época. Teresa fue siempre muy consciente de la radical injusticia que había en considerar a las mujeres como menores de edad y en despreciar sus opiniones. Esto ha sido destacado de modo particular en diversas publicaciones y conferencias por el gran hispanista francés Joseph Pérez. También se opuso a la obsesión por la limpieza de sangre. Sobre esto aseguró: “Siempre he estimado más la virtud que el linaje” (Fundaciones 15, 15)

Santa Teresa fue sin duda una defensora de la dignidad de la mujer, una reformadora admirable del Carmelo, una escritora extraordinaria, pero sobre todo, en mi humilde opinión, una maestra de la oración. Aunque se viese influida por las diversas lecturas de libros de espiritualidad (Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, Alonso de Madrid, San Agustín) , su visión de la oración es muy personal y experiencial. Se ha destacado la extraordinaria calidad artística de su prosa; pero conviene, pienso yo, destacar por encima de todo la profundidad de su doctrina espiritual, siempre sometida al juicio de la Iglesia.

En la Carta Apostólica Multiformis sapientia Dei, en la que Pablo VI la nombra Doctora de la Iglesia, se resalta su obediencia a la Iglesia: “Cada vez más favorecida por Dios con mercedes innumerables, no obstante, ella se adhería enteramente a los consejos de la Iglesia, teniendo en mayor valor la obediencia fiel y humilde a los ministros de Dios, que las mismas visiones, revelaciones y éxtasis”.

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