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Robin Mark Phillips, autor de «¿Ahora somos todos cíborgs?», reflexiona sobre la moral y la IA

Experto en inteligencia artificial (y ex adicto) advierte: «La mayor amenaza no es un robot asesino»

"Si la IA pudo esclavizarme a mí, ¿cuál podría ser el impacto si la IA se vuelve omnipresente para toda una generación?", se plantea Robin Mark Phillips.

José María Carrera Hurtado

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Los primeros pasos de la inteligencia artificial y sus simplificaciones más básicas como ChatGPT están acaparando buena parte de la atención mediática, divulgación y artículos de opinión. Algunos con papeles destacados en su desarrollo como Geoffrey Hinton –“el padre” de la IA- o Ilyas Khan -uno de sus mayores impulsores- alertan con frecuencia de consecuencias devastadoras para la humanidad que podría conllevar un mal uso de la herramienta. Pero otros también observan aspectos más sutiles, no tan distópicos, pero mucho más profundos y cotidianos, preguntándose si el hombre de hoy estaría dando sus primeros pasos en la renuncia a su condición humana y su asimilación cultural a “la máquina”.

Uno de ellos es Robin Mark Phillips, escritor especializado en la temática en The Epimethean y autor de libros como "Are We All Cyborgs Now?" -"¿Ahora somos todos cyborgs?- (Basilian Media), "Gratitude in Life's Trenches" -Gratitud en las trincheras de la vida- (Ancient Faith) o "Rediscovering the Goodness of Creation" -Redescubriendo la bondad de la creación- (Ancient Faith).

"Sabrá más de ti que tú mismo"

El suyo es algo parecido a un testimonio de caída en la adicción y asimilación a la inteligencia artificial antes de recuperar su aprecio por lo que le hace ser un ser humano.

Como redactor de contenido, cuenta que la oferta de empleo que recibió en 2022 era muy distinta a lo que había imaginado: no necesitaban contenido, sino supervisión del que generaba la inteligencia artificial.

“Con el tiempo sabrá más de ti que tú mismo”, le decían.

Como profesional y conocedor de la materia, sus comentarios son útiles para conocer el funcionamiento de Google. Por ejemplo, menciona que si el motor de búsqueda penaliza el contenido de webs generado por IA no es tanto por los clichés del “spam”, del “poco valor” o la “falta de originalidad”: según Phillips, también tiene mucho que decir la propia supervivencia, ya que conforme herramientas como ChatGPT se consolidan el tráfico de Google disminuye, por lo que este necesita “defenderse”. Y muy pronto, vaticina, “navegar en Google se convertirá en algo del pasado”.

Hasta el punto es así que ya hay incluso “programas de IA especializados en que los contenidos generados por otra IA no parezcan elaborados por IA”. Y ese era el trabajo de Phillips: lograr que el contenido generado por robots pareciese más humano.

Enganchado a la IA: "Me había convertido en un cíborg"

Al principio le resultaba “excesivamente aburrido”, pero todo cambió cuando decidió “conversar” con ChatGPT. La herramienta generó un guion, una sinopsis, amplió historias paralelas y “spin off” totalmente coherentes con historias previas, podía crear tramas para secuelas de sus novelas favoritas o “resucitar” personajes históricos y hacer que hablarán de una tema de actualidad, como Chesterton y la IA: “El problema no es que las máquinas piensen como hombres, sino que los hombres dejen de pensar como hombres”

“Sonaba extrañamente a él”, relata. “Empecé a trasnochar experimentando y me enganché. Para cuando me di cuenta de mi adicción, me sentí incapaz de hacer nada al respecto, seguí trasnochando y tomando cafeína para mantenerme despierto, empecé a saltarme las oraciones. Una vez, conduciendo, me paré al lado de la carretera para hacer una pregunta y justifiqué mi adicción llamándolo investigación”.

El escritor no duda en afirmar que, para entonces, se había “convertido en una especie de ordenador”, sintiendo que su inteligencia y la máquina “funcionaban como uno solo. Me había convertido en un cíborg. Cuanto más `colaboraba´, más secuestraba mi imaginación. Dejé de interesarme en inventar mis propias historias y personajes, mi creatividad había sido reemplazada”.

Aunque retirado a tiempo, no pudo evitar hacerse una pregunta: “Si la IA pudo esclavizarme a mí, alguien con amplio conocimiento del impacto de la tecnología digital en el cerebro, ¿cuál podría ser el impacto si la IA se vuelve omnipresente para toda una generación?”.

¿Es posible una conciencia autónoma o es mera superstición?

Frente a los grandes gurús de la inteligencia artificial como Yuval Harari y su afirmación de que esta será consciente tarde o temprano, Phillips sentencia que su funcionamiento se reduce al procesamiento de información.

Aunque herramientas como ChatGPT puedan dar la impresión de razonar como personas, el escritor y experto en IA considera esto como “una falacia”. Técnicamente hablando, explica, “un chatbot proporciona constantemente información falsa, porque no tiene la capacidad de 'saber' si algo es cierto o no” más allá de su concordancia o no con los parámetros con que se ha configurado.

En muchos casos, la superstición invade el discurso relativo a la inteligencia artificial, afirmando que junto con la posible “cuasi-conciencia”, la inteligencia artificial pueda “despertar” y actuar por sí misma o que alcancen niveles de autonomía superiores a los humanos.

“Como la forma en que se crean los sistemas de IA es desconocida por su complejidad y abstracción, las explicaciones místicas cobran realidad, pero los cristianos pueden desafiar estas supersticiones señalando que los sistemas y hardware en que reside la IA carecen de inteligencia”.

La verdadera amenaza de la IA

Para Phillips, que la IA adquiera consciencia o se vuelva humana no es el problema. Sin embargo, observa uno que sí es más cercano y es el contrario, “que los humanos se vuelvan como máquinas”.

Según él, la pregunta no es si la IA cambiará la forma humana de percibir el mundo, sino cómo lo logrará. De hecho, “ya ha comenzado a cambiar sutilmente la forma en que hablamos y formulamos nuestras preguntas”, lo que se muestra, por ejemplo, en las búsquedas de Google.

“Hemos aprendido a eliminar palabras o frases innecesarias que pueden restar eficiencia en la búsqueda. Actualmente, la mayoría de nosotros podemos alternar entre cómo hablamos con los ordenadores y cómo hablamos con los humanos. Pero, ¿qué pasaría si la IA se integrara tanto en nuestras vidas que la forma en que hablamos con las máquinas se volviera normativa?”, se plantea.

Otros peligros que ya están sobre la mesa es el de la creciente autoridad que pueden tener los ordenadores como modelo de objetividad, planteando “la tentación de asumir que la inteligencia artificial siempre es preferible a la orgánica, dada por Dios”.

Menciona por otro lado el caso en la retroalimentación por la que las personas estarían empezando a imitar, en ciertos patrones, a las máquinas.

"Ya está pasando"

“Esto ya está ocurriendo de forma evidente: los investigadores han descubierto que los humanos absorben los sesgos de la IA y que esta puede incluso modificar las creencias humanas. Pero estos bucles de retroalimentación también pueden darse de forma más amplia y sutil a medida que la IA se integra en nuestra cultura”.

Una integración que se da a un ritmo acelerado en el ámbito musical y audiovisual, y que previsiblemente “revolucionará industrias enteras

Pero lo que más preocupa al autor de ¿Ahora somos todos cíborgs? es la “toma de control” de la inteligencia artificial a la hora de modelar la comprensión humana.

Algo que “ya ha comenzado” a probarse a través de corrientes como el “Yo cuantificado”. Se define como un movimiento que promueve el uso de tecnología para monitorizar y cuantificar todos los aspectos del día a día, desde el número de calorías quemadas y de pasos andados hasta las horas de sueño o el ritmo cardíaco.

“Ya hay indicios de que nos dirigimos hacia un mundo centrado en los datos, donde el pensamiento, la imaginación y la perspicacia humanas se consideran incluso como desventajas que debemos superar”, comenta.

También habla de los intentos de elaborar una definición matemática de la bondad, la ética y la moral, que se encontraría entre los planes de los ingenieros y científicos de OpenAI, Scott Aaronson e Ilya Sutskever, buscando “almacenar” su significado en un algoritmo.

"Peor que un robot asesino"

Para Mark Phillips, todo ello se trata de “una clara amenaza para el desarrollo humano” si bien “no es fácilmente reconocible”.

“Esto es peor que un robot asesino, porque no tenemos una estructura mental para [afrontar] ese tipo de amenaza. Si un robot asesino entrara en una ciudad, tendríamos una estructura mental para pensar en ese tipo de problema. Sin embargo, estamos menos preparados para cambios sistémicos y difusos que, con el tiempo, podrían problematizar sutilmente formas de inteligencia, virtud y sabiduría que son exclusivamente humanas”, advierte.

El escritor concluye su escrito con una relativa llamada al optimismo, convencido de que “es posible un mundo donde la IA se mantenga en su ámbito de competencia y contribuya a áreas de la vida donde realmente tenga algo que ofrecer”. En lo que no confía tanto son en las “intenciones, objetivos y agendas” de sus impulsores.

El verdadero peligro, concluye, “no es que nuestras máquinas se vuelvan más inteligentes que nosotros, sino que nos volvamos tan poco inteligentes como ellas”.  

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