Adolescentes: ¿flores de invernadero?

La mini-serie 'Adolescencia' ha puesto sobre el debate público los problemas educativos, a todos los niveles, de niños y jóvenes.
Había una vez un matrimonio católico que, con mucho esfuerzo, envió a sus hijas a un colegio católico. Cada domingo, iban a misa en familia. De niñas, todas tomaron la comunión, y de adolescentes, colaboraron en diversas iniciativas de ayuda social que organizaba el colegio. Luego entraron a la universidad, y una tras otra, se ennoviaron. Paulatinamente, fueron dejando de ir a misa. Cada una a su tiempo, le fue informando a sus padres que no habría casamiento. Todas se fueron a vivir en pareja.
Algo parecido, aunque más truculento, ocurre en Adolescencia, la serie de moda: unos padres equilibrados, sin vicios, afectuosos y presentes, criaron a su hijo lo mejor que pudieron… y el chico terminó matando a cuchilladas a una compañera de clase.
¿Por qué los hijos toman hoy rumbos tan opuestos a los que les mostraron sus padres?
Es cierto que Sócrates decía que "la juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. (…) Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros".
Pero aquellos problemas parecen simples en comparación con los que enfrentan hoy los adolescentes y sus padres. Los divorcios y los nacimientos fuera del matrimonio -impresionantemente incrementados en número- generan inestabilidad y afectan a los hijos. Aunque los padres permanezcan juntos, trabajan mucho y tienen poco tiempo para dedicar a sus hijos.
¿Quiénes llenan ese vacío? Como siempre, las malas compañías. Antes había que buscarlas. Ahora están en casa, a un click de distancia. Las pantallas, las redes sociales y las ideologías invaden los hogares y con frecuencia llevan a los chicos a confundir lo real con lo virtual. Algunos padecen graves problemas de autoestima, depresión o ansiedad; caen en las drogas, el alcohol o padecen trastornos alimenticios. Otros son víctimas de una hipersexualización desmadrada o de acoso en línea. Muchos son adictos a las pantallas.
El drama de muchos padres es que no saben dar a sus hijos otra cosa que la cultura posmoderna en la que están inmersos. En el mejor de los casos, intentan brindarles una educación similar a la que recibieron ellos, pero “adaptada a los tiempos”. ¿Qué significa “adaptarse a los tiempos”? Dejar de creer en Dios. Pensar que no existe una naturaleza humana y una moral objetiva que de ella se deriva. Creer que todo es relativo. Quitar importancia a la tradición y a la historia, porque sólo importa el progreso. Ser menos rígidos y más permisivos…
En la década de los 60, las familias y la sociedad estaban de acuerdo -por ejemplo- en que el matrimonio es algo bueno y el concubinato algo malo. En ese entonces, las omisiones de la familia las suplía el ambiente -colegio incluido-. Familia y ambiente iban más o menos en la misma dirección.
Hoy la familia pesa muy poco en la educación de los hijos y el ambiente -colegio incluido-, por lo general, no suple ni suma: avasalla en contra de los principios, virtudes y valores de la familia natural; y muy particularmente, de la familia cristiana. A ello se suma la fuerte influencia del microambiente de las redes sociales, en las que los adolescentes quedan atrapados como peces.
¿Es posible incrementar la influencia de la familia en la educación de los hijos y limitar la influencia del ambiente?
Pienso que no solo es posible: es necesario hacerlo. ¿Por qué? Porque en los años 60 los hijos todavía eran algo así como plantas tropicales cultivadas en el Trópico, mientras que hoy son algo así como plantas tropicales cultivadas en la Antártida. Si no se las protege del ambiente que las rodea mientras son tiernas y débiles, morirán. Ese es el riesgo que corren hoy las almas de muchos niños y adolescentes.
¿Cómo salvar esas almas?
Lo primero y más necesario, es el compromiso de los padres. Es indispensable que estos adquieran una muy sólida formación, como padres y como cristianos. Por aquello de que uno no puede dar lo que no tiene, deben procurar vivir a fondo las virtudes cristianas (teologales, cardinales y humanas).
Por otra parte, sólo podrán educar a sus hijos en el correcto uso de la libertad si se esfuerzan por educarlos en la verdad. Porque solo la verdad los hará libres (cf. Jn 8, 32). Solo si aprenden a amar a Dios sobre todas las cosas, solo si entienden que hay algunas verdades objetivas, que hay cosas que convienen a la naturaleza humana y cosas que no, podrán distinguir el bien del mal.
Además, es crucial formar comunidades de padres e hijos que compartan los mismos intereses, que vayan a acampar, a navegar en canoa, a cabalgar por el campo, que participen en la Santa Misa y en el rezo del Santo Rosario. Así, podrán recrear en su entorno una auténtica cosmovisión cristiana y fortalecerán el alma de los chicos para cuando deban enfrentar los embates del mundo; preservando, mientras crecen, su salud física, intelectual, moral y espiritual. Toda distracción sana que aparte a los niños y adolescentes de las pantallas es positiva y deseable.
¿No será perjudicial criar a los niños y a los adolescentes en una burbuja?
No se trata de criar “flores de invernadero” ni de “garantizar” el éxito en la educación, porque eso es imposible. Se trata sí, de usar el invernadero para que las flores crezcan fuertes y saludables, inmersas en el realismo y apartadas de ideologías nefastas, cuando todavía son muy vulnerables a la influencia del ambiente. Así se podrá aumentar la probabilidad de que esas almas sigan siendo fuertes y sanas cuando les llegue el momento de entrar de lleno en contacto con el mundo.