Diario de un perseguido (1)
Monseñor Anastasio Granados

El actual obispo de Ciudad Real fue ordenado por monseñor Granados
Recogíamos en el artículo anterior una entrevista que en 1977 se hizo a monseñor Anastasio Granados García, obispo que fue auxiliar de Toledo y titular de la diócesis de Palencia.
Aquí la homilía del funeral que presidió el cardenal Marcelo González Martín, el 20 de febrero de 1978, en Toledo.
HUYENDO DE LOS ROJOS TOLEDANOS
Para mis queridísimos tío Atanasio y tía María,
con mucho agradecimiento y mi bendición
+ Anastasio, obispo de Palencia
MES DE JULIO
Día 21. Hasta este día, el orden en Talavera había sido perfecto, merced a la concentración de más de doscientos guardias civiles; pero en la madrugada de este día, la Guardia Civil había salido para Toledo, dejando las armas y la ciudad en manos de los rojos. Estos cacheaban, ordenaban abrir balcones, hacían registros en los domicilios y se manifestaban en plena euforia. Eran los dueños del pueblo y los mantenedores del orden.
Yo salí de casa, di la Sagrada Comunión a dos personas en la Fundación Santander y, a requerimiento de las monjas Benitas, celebré la santa misa en su monasterio. En el trayecto nadie me molestó, y solamente pude apercibirme de alguna “jaculatoria” que me echaba un socialista al pasar junto a mí.
Más tarde accedí a que viniese a casa el barbero, me arreglase para disimular la tonsura y me afeitase. Entretanto, había llegado mi hermana con un traje del comercio. Me lo probé delante de un dependiente y estuvieron todos de acuerdo en que me sentaba muy bien; el único que discrepaba era yo, que no me avenía a que el pantalón me rozase el mismísimo tacón de los zapatos, pero, cuando me dijeron que era así como se llevaba, tuve que callar.
Todavía a estas horas (eran las 10) yo pensaba muy ingenuamente que se trataba de un episodio cómico a que daba lugar la falta de Guardia Civil y las noticias de las radios rojas, contando con que todo quedaría en cacheos y registros hasta que llegase el Tercio, al que esperábamos todos. Los marxistas también esperaban por todas las carreteras, armados con escopetas viejas y pistolones. Tal era mi ingenuidad, que nunca pensé que tuviera que estrenar el traje recién comprado. Me puse a tomar a máquina unas notas sobre literatura, encerrado en el patio de la casa.
A eso de las 11, oí una algarabía en la calle y supe inmediatamente que se trataba de hacer un registro en la Fundación Santander, y que se llevaban presos al portero y al cocinero, después de haber conducido al mentado Colegio a un profesor llamado don Juventino Nieto y al sacerdote don Gregorio Molano. La excitación de los socialistas crecía por momentos; se hablaba de pistolas halladas hasta en el cáliz; se corría al grito de “No los dejéis escapar”. A uno de los milicianos, que habían acordonado las aceras, se le escapó un tiro, con la alarma consiguiente. Yo empecé entonces a vestirme de paisano y a intentar salvar el Santísimo Sacramento de la capilla de la Fundación Santander; pero, en vano, porque los socialistas, lejos de abandonar el edificio después del registro, se instalaron en él y lo convirtieron en Comité.
De repente, apareció en casa tío Atanasio, buenísimo amigo mío de la Fresneda, que había ido a Talavera a sus negocios y, en vista de que no los podía concluir, había ido a visitar a mis padres.
Allí se encontró con una sobrina carnal, maestra, que pasaba unos días en casa, con la cual se preparó el viaje en la forma siguiente: yo iría con tío Atanasio a la Fresneda, pasando por Alcaudete; y mi padre iría con la maestra Eulalia por Torrecilla de la Jara, llevando mi sotana y mi breviario.
A las tres salía la camioneta de Alcaudete, y una media hora antes salía yo de casa, disfrazado, acompañado de mi padre y de tío Atanasio. Aunque llevaba la gorra bien encajada, no me excusé de que me conociera la Sra. Eufrasia y más adelante la esposa de “Moquillo”, celebérrimo socialista, con lo cual di por supuesto que estaría enterada toda la ciudad a los pocos minutos. Antes de subir al auto, se me cacheó con bastante cortesía, usando el pobre diablo que lo hacía esta frase expresiva: “Maestro, ¿hace Vd. el favor?”. El viaje corto, de 25 Km., no tuvo nada de anormal fuera de los saludos con puño en alto y del encuentro con camionetas llenas de gente que iba a Talavera a por escopetas.
Llegados a Alcaudete, nos dirigimos a casa de don Clemente Villasante, donde estaba también su coadjutor, don José Fernández Avilés. Allí me confesé con el párroco, estuve con la familia y con la de don Valeriano cerca de dos horas y, por fin, arrancamos montados en sendas mulas.
Al llegar a la Fresneda supe que acababa de llegar don Bernardo Sánchez con mi padre.
Día 22. Creyéndonos estar a salvo de cualquier contingencia, nos pusimos la sotana y subimos a una finca del comandante de Marina, don José Pardo, para celebrar la santa misa en su oratorio semipúblico. Todo el día fue de absoluta tranquilidad. Yo dormí en casa de Bautista y don Bernardo, en casa de tía Casimira.
Día 23. Después de celebrar la santa misa, recibimos aviso de que los de Torrecilla venían persiguiéndonos, porque “éramos los jefes de la revolución”. Comimos en el campo y subimos a un cerro desde el que se divisaban los caminos para huir cuando viéramos aparecer a los perseguidores. Entramos en el pueblo después de anochecer y salimos a dormir a la era de tío Casimiro.
Día 24. Salimos de nuestro hotel bastante temprano, para que la gente del pueblo no se apercibiese de nuestra estancia; nos lavamos al atravesar el río Gévalo, secándonos, unos con el pañuelo, otros con la camisa. Pasamos todo el día en la finca “Los Villarejos”, donde habíamos celebrado la santa misa, teniendo que fabricarnos nosotros las hostias con una plancha. Por la noche, yo fui a dormir a casa de tío Atanasio, pero sobre las 11 de la noche, la tía Ana vino a dar el aviso de que los socialistas de Torrecilla habían dicho a su marido, el tío Columbano, que al día siguiente vendrían a prendernos. Por fortuna, la cosa no era tan grave y pudimos dormir en cama aquella noche [CONTINUARÁ].

Presidiendo la procesión del Corpus en Toledo en 1962