Gracia divina: la conversión de Evelyn Waugh

Evelyn Waugh (1903-1966), autor de numerosas novelas de crítica social y cultural profunda y en ocasiones desternillante.
Tiempos harto difíciles, tiempos de múltiples tribulaciones, tiempos de flagrante debilidad espiritual, de inquietante fragilidad moral y, sobre todo, de la infausta presencia de la gran incertidumbre que asola al mundo provocada por planes, élites y gestores de una desmesurada y sibilina polarización, el producto que causa furor –y no, precisamente, por el patrullero de la flotilla de marras– en nuestra más rabiosa e infame actualidad.
Hoy, 29 de septiembre de 2025, se cumplen 95 años de aquel mismo día de 1930 en el que Evelyn Waugh, novelista, ensayista y humorista británico, abrazaba la fe católica. Por aquel entonces, el aluvión de conversiones de escritores y artistas ingleses a la Iglesia de Roma sorprendentemente pulverizaba las estadísticas hasta llegar a contabilizarse 12.000 nuevos bautizos en algún que otro año de la década en cuestión. Y el asunto ya venía de lejos; desde, incluso, el último cuarto del siglo XIX. La sombra de aquel decisivo paso de San John Henry Newman era alargada.
Evelyn Waugh, autor de la archiconocida Retorno a Brideshead –también llevada con éxito a serie y largometraje– había nacido en Hampstead a principios del siglo XX, en 1903, y hasta su ingreso en la Universidad de Oxford había vivido fases que fluctuaron desde el anglicanismo hasta el agnosticismo, pasando por una época adolescente rebelde no exenta del hedonismo que le conduciría a años universitarios con inseparables compañeros como el alcohol o alguna relación homosexual y un matrimonio fallido con Evelyn Gardener –marido y mujer con el mismo nombre, por cierto–. Sin embargo, tal y como había pronosticado la madre de la contrayente, la relación no iba a llegar a buen puerto, aunque seguramente jamás hubiese pensado que la ruptura se produciría tan pronto. De hecho, su convivencia ni siquiera duró dos años.
Era un nuevo fracaso más en la descarriada y descontrolada vida de Waugh que, tras haber abandonado el academicismo universitario de Oxford por la puerta de atrás, se establecería como maestro en el Arnold House, un colegio de la pequeña y alejada población galesa de Llanddulas, durante algunos meses.
Casualmente, esta pintoresca situación alejada del foco mediático de Oxford o Londres, unida a lecturas de Oswald Spengler y Edward Gibbon en las que el término decline [decadencia] aparece como protagonista, provocarían la publicación en 1928 de su primera novela titulada Decline and Fall [Decadencia y caída], una obra en la que todo aquello que estaba en boga en aquellos años quedaba satirizado desde el particular, caricaturesco y cáustico humor del autor. Temas como la confusión cultural, el desorden moral o los líos y follones de la sociedad británica eran expuestos sin tapujos ni complejos desde una perspectiva, podríamos afirmar, parcialmente autobiográfica por ubicación, referencias y experiencias personales. Waugh sabía de lo que escribía porque había vivido en primera persona lo que su primera tentativa literaria pretendía plasmar.
Con el éxito literario inesperadamente cosechado y, de manera paradójica, su fracaso personal, nuestro protagonista no tuvo la inteligencia suficiente para capear el temporal acaecido tras la infidelidad de su esposa a pesar de varios intentos de reconciliación que, de manera casi trágica, le conducirían a ser abandonado poco antes de encontrar una providencial luz en el nuevo compromiso de 1930: la Iglesia católica.
De la tragedia pretérita –con pensamientos suicidas incluidos– después de una existencia guiada por el descontrol y la continua pérdida del rumbo existencial, Waugh pudo reaccionar a tiempo, justo en el momento en el que la desilusión se apoderaba de un pensamiento cuyo punto de mira se centraba en el mal de un mundo moderno que, errante, había apartado religión y espiritualidad de cualquier camino. Puede que, si lo comparamos con el presente, encontremos alguna que otra lamentable coincidencia.
Waugh fue testigo de los bajos momentos por los que pasaba la moral de la época con prácticas y comportamientos en los que la promiscuidad se erigía en actor principal en círculos, reuniones o encuentros socioculturales como señalaron autores que, por su oposición, serían posteriormente estigmatizados en entornos literarios de la época. Sin ir más lejos, el poeta converso Roy Campbell y las turbulentas desavenencias con el Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf dan fe de aquellos desmanes que no difieren mucho de lo que, desgraciadamente, se estila en campañas ministeriales moralmente distraídas o campamentos juveniles. Todo ello, eso sí, con la connivencia y subvención de fondos públicos.
Pero si por algo hemos de recordar a Waugh en su casi centenario abrazo a la fe católica, escuetamente, podemos concluir en estos cinco aspectos:
- su prolífica carrera literaria,
- sus variopintas relaciones sociales,
- su decidida conversión,
- su manera de ver la vida y divertirse
- y, por ultimo, su intensidad en las distancias cortas.
En este último caso –algo contra lo que luchó a lo largo de su vida– su forma de ser le pondría en algún aprieto que otro, aunque el paso de los años y la atracción del ritual religioso (sobre todo, el anterior al inicio del Concilio Vaticano II de 1962), acabarían suavizando sus modos y centrando su crítica contra todo tipo de indignidad y banalidad en pos de lograr la verdad que, por gracia e inspiración divinas, había conocido varias décadas antes al escuchar la llamada de una nueva fe que le conduciría a casarse en segundas nupcias, tener hijos y ser capaz de moderar un carácter difícil e incomprendido para muchos de sus detractores. Ojo y dedo críticos, ciertamente, siempre fueron implacables con Waugh.
Sus obras iban a nutrirse de sus viajes como periodista a otros países o de la participación activa como militar en la Segunda Guerra Mundial. Lógicamente, el irrefutable hecho de vivir todas esas experiencias en situaciones de conflicto darían la cobertura suficiente a novelas en las que, de una u otra manera, las reminiscencias del Waugh real y su pasado aparecen claramente visibles en algunos de sus personajes. La familia Flyte y el capitán Ryder así lo demuestran en Retorno a Brideshead, por ejemplo.
Si la decisión de muchos conversos de tronío había causado estragos en la sociedad británica años atrás, la de Waugh no iba a ser menos. Ahí, la mano y trato especial de un mentor como el padre Martin D'Arcy adquiriría plena relevancia en ese definitivo y decisivo paso que, por ejemplo, padres como Morgan con J.R.R. Tolkien, Llorca con Roy Campbell o, por otro lado, McNabb, Rice y Knox con G.K. Chesterton habían desempeñado antes de sus respectivos aterrizajes espirituales en Roma.
La Iglesia de Roma que para, por ejemplo, Arthur Waugh, su padre, era el gran exponente de la perversión se había convertido en firme y sólida intención en un reaccionario pensamiento, el de su hijo Evelyn, en el que el efecto de la gracia divina supo y pudo conceder ese favor santificante e inmerecido a una existencia asomada al borde del abismo de la perdición.