Irreverencias

Representación satánica en el Capitolio de Minnesota (Estados Unidos), durante la Navidad pasada, con la inscripción: 'Tú eres tu propio Dios'.
Nuestra sociedad, al rechazar a Dios y, por ende, a la Verdad, se encuentra inmersa en la aterradora oscuridad del error, el cual, está mostrando, cada vez más abiertamente, sus frutos más perversos: la blasfemia y el sacrilegio que, en nombre de la libertad, se exhiben con gran impudicia no respetando ni las fiestas más sagradas.
Así, el pasado diciembre, en los Estados Unidos, se instalaron exhibiciones satanistas en el Capitolio del Estado de Minnesota y en la plaza de la ciudad de Concord (New Hampshire); en Argentina un canal de retrasmisión realizó una parodia del Nacimiento de Jesús; en España la televisión pública cerró el año con una blasfemia contra el Sagrado Corazón de Jesús; y en Perú, el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica tenía previsto presentar, a finales del mes de enero, un espectáculo sacrílego.
En los países de habla hispana la reacción de muchos fieles, que todavía conservan reverencia por lo sagrado (aunque la gravedad de la blasfemia sea reducida, con frecuencia, a ofensa a los sentimientos religiosos), consiguió que en Argentina se pidieran disculpas, en Perú se cancelase la obra (aunque, desafortunadamente, solo temporalmente, pues fue reprogramada para mediados de marzo) y en España se organizase una campaña de firmas y se presentase una denuncia contra los involucrados. Esto último, gracias a que todavía (pues se ha metido al Congreso una iniciativa para su derogación) se mantiene vigente el artículo 525.1 del Código Penal que sanciona a quienes hacen escarnio de los dogmas, creencias, ritos o ceremonias de algún credo religioso con la intención de ofender los sentimientos de sus miembros. Por otro lado, en los Estados Unidos, también hubo muestras de gran indignación, al grado que la exhibición de la plaza de Concord fue destruida.
Sin embargo y, desafortunadamente, los erróneos dogmas del liberalismo se han infiltrado de tal modo en nuestra sociedad que varios, aun algunos cristianos, ven la blasfemia y el sacrilegio como un mal que es necesario a fin de conservar la libertad de expresión. Por ello, haciendo gala de una tolerancia volteriana, defienden la expresión pública de cualquier creencia, opinión y/o práctica religiosa por equivocadas, ofensivas o perversas que sean, pues reprimir el error se les antoja más abominable que la misma blasfemia. Otros, ante las blasfemias y puestas sacrílegas aconsejan prudencia, diálogo y evitar caer en provocaciones. Al parecer, la justa indignación y calificación de la afrenta es vista como contraria a nuestras “múltiples libertades”, en las cuales se incluye la llamada "libertad de ofender" (siempre que la ofensa se dirija al cristianismo, claro está), ya que la realidad objetiva se ha sustituido por experiencias, sentimentalismos y deseos subjetivos que conforman los dogmas intocables de los progresistas
Por ello, el derecho a la libertad religiosa se utiliza tanto para “proteger” (sino la inefable majestad de Dios) al menos los sentimientos religiosos de los fieles, como para exigir el reconocimiento de “religiones” abiertamente satánicas o, para demandar, como la ONU, el reconocimiento al derecho a la libertad de religión o creencias de todos los seres humanos, incluido el de las personas del colectivo del arcoíris, pretendiendo, con ello, censurar ciertas enseñanzas morales. De ahí que varios versículos bíblicos sean calificados (y censurados) como “discurso de odio” al tiempo que al escarnio de lo sagrado se le llama libertad de expresión. Pues esta falsa libertad persigue la verdad y da alas al error. Como señalase el cardenal Pie: “Preconizan la libertad allí donde la Iglesia la condena, y la suprimen allí donde la Iglesia la protegió siempre. Pareciera que, por una inversión doblemente alarmante, hubieran tomado por divisa: 'En las cosas necesarias, la libertad; en las dudosas, unidad'”.
Desafortunadamente, hemos reducido el catolicismo a una creencia entre muchas otras. Así, nos hemos acostumbrado a tolerar lo inaceptable, a fin de evitar enardecer a la turba; al grado que, ante la grave ofensa a Dios, pedimos, con débiles quejas, respeto a nuestros “sentimientos religiosos”. Es momento de recordar que la blasfemia no es una ofensa subjetiva a “nuestras creencias” sino que es la derogación del honor que pertenece a Dios. Y, puesto que la gravedad de una afrenta es proporcional a la dignidad de la persona a quien se dirige, la gravedad de la blasfemia estriba en que el insulto va dirigido a la inefable majestad del único y verdadero Dios.
La impiedad, lo estamos viendo, no trae el progreso sino la división, la soledad, la desesperanza, la fealdad y hasta la tiranía. Bien lo advirtió Donoso Cortés: “La disminución de la fe produce la disminución de la verdad y el extravío de la inteligencia. Misericordioso y justo a un mismo tiempo, Dios niega a las inteligencias culpables la verdad, pero no les niega la vida; las condena al error, más no a la muerte. Por esta razón, para aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio, no hay esperanza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos”.
Por ello, no debemos restar gravedad a la blasfemia y al sacrilegio que tanto ofenden a Dios y dañan a la sociedad. Por el contrario, protestemos, presionemos y denunciemos los ataques contra la santa religión con verdadera caridad para el que yerra y con toda la firmeza y el rigor que merece el error. Con la convicción de que, como afirma Castellani: “Sólo en la verdad se puede fundamentar una verdadera grandeza; sólo diciéndola se puede caminar a ella. Hoy día estamos tan sumergidos en mentiras que el amor a la verdad representa una especie de martirio, y conduce al martirio real cuando se vuelve verdadera pasión; y la verdad se vuelve pasión en todos aquellos que se abren al espíritu de Dios”.