Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Una revolución en verdad y amor


Buscar una solución impuesta por la fuerza no es una solución duradera, y ni siquiera solución. La construcción de la nueva sociedad radica en la verdad y el respeto.

por José F. Vaquero

Opinión

La campaña electoral, aburrida hasta hace poco, se ha encontrado con un giro interesante. El movimiento Democracia real ya! Con un curioso poder de convocatoria y unos protagonistas heterogeneos han traído a primera plana un serio problema social. Es pronto para aventurar un riguroso análisis, y tampoco me considero con tales pretensiones. Pero sí me aventuro a suscitar algunas reflexiones desde el pensamiento humano y cristiano.
 
La primera conclusión que pone de manifiesto estas actuaciones, y que corrobora lo que mes a mes publican las estadísticas de “preocupaciones del ciudadano” es que la clase política actual hace aguas. Cada vez confiamos menos en los políticos, que lideran, junto con el paro y el terrorismo, los problemas que el hombre de a pie se encuentra. Más allá de este movimiento, incluso de las estadísticas, basta sentarse media hora en una cafetería para percibir este desencanto. ¿El problema son los politicos o es la política? ¿O las dos cosas, como la pescadilla que se muerede la cola?
 
El ciudadano, como ser social, necesita un Estado, una organización de la vida social. Pero, ¿cómo organizar este estado? ¿Hasta dónde debe llegar? ¿Sobre qué se debe apoyar? ¿Puede ganarse este estado, este sistema político, la confianza de los ciudadanos? Primer problema, primer dilema, que va más allá de una pataleta o una rebeldía juvenil, y nos lleva a pensar en el fundamento de la democracia, un fundamento en la verdad y no fruto de las mayorías, ni siquiera de las mayorías cuando no están manipuladas por las minorías.
 
Un segundo elemento que se observa en esta “revolución” que parece liderar un grupo nacido por generación espontánea (en lenguaje de este siglo, surgido en internet) me lleva a pensar en el fin que anhela. Estamos ante un problema, y encontrar la pregunta supone alcanzar ya la mitad de la respuesta. España, mejor dicho, los españoles, tenemos un problema, y buscamos encontrar una solución. Una búsqueda tranquila, en muchos casos, quizás hasta adormecida. Y una búsqueda que, como ahora, toma tintes de rebeldía, de protesta contra todo (me hubiera gustado que protestasen también contra el aborto, el divorcio exprés o la ideologización de la educación, por ejemplo). Queremos una solución ya, una solución a la tremenda, “y éstos se van a enterar”.
 
¿Puede brillar el sol? ¿Tiene solución la situación de estos “servidores del bien común” (o eso se decía antes)? Si vemos los múltiples casos de corrupción, la gestión económica y de poder de los partidos, la transparencia y honestidad de sus estructuras, el no gana muchas papeletas. ¿Quiénes pueden cambiar este mundo?
 
Hace siglos, alguien fue acusado injustamente de rebelde, de motinar al pueblo contra el gobierno. Puestos a elegir, el pueblo eligió a un asesino (un etarra, podríamos decir parangonando el ejemplo a nuestro tiempo presente). A dos mil años vista, la revolución del amor que protagonizó ese Hombre, muriendo injustamente, ha cambiado un poco este mundo. Y más allá de la salvación teológica, que por supuesto es la principal, ese Hombre ha llevado a muchos hombres y mujeres a salvar a sus semejantes, a hacer este mundo más humano, a encontrarse un problema más serio que la crisis económica en España, como es la situación de los pobres más pobres de Calcuta, y aportar soluciones concretas a problemas concretos.
 
Ante los grandes problemas pensamos que no podemos hacer nada, que el problema es demasiado grande y yo demasiado pequeño. Quejarse ante un problema es seguir alimentando y agrandando el problema; actuar, dentro de un orden y una jerarquía de valores, es aportar un granito de arena, o un puñado, o una palada, a la solución. ¿La aportación que quiere hacer este grupo es la correcta? El tiempo lo aclarará; ciertamente, buscar una solución impuesta por la fuerza, la fuerza física o la fuerza de no respetar al otro (periodista, católico o simplemente distinto a mí en el pensar) no es una solución duradera, y ni siquiera solución. La construcción de la nueva sociedad radica en la verdad y el respeto.
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