«Una España que pudo haber sido netamente católica se convirtió en farisaicamente católica»

Juan Manuel de Prada.
Juan Manuel de Prada ha regresado a la novela cinco años después con una historia poderosa. A medio camino entre al género negro, el subgénero de suplantación de personalidades y el drama moral, Me hallará la muerte (Destino) retrata a un hombre que se alista en 1942 a la División Azul, es capturado y pasa trece años en un campo de concentración. Cuando regresa en 1954 entre los repatriados del Semíramis ha cambiado España, han cambiado las circunstancias personales que esperaba encontrarse a la vuelta y, sobre todo, ha cambiado él.
El protagonista de Me hallará la muerte se va sumergiendo en el mal casi sin darse cuenta. ¿Es una advertencia al lector de lo que puede sucederle a él también?
Cuando escribo mi intención es moral, pero no moralizante. Así que no es una advertencia en ese sentido. El escritor sólo muestra lo que tiene que decir a través de sus personajes, y éstos son complejos. Pero sí he querido llamar la atención sobre la necesidad de que sometamos a juicio nuestra conducta, y de que la guía de nuestras acciones sea un principio moral.
Que es lo que le falla a Antonio…
Antonio no es malo, pero sí considera que se puede soslayar el problema del mal, y que en consecuencia pueden cometerse malas acciones para obtener algo provechoso.
Lo curioso es que esa vis amoral no estalla en la guerra, escenario teóricamente óptimo para el mal, sino en la vida cotidiana del regreso...
Es que antes de alistarse en la División Azul él es simplemente un truhán que busca la supervivencia. A su regreso es algo más. Siente la avaricia y el deseo de alcanzar cosas que ya no tienen que ver con sobrevivir. Lo que antes era un estado de necesidad se sustituye por la premeditación y el cálculo.
¿Peca de lo mismo el hombre contemporáneo?
Antonio, al menos, ha pasado por una experiencia devastadora: Rusia, la guerra y los largos años de cautiverio. El mal de hoy es otro: el gran drama de nuestra época es el oscurecimiento de la conciencia, el relegamiento de la moralidad de las decisiones en aras de un supuesto bien.