Tras la novela de 2019, la teleserie de 2025, que fascina e inquieta con su organización mentirosa de globitos y pasteles
Stephen King, «El Instituto» y la sociedad dispuesta a sacrificar niños invisibles

En El Instituto, la teleserie basada en el libro de Stephen King, globitos y pasteles son un triste intento de engañar y manipular
Es curioso que este verano y otoño coincidan dos novedades culturales que denuncian el uso abusivo de los niños por parte de adultos. En la novela La Protegida, de Rafael Tarradas Bultó, ambientada en la Cataluña de 1880, una organización siniestra secuestra niños para ponerlos a trabajar como mano de obra esclava en una fábrica textil clandestina. La novela (de aventuras, romance, choque de clases, investigación, con malvados muy malvados y otros personajes más complejos) se lee muy bien, como todo lo de Tarradas Bultó, pero a partir de cierto momento pierde el interés por los niños secuestrados. Lo que está claro es que son niños pobres y huérfanos, de calles y orfanatos, que no importaban a nadie.
Nosotros vamos a comentar El Instituto, cuidada teleserie de MGM+ (en Prime Amazon en español), de 8 capítulos, cuya segunda temporada ya se ha anunciado. Se basa en el libro de Stephen King de 2019, de casi 600 páginas. Unos adolescentes son secuestrados y despiertan en un extraño edificio, que intenta imitar un instituto, pero del que no se puede salir.
Los niños veteranos explican algo a los novatos: se les someterá a pruebas, se intentará despertar en ellos sus poderes psíquicos latentes, y luego tendrán que usarlos, les dicen, para "salvar a la humanidad". Aquí no se trata de niños pobres del siglo XIX y no vale cualquier niño, solo los que tienen potencial. Su desaparición no puede pasar desapercibida. La organización siniestra usa todo tipo de trucos para quedarse con los niños, incluyendo matar a sus familias simulando accidentes.
El peligro de convertirse en monstruo
El protagonista es un quinceañero inteligentísimo llamado Luke (buen trabajo del actor Joe Freeman) que hablaba con sus padres de las ganas de "aprender y descubrir" yendo a la universidad. "Tengo un sueño, y estoy al borde de un abismo, y está lleno de todas las cosas que no sé", les dice. "Cuidado: si miras al abismo, éste podría devolverte la mirada", dice su padre. La frase es de Nietzsche, y va acompañada, justo antes, de otra: "Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse en monstruo". A Stephen King siempre le inspiró esta frase del abismo: su novela Misery, de 1987, empezaba con ella. Al mirar al monstruo, y su maldad terrible y fascinadora ¿podemos evitar sumarnos a él?
En la novela hay más niños y jóvenes que en la teleserie, que es más ágil y va más directa al grano que la novela. Un nuevo niño habla con Luke de la Biblia, en concreto de la historia de Sansón. Y más adelante, la opción que optará será la de Sansón, para romper con la organización siniestra, la estructura de pecado. En cierto sentido, se parece a la solución de The Stand, considerada la obra más religiosa de Stephen King, y más en concreto su última versión en teleserie de 2021 (que comentamos aquí): llega el momento en que el heroísmo es plantarse, no colaborar, no rendir culto a quien no lo merece.
Cultura
La película de Sansón, un hombre solo contra un reino... Dios le daba fuerza, pero no le hablaba
Pablo J. Ginés/ReL
El Instituto, la organización siniestra, con globitos y pasteles, y con alguna paliza de vez en cuando, intenta encarrilar a los niños en su organización. Les dicen que tras el entrenamiento pasarán a la Parte Delantera del edificio, ayudarán a salvar el mundo, y podrán volver a casa con la memoria borrada. Pero Luke es inteligente. Si están salvando el mundo ¿por qué no lo cuentan? ¿No se ofrecerían voluntarios muchos niños, acompañados de sus padres, si sólo lleva unos meses? ¿Por qué están presos, por qué no pueden hablar con los padres? ¿Por qué no vuelve nadie de "la Parte Delantera"?

Joe Freeman interpreta al joven Luke Ellis, al que someten a pruebas para despertar su factor psi
La chimenea y el humo de los sacrificios "de la ciencia"
Muchas veces Stephen King ha querido denunciar que los mayores dañan a los niños y adolescentes, a veces con su egoísmo, otras veces con ideología, a menudo por mera crueldad o torpeza. En esta historia insiste en esa idea. Pero también hay adultos buenos y nutricios.
El Instituto es feo, verde grisáceo, sombrío. La parte delantera es peor. Y tiene una chimenea de la que sale humo negro. Sí, hornos crematorios. Niños que son usados, exprimidos. Y hornos crematorios. Se puede pensar en fábricas decimonónicas. También en Auschwitz y también en las clínicas abortistas (aunque estas suelen enviar los restos a quemar a otro edificio, pero también ellas invisibilizan al niño). La mención a Sansón ayuda a recordar a Dagon el dios filisteo, y los dioses paganos que exigían sacrificios infantiles. Como nuestra modernidad: para que los padres puedan divorciarse, o facilitarse el día a día, los niños deben sufrir el aborto, el divorcio, la soledad...
Mientras tanto, en un pueblecito de Maine (Stephen King lo ambienta todo siempre en Maine) llega un ex-policía con un trauma. Es buena persona, habla con una mendiga que dice chaladuras. Pero que resulta saber más de lo que parecía.

Ben Barnes es el policía Tim Jamieson, que se preocupa por aquellos a los que nadie presta atención...
La organización tras el Instituto es capaz de hacer desaparecer personas, incluyendo una chivata lesbiana a la que vemos abrochándose la blusa. Pagado el diezmo gay obligatorio en el primer o segundo capítulo, ya no habrá más escenas de sexo ni alusiones LGTB. Sí hay personajes perversos, y un poco patéticos, que hablan de mantener relaciones. Agradecemos aliviados que no llenen el Instituto de adolescentes gays.
En realidad, la serie es perfectamente adecuada a partir de los 16 años, quizá de los 15. El terror es, sobre todo, psicológico, además de escenas de pruebas técnicas con adolescentes que les causan convulsiones. Es, en cualquier caso, algo más siniestra que la también recomendable teleserie de Alex Rider (con su propio instituto de niños especiales).
La directora que intenta autoconvencerse
La jefa del Instituto es la actriz Mary-Louise Parker (ganó 2 Globos de Oro y 1 Premio Emmy hace 20 años), que es capaz de mostrar matices y distintos registros; tiene que ser a la vez "amistosa", negociadora, jefa durísima, solucionadora para un jefe misterioso y lejano... Intenta convencer de que lo que hacen, pese a ser "duro", es necesario. Suena igual que una directora de clínica abortista que intenta convencerse a sí misma de que lo que hace está bien.
La serie destaca también por su canción de créditos iniciales, "Shout", del grupo inglés Tears for Fears, interpretada por The Lumineers. Invita a no callar ante la manipulación, no ser cómplice.
Al avanzar la serie, averiguamos más sobre la organización siniestra y los poderes que manejan. Vale la pena recordar que en el mundo real la CIA dedicó 23 años y 20 millones de dólares a hacer experimentos con videntes y supuestos poseedores de telepatía o visión a distancia en lo que se llamó el Proyecto Stargate, sabiendo que los soviéticos también lo intentaban. Empezaron a inicios de 1970, lo dejaron en 1993, tras caer el Muro de Berlín, y se supo al desclasificarse los documentos en 2017. Pero no se trataba de niños, sino de adultos voluntarios. Los famosos psíquicos Ingo Swann y Uri Geller formaron parte. Y no se pinchaba ni asfixiaba a nadie. O eso quieren que pensemos.
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La fe de Stephen King
King nació en 1947. Se formó en una familia practicante de religión cristiana metodista, pero en la adolescencia dejó la práctica religiosa y la creencia en Dios. En 2008, entrevistado en Salon.com explicaba que le educaron para creer en el Anticristo, y que aunque no creía ya en Dios como se lo enseñaron con la Biblia, pensaba que Dios merecía ser tomado en serio como un factor real a la hora de reflejarlo en una ficción.
Seis años después, en 2014, King ya hablaba de Dios de otra manera, entrevistado en octubre en Rolling Stone. Decía que había elegido creer en Dios "porque hace que mejoren las cosas. Tienes un punto de meditación, un punto de fuerza", decía con 67 años. "Elijo creer que Dios existe y así puedo decir 'Dios, no puedo hacer esto por mí mismo, ayúdame a no beber hoy. Ayúdame a no drogarme hoy. Y eso me funciona", añadía.
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