Religión en Libertad
En ocasiones se habla de 'educación en valores' para expresar lo contrario de lo que cabría esperar: enseñar a elegir la virtud y rechazar el vicio. Frans Francken el Joven (1581-1642), 'El hombre tiene que elegir entre las virtudes y los vicios'.

En ocasiones se habla de 'educación en valores' para expresar lo contrario de lo que cabría esperar: enseñar a elegir la virtud y rechazar el vicio. Frans Francken el Joven (1581-1642), 'El hombre tiene que elegir entre las virtudes y los vicios'.

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Se dice que la evidente disipación moral que sufre nuestra sociedad es debida a una crisis de valores sin precedentes. Sin embargo, desde hace ya varias décadas, múltiples instituciones y organismos internacionales promueven, a través de los muchos medios que tienen disponibles, la llamada educación en valores. Esto se debe a que, desafortunadamente, dicho término es tan ambiguo que bajo éste se arropan diversos valores como: valores éticos, valores cívicos, valores democráticos, valores humanos, valores para la vida, valores para la paz y hasta los calificados por la ONU de “valores tradicionales violentos” (aquellos que, promovidos por la cultura o la familia, “impiden” la inclusión, la equidad y la igualdad), a los que se contraponen los “valores modernos” promovidos por la ONU.

Estos últimos se difunden a través de documentos como La Carta de la Tierra, de organismos internacionales como la Unesco y de asignaturas educativas como la asignatura de Valores Cívicos y Éticos que, bajo la llamada educación sexual integral, promueve todo tipo de perversas ideologías, como la de género.

Desafortunadamente, muchos padres pecamos de ingenuidad pues, olvidando que debemos ser astutos como serpientes, confiamos ciegamente la educación de nuestros hijos al sistema imperante, dejándoles cual ovejas en medio de lobos. Así, creemos que cuando el currículo escolar o los programas educativos usan la palabra valor o valores se están refiriendo a lo que nosotros entendemos por tales. Por ello, es importante tener presente que la palabra valor (además de referirse a la cualidad que permite emprender acciones arriesgadas o peligrosas con firmeza y decisión) significa cualidad de una persona o cosa por la que se considera buena, útil o digna de interés. De ahí que el valor de algo se base en el consenso, en la percepción o valoración de lo que una mayoría, o aun una minoría con influencia, define como valor. Por ello, bajo este concepto se promueven tanto pautas y conceptos objetivamente buenos (el valor no negociable, promovido por la Iglesia, del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural) como los valores modernos promovidos por la ONU especialmente con la llamada educación sexual integral.

Por tanto, es necesario tener en cuenta que muchos de los valores promovidos hoy en día, especialmente a través de los medios de comunicación y de las instituciones educativas, contradicen la moral cristiana, atacan el bien común y destruyen a la persona. Pues, además, recubren todo tipo de conductas inmorales con el barniz moral del lenguaje ambiguo y engañoso que acostumbran a utilizar. De ahí que dicha “moral laica” (centrada en el hombre, medida de todas las cosas y juez del bien y el mal) rechace tanto los conceptos de vicio, inmoralidad y pecado como los de virtud, gracia y santidad.

En consecuencia, nuestro mundo relativista y hedonista difunde y halaga el vicio al tiempo que desprecia la virtud a la que ha sustituido por unos “valores” carentes de valor real. Por ello, a fin de enfrentar con éxito nuestra evidente crisis moral, es indispensable tanto comprender los conceptos preponderantes -para no dejarnos engañar por su lenguaje confuso- como promover los principios morales que, basados en la ley divina y natural, benefician a toda la sociedad y perfeccionan al ser humano.

Volvamos a promover la virtud; esa actitud firme y estable del entendimiento y de la voluntad que regula nuestros actos, ordena nuestras pasiones y guía nuestra conducta según la razón. Pues, como afirmase Lope de Vega: “La virtud tiene en sí todas las cosas; y todas le faltan a quien no la tiene”.

Para ello, es necesario no perder de vista que debido al pecado original estamos inclinados a la concupiscencia (deseo que el alma siente por todo aquello que le produce satisfacción), por lo que no pocas veces confundimos el bien aparente con el bien real al juzgar, subjetivamente, con base a lo que consideramos atractivo o conveniente en ese momento. Por ello la virtud, cualidad del alma para conocer y obrar el bien con facilidad y prontitud, solo es posible conseguirla con perseverancia, esfuerzo y sacrificio, ejerciendo violencia contra las propias pasiones, apetitos y deseos. Esto, al objeto de lograr la libertad que otorga el dominio de sí mismo y la felicidad que da el conocimiento, el anhelo y el ejercicio de la bondad.

Asimismo, recordemos que las principales virtudes son siete: tres teologales y cuatro cardinales. El libro de la Sabiduría 8, 7 nos resume bellamente las virtudes cardinales, fundamento sobre el cual las demás virtudes morales se agrupan: “Si alguien ama la justicia, las virtudes son frutos de sus afanes pues ella es maestra de templanza y prudencia; justicia y fortaleza: nada hay más provechoso para los hombres en la vida.”

Y en cuanto a las virtudes teologales que tienen a Dios por objeto inmediato y principal, pidamos -como San Francisco de Asís- a Nuestro Señor Jesucristo Su gracia para que, iluminando las tinieblas de nuestro corazón, infunda en nosotros una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta.

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