Cuando la ley eligió la muerte
Cuarenta años de una tragedia nacional.

La última manifestación por el Sí a la Vida celebrada en Madrid, en marzo de 2025.
El pasado sábado día 5 de julio se cumplieron cuarenta años desde la aprobación de la Ley Orgánica 9/1985, que despenalizó el aborto en tres supuestos: riesgo grave para la salud de la madre, violación y malformaciones fetales. Le siguió en 2010 la Ley Orgánica 2/2010, que convirtió el aborto en un derecho a demanda hasta la semana 14. Finalmente, la reforma de 2023 consolidó y amplió este marco, eliminando el periodo de reflexión, permitiendo el aborto sin consentimiento paterno en menores y reforzando su normalización en el sistema sanitario.
A lo largo de estas cuatro décadas, más de tres millones de niños no nacidos -datos oficiales del Ministerio de Sanidad- han sido eliminados legalmente en España, convirtiendo este proceso legislativo en una tragedia nacional sin precedentes.
No se trata de una estadística fría: son millones de proyectos de vida truncados, de familias rotas, de mujeres heridas en lo más profundo de su ser, de heridas invisibles que atraviesan generaciones. La banalización de la muerte de los inocentes en nombre de una libertad mal entendida ha consolidado en España una cultura del descarte y de la muerte que no protege ni a la mujer ni al hijo, y que niega la posibilidad de alternativas verdaderamente humanas.
Ante esta realidad, callar sería una forma de complicidad. Ya no basta con la indignación personal o el lamento privado. Necesitamos una movilización común y sostenida de individuos, asociaciones, comunidades, profesionales y líderes públicos que se atrevan a exigir un cambio profundo. En este camino, es de justicia reconocer el trabajo de organizaciones como la Federación Española de Asociaciones Provida, que desde el primer momento de aprobación del aborto en España se ha mantenido firme, valiente y generosa en la defensa de los más vulnerables, aun cuando la mayoría prefería mirar hacia otro lado. Ellos supieron alzar la voz cuando comenzábamos a legalizar la eliminación de vidas humanas, y hoy son ejemplo y referente para todos aquellos que se niegan a rendirse.
Urge promover políticas que pongan la vida en el centro, que destinen recursos públicos al acompañamiento de la mujer embarazada, al apoyo familiar y a la educación en el valor de cada vida humana.
Es responsabilidad de los legisladores derogar leyes que consagran la eliminación de inocentes, y reemplazarlas por otras que garanticen la protección de los más débiles. La verdadera libertad no elimina, sino que acoge, no margina, sino que integra.
Una responsabilidad indelegable de los católicos
Para quienes creemos que cada ser humano es imagen y semejanza de Dios, la defensa de la vida no es una opción ni una causa secundaria. Es un deber moral ineludible. Ciertamente, no se trata solo de razones de fe, porque eliminar una vida humana inocente es un acto objetivamente atroz. Pero precisamente por nuestra fe, no podemos cruzarnos de brazos ni pecar de omisión en un hecho tan grave y deleznable.
La libertad religiosa, tantas veces confinada al ámbito privado, exige también hoy una expresión pública y valiente. Defender la vida es un ejercicio legítimo y necesario de esa libertad. Como afirmó Benedicto XVI: "La defensa de la vida desde su concepción hasta su fin natural forma parte de la lucha por los derechos humanos y por la libertad auténtica de los pueblos."
Y como recordó el Papa Francisco: "No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana" (Evangelii Gaudium, n. 214).
Una conciencia que no puede dormir
No podemos seguir normalizando esta tragedia. Es tiempo de hablar alto y claro, de romper la espiral del silencio y de tender redes que salven vidas. La verdadera compasión no suprime vidas, sino que ofrece esperanza. El verdadero progreso no se mide por la facilidad para abortar, sino por la capacidad de acoger, acompañar y proteger a toda mujer en dificultad y a todo ser humano en desarrollo.
Y como afirmaba San Juan Pablo II: "Una nación que mata a sus hijos no tiene futuro".
La verdadera revolución de los derechos humanos comenzó el día en que una sociedad entera decidió levantarse y defender, sin excepciones ni excusas, la vida de todos, en todas las etapas y en cualquier circunstancia. Hoy, tras cuarenta años de legislación abortista, España necesita valentía para rectificar, compasión para reparar y unidad para reconstruir. Que esta fecha no sea una conmemoración vacía, sino el punto de inflexión hacia una cultura de la vida que nos devuelva la esperanza, la justicia y la verdad.