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María Magdalena fue la primera en ver a Jesús Resucitado que recogen los Evangelios. 'Noli me tangere' (detalle, c. 1525) de Antonio Allegri da Correggio).

María Magdalena fue la primera en ver a Jesús Resucitado que recogen los Evangelios. 'Noli me tangere' (detalle, c. 1525) de Antonio Allegri da Correggio).Museo del Prado

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Si nos acercamos al Museo del Prado podemos contemplar el magnífico cuadro de Correggio Noli me tangere, en el que se representa la aparición de Cristo Resucitado a María Magdalena (Juan 20, 11-18). Esta escena ha sido representada también por otros autores a lo largo de la historia: Duccio di Buoninsegna, Fra Angelico, Bronzino, Pontormo, Tiziano, Alonso Cano, etc. Sin embargo, la obra de Antonio Allegri da Correggio (1489-1534) ha pasado a la historia como un tratamiento realmente acertado de esta escena. Giorgio Vasari sentenciaba: "Tened por cierto que nadie tocó los colores mejor que él, ni con mayor belleza o más relieve pintó artífice alguno mejor que él, tal era la suavidad de la carne que hacía y la gracia con que terminaba la obra". También el gran pintor Anton Rafael Mengs en sus Obras (Madrid, 1797) lo alaba como uno de sus maestros, junto a Rafael y Tiziano.

El cuadro de Correggio estuvo en el Monasterio de El Escorial y en la Academia de Bellas Artes de San Fernando antes de ser alojado en el actual museo. El autor se inscribe en una tradición de pintura italiana que ya había tratado este mismo tema, pero consigue abordarlo de un modo particular, que aúna gracia, dulzura y delicadeza. Los mismos aspectos tratados por otros artistas cobran en este pintor una especial armonía y profundidad. Correggio nos invita a participar, a ser testigos de esta escena. De tal modo recrea el escenario y los personajes que el espectador tiene la sensación de formar parte de este prodigio.

Indagando sobre este particular he tropezado con la obra de Jean-Luc Nancy Noli me tangere (París, 2003). A pesar de los prejuicios y prevenciones con los que me he acercado a ella, no puedo discutirle al autor su gran sutileza y profundidad en muchos puntos. Se trata, creo yo, de un ejercicio de extensión del lenguaje para intentar abarcar incluso los fenómenos más escurridizos. Un tipo de expresión que deambula por terrenos poco frecuentados intentando hacer luz en la oscuridad. Se pretende superar el nihilismo, profundizando en él. Una pretensión excesiva, que en el fondo encubre más cosas de las que expone a la luz. Pretender salir del nihilismo sin retornar a los valores tradicionales es pretender crear nuevos valores de la nada. Es decir, se pretende superar el sinsentido del nihilismo con la creación de nuevos sentidos desde el vacío. Una cosa un tanto paradójica, si no contradictoria. 

Nancy elabora una interpretación del episodio de María Magdalena con una habilidad inusual y nos ofrece ciertamente un texto lleno de matices y sugerencias. Ahora bien, el libro tiene, en mi opinión, dos graves carencias. En primer lugar, no hace mención alguna a los Padres de la Iglesia, que son a los que hay que consultar verdaderamente, sobre todo en una escena tan enigmática como esta. En segundo lugar, no repara en absoluto en que pudiera haber textos del Antiguo Testamento que nos ayudaran a entender mejor este episodio.

La Iglesia ha considerado desde hace muchos siglos que este fragmento del Evangelio de San Juan hace referencia al Cantar de los cantares. En particular, hace referencia a Cant, 3, 1-2. Si profundizamos en la lectura de este libro del Antiguo Testamento encontraremos grandes sorpresas. Además, si leemos los comentarios que sobre él hicieron algunos Padres de la Iglesia, como Orígenes de Alejandría o San Gregorio de Nisa, comenzaremos a vislumbrar algunas de las grandes convicciones de la Iglesia universal. Es decir, el amor entre el Esposo (Cristo) y la Esposa (la Iglesia o el alma).

Como son temas de una especial elevación mística, no me atrevo a decir muchas cosas sobre la relación entre estos textos. Pero sí quiero señalar que en el texto del Evangelio de San Juan se presenta a María Magdalena como una mujer que cree que la muerte de Jesús ha sido el final de todo. Y eso le hace vivir en un estado de sombra, oscuridad y tristeza. El sepulcro vacío no le ha llevado a pensar en la resurrección, sino en el robo del cuerpo. Todo parece perdido definitivamente. Pero ella pregunta, busca, anhela al Maestro. Para su sorpresa, Jesús, el Maestro, el Señor, está ya ahí, delante de ella. Y la llama por su nombre. Al reconocerlo, María Magdalena se convierte en el primer testigo de la Resurrección de Cristo. No sabemos por qué ha sido ella elegida en primer lugar. Quizás porque ha amado mucho

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