Barbey d'Aurevilly: «dandy», católico ex libertino y referente literario de la contrarrevolución

Jules Barbey d'Aurevilly, en un retrato del fotógrafo Félix Nadar.
Monárquico y dandy, escritor original, católico 'intransigente' con pasado libertino, Jules Barbey d'Aurevilly (1808-1889) es una de las personalidades literarias contrarrevolucionarias menos conocidas fuera de Francia. La ocasión de 'descubrirle' es la reedición allí de una de sus obras, Los profetas del pasado. De este singular personaje nos habla Jacques de Guillebon en La Nef:
Barbey d'Aurevilly, "el refractario"
"Madame, ¿no existe un tipo de tul llamado ilusión de tul?". Este epígrafe de una de sus célebres Las diabólicas ("Le Dessous des cartes d'une partie de whist"), informará de inmediato al joven lector que aún no haya oído hablar del gigantesco Jules Barbey d'Aurevilly y desee sumergirse en su literatura: todo es misterio, velo, ilusión y, finalmente, desvelamiento.
Pero en el propio autor, todo es una paradoja. Porque Barbey es una especie de Sade (sin su vocabulario, tranquilos) a quien la gracia hubiera devuelto al pie de la cruz. Pero mencionar a Sade sería como golpearle en una tortura cruel: Barbey posee un lenguaje que supera fácilmente, en potencia, inteligencia, construcción y aliento, al del "divino marqués", quien evidentemente -nueva paradoja- no es más divino de lo que Barbey sería diabólico. Todo se invierte en esta historia literaria.
Volvamos atrás e intentemos poner un poco de orden en esta confusión llamada siglo XIX, que como todo el mundo sabe tiene su línea oficial, pero sobre todo sus paralelismos ocultos.
Jules "el normando" nació en 1808 en lo que hoy es el departamento de La Mancha (Normandía), en el seno de una familia de clase media conservadora que había ingresado tardíamente en la nobleza, pero con orígenes locales muy antiguos. El mayor de cuatro hermanos, no le gustaba a su madre por su supuesta fealdad. (¿Invención de un romántico herido que soñaba con Chateaubriand o realidad? En cualquier caso, escribiría más tarde a su confidente y editor Trébutien: "Tengo muchas cosas tristes y dolorosas que decir sobre mi madre y su relación conmigo, pero ella tiene el título y el nombre sagrado: es mi madre".) El niño fue acunado en la fresca leyenda de los chuanes locales, habiendo conocido su padre al caballero Des Touches, de quien nuestro Jules sacaría más tarde tan gran novela.

'El caballero Destouches', una novela de Jules Barbey d'Aurevilly publicada en español. La imagen de cubierta de esta edición de 1945 es un retrato del propio autor obra del pintor Émile Lévy en 1882. La novela está inspirada en un personaje real, Charles René Dominique Sochet, conocido como Chevalier Destouches (1727-1793), un marino de gran prestigio que se unió a los chuanes, alzamiento popular contra la Revolución Francesa en Bretaña y Normandía, paralelo al de La Vendée.
Rechazado en el colegio militar (algo de lo que su padre nunca se recuperó), el adolescente terminó el liceo Stanislas, en París. Empezó a estudiar Derecho, pero, como heredero de un tío rico, se embarcó en una vida bohemia, a la manera de un Byron francés.
Poeta, soñador y seductor, lanzó revistas con su amigo Maurice de Guérin, que murió demasiado pronto pero cuya hermana Eugénie, católica devota, le convertiría en leyenda.
Jules vestía como un nabab (le apodaban, entre otras cosas 'Sardanápalo' d'Aurevilly); bebía en exceso, se drogaba y se entregaba a todo tipo de excesos de joven parisino. Apenas terminó su tesis de Derecho empezó a escribió poemas, a menudo inéditos durante mucho tiempo, o relatos cortos. También pintó un retrato de Brummell, el inventor del dandismo.
Vuelta a la religión
Pero basta de todo eso: después de quince o veinte años disperso de esta manera, Barbey decide finalmente convertirse en Barbey. En 1847, marcado por la muerte de su amigo Guérin y la compañía de su hermana, muy católica; marcado también por su hermano Léon, que se había hecho sacerdote, Jules se retiró durante un tiempo a la remota campiña y regresó católico, redescubriendo por fin las alegrías y las profundidades de su infancia. Aunque abandonó su disfraz de "rey de los ribaldos", no abandonó la literatura: al contrario, la inició.
Retornado a la verdadera fe tras esta vida de desenfreno, fue gracias a su lectura de Joseph de Maistre como se convirtió en paladín del ultramontanismo. Pero sin negar nada de su altura dandy-anarquista, siguió siendo capaz de publicar Une vieille maîtresse, que escandalizó a los biempensantes, al mismo tiempo que escribía su obra maestra teórica, Los profetas del pasado.
En 1851, con la Revolución del 48 a sus espaldas, publicó en rápida sucesión dos obras en las que llevaba mucho tiempo trabajando y que demostraban sus prodigiosas dotes de escritor, e incluso de pensador. Une vieille maîtresse, obra calificada (para su época) de sensual y carnal, sembró la duda y el temor entre sus lectores, muy conservadores. Los Profetas del pasado, en la que plasmó la carga más contrarrevolucionaria posible, desbarató el campo "progresista".
De hecho, es él quien, en este libro, consagra a las grandes figuras de la primera Contrarrevolución: en este ensayo altamente político, en nombre de la verdad, elogia, en diversos grados, a cuatro grandes intelectuales católicos (Joseph de Maistre, Louis de Bonald, François-René de Chateaubriand y Félicité de Lammenais) que, en los albores del siglo XIX, en una época en la que todo el mundo estaba entusiasmado con el progreso y soñaba con un mañana más brillante, comprendieron la catástrofe espiritual, moral y social a la que conducía la nueva filosofía, alejada de Dios.
¿Qué dice el propio Barbey? Que hay verdades eternas que no pueden combatirse sin riesgo. Que dichas verdades, reveladas por el catolicismo, tienen repercusiones sociales, políticas y antropológicas: que las revoluciones que, según él, tras Lutero, Descartes y Rousseau, han colocado al hombre en el trono de Dios, conducen a catástrofes sangrientas y bestializan a la humanidad. En este sentido, Barbey es un verdadero profeta, heraldo del siglo XX de los totalitarismos.
Pero si Barbey "el refractario" fue ante todo el hombre que reintrodujo a Dios, la fe católica y lo sobrenatural en la literatura francesa del siglo XIX, el padre del dandismo, de la Edad Media literaria y del Romanticismo "frenético", este gigante del lenguaje, que decía haber aprendido a leer con Byron, desarrolló una literatura tan turbulenta como claras eran sus ideas filosóficas. "Los únicos inmorales son los Imperturbables y los Burlones", replicaba a los burgueses bonachones que le acusaban de pintar morales retorcidas. Los personajes que desarrolló en Une vieille maîtresse y, más tarde, en Las diabólicas (1874), los que le darían la inmortalidad literaria, eran decadentes avant la lettre, nacidos para vivir extrañas aventuras, dotados de apellidos increíbles y misteriosos, como lo eran los personajes de Poe al otro lado del Atlántico.

'Las diabólicas', una obra de Jules Barbey d'Aurevilly actualmente en distribución en español.
No es absurdo imaginar a Barbey como un Baudelaire que hubiera logrado terminar una novela (Baudelaire, a quien defendió contra viento y marea, dijo de él: "Un verdadero católico, evocando la pasión para someterla, cantando, llorando y gritando en medio de la tempestad, plantado como Áyax sobre una roca de desolación"). Siguiendo a Balzac, a quien también contribuyó a rehabilitar, pero en una vena más psicodramática, Barbey marcó los primeros hitos de una novela "católica moderna", antes de que Green, Mauriac y Bernanos la hicieran brillar en el firmamento.
Conocido universalmente por su talento como novelista y escritor de relatos, no es exagerado afirmar que Barbey fue el padre de escritores fin de siècle como Villiers de L'Isle-Adam, Bloy (responsable de su posteridad), el propio Huysmans y Rémy de Gourmont. Una especie de eslabón perdido después de Chateaubriand y paralelo a Baudelaire que, sin embargo, fue demasiado débil en su época para resucitar el cristianismo en Francia, solo contra todos, el Connétable des lettres aportó vida sobrenatural a un siglo positivista que no le merecía.
Fue "el único artista, en el sentido más puro de la palabra, que produjo el catolicismo de la época", escribió Huysmans.
No hay que olvidar mencionar -a riesgo de ser perseguido por sus "países"- el amor desmesurado de Barbey por su Normandía natal, que retrató con tanta pasión en sus cuadros fantásticos: sus páramos encantados, sus extraños hechiceros rubios, sus sacerdotes apasionados, sus chuanes endurecidos... nada falta en su obra para que a uno (casi) le entren ganas de viajar por esta región verde.
Traducción de Helena Faccia Serrano.