Octubre, mes del Rosario, escudo invencible

'La batalla de Lepanto' de Andrea Vicentino (c. 1605, detalle), en la Sala del Senado del Palacio Ducal de Venecia, que evoca el hecho histórico que dio origen a la festividad de Nuestra Señora del Rosario.
Octubre es el mes que la Iglesia consagra al santo Rosario: corona de rosas celestiales, arma poderosa contra los enemigos de la fe y auxilio seguro de los cristianos.
Desde su origen el Rosario ha sido la oración que gana batallas contra enemigos visibles e invisibles, dirigiendo el rumbo de la historia.
De los albigenses a Lepanto
La primera victoria atribuida a su rezo se remonta a principios del siglo XIII, cuando Santo Domingo de Guzmán, inspirado por la Santísima Virgen, enseñó y propagó el salterio mariano entre los soldados de su amigo Simón IV de Montfort, que luchaban contra los albigenses. Estos, fortalecidos por dicha devoción, vencieron a los herejes en la célebre Batalla de Muret en 1213, victoria que se reconoció como fruto de la intercesión de la Santísima Virgen. Por lo que, en agradecimiento, Montfort erigió la primera capilla dedicada al Rosario.
Dos siglos más tarde, el beato Alano de Rupe, a fin de revivir la devoción al rosario, recopiló los milagros atribuidos a su práctica y difundió las promesas de la Virgen para quienes lo rezan con fidelidad y perseverancia.
Sin lugar a duda, la más famosa victoria vinculada al santo Rosario es la célebre batalla de Lepanto, la cual Miguel de Cervantes definiera como “la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”. En esa ocasión, la media luna desafiaba, una vez más, a unos estados cristianos lamentablemente divididos, tanto por la difusión de la herejía protestante como por intereses políticos.
Ante la terrible situación, el Papa Pío V organizó la Liga Santa (una alianza formada por la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya) dirigida por “un príncipe sin corona, el último caballero de Europa” (como le llamara Chesterton), “cuyo nombre era Juan”. Don Juan de Austria fue el hombre elegido para dirigir, en la feroz batalla, a las fuerzas cristianas, sobrepasadas en número y medios por las musulmanas. Mas esto no le hizo vacilar, pues confiaba en la ayuda divina.
Por ello, el día de la batalla animó a sus hombres con las siguientes palabras: "Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque, muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad". Asimismo, el Papa Pío V exhortó a todos los cristianos a unirse en el rezo del Rosario a fin de obtener el auxilio de la Virgen María en tan peligrosa y decisiva batalla. También los soldados, que poco después empuñarían la espada en defensa de la fe, se prepararon para el combate rezando de rodillas el santo Rosario.
Parafraseando a Chesterton: los hombres de Oriente pueden deletrear las estrellas y los tiempos y los triunfos marcan, pero los cristianos iluminan victoriosos la oscuridad con la cruz de Cristo (poema Lepanto). Y así, después de una encarnizada batalla, el heroico ejército que tan valientemente luchara bajo la protección de la Virgen pudo desplegar al viento sus magníficos y victoriosos estandartes. Domino Gloria!
En el momento en que concluía el combate, cinco de la tarde del domingo 7 de octubre de 1571, el Papa Pío V tuvo la revelación de que las fuerzas cristianas habían vencido a las musulmanas. Por lo que, en gratitud por la victoria obtenida, instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias (actualmente conocida como la fiesta de Nuestra Señora del Rosario). Además, en su homenaje, añadió a las letanías lauretanas la advocación Auxilio de los Cristianos, ya que, como está grabado en la famosa pintura de Lepanto que adorna el salón de sesiones del Senado de Venecia: “No fue el valor, ni las armas, ni los jefes, sino María del Rosario la que nos hizo victoriosos”.
La batalla espiritual
Actualmente, muchos hemos olvidado que nuestra vida es una guerra sin tregua, una batalla espiritual en la que no combatimos contra enemigos de carne y sangre, sino contra potestades infernales (cf. Ef 6, 12). Y que, sin las gracias obtenidas a través de la oración, es imposible salir victoriosos. De ahí que sea sumamente importante rezar el Rosario, al cual San Luis María Grignion de Montfort llamase "tesoro inestimable inspirado por Dios" pues nos permite, en un corto tiempo (alrededor de veinte minutos), perseverar en el hábito de la oración y nos otorga una sencilla manera de combinar la oración vocal (consistente en la recitación de las Avemarías precedidas de un Padrenuestro) con la meditación y contemplación de los misterios y virtudes de la vida, muerte, pasión y gloria de Jesucristo y de María.
Además, como nos avisa el mismo santo, si queremos de verdad salvarnos y caminar tras las huellas de los santos, evitando caer en todo pecado mortal, debemos, al menos, rezar diariamente el Rosario pues sus gracias nos permiten vencer a los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne. No en balde San Francisco de Sales llegó a afirmar que "el mejor método de oración es rezar el Rosario".
Confianza plena
Por su parte, León XIII, conocido como el “Papa del Rosario” por la gran difusión que dio, a través de once encíclicas, a esta práctica devocional, afirmó que el Rosario es el remedio por excelencia contra los males que asolan a la civilización cristiana.
Asimismo, en su encíclica Supremi Apostolatus (sobre la devoción al Santo Rosario, de 1 de septiembre de 1883) estableció el mes de octubre como el Mes del Rosario a fin de que los cristianos honremos a la Virgen con “el suave aroma de las rosas y la belleza de los floridos ramilletes”.
Hoy en día, no solo los vestigios de la civilización cristiana sino la misma iglesia está siendo atacada con más fuerza que nunca y por varios flancos. Parafraseando a León XIII, los sufrimientos de la Iglesia, lejos de mitigar, aumentan día a día en número y en gravedad, pues los dogmas sacrosantos que la Iglesia custodia y enseña son combatidos y menospreciados y también es objeto de burla la integridad de las virtudes cristianas que ésta protege.
Por ello, a ejemplo de tantos héroes y santos, recemos el Santo Rosario con profunda devoción. Pues esta oración, mediante la cual la Santísima Virgen nos promete su poderosa y maternal protección, es escudo invencible contra los poderes del infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y nos defiende de los muchos y extendidos errores de hoy en día.
Acudamos a María, Auxilio de los Cristianos, con la confianza plena de que no nos desamparará en la batalla espiritual y que, por más temible que ésta sea, si nos mantenemos fieles, bajo su mando y manto, alcanzaremos la victoria y, con ella, el cielo.