Religión en Libertad
La Virgen con Jesús en brazos en 'Jesús de Nazaret' (1977) de Franco Zeffirelli, donde María es interpretada por Olivia Hussey.

La Virgen con Jesús en brazos en 'Jesús de Nazaret' (1977) de Franco Zeffirelli, donde María es interpretada por Olivia Hussey.

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En el último día hemos visto cómo, una vez más, una palabra ha encendido una tormenta dentro de la Iglesia: «corredentora». Algunos la defienden con pasión, otros consideran que es equívoca y pastoralmente dañina. Y el reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha señalado algo que ya venía indicando el Magisterio desde hace décadas: la expresión, tal como se recibe hoy, puede llevar a confusión. 

Y la confusión nunca es un lugar donde el Espíritu Santo construya comunión. Si una expresión acerca de María hace sombra a Cristo, confunde a los hermanos separados, o divide a quienes aman a la Virgen, entonces esa expresión no está siendo instrumento de comunión.

Conviene recordar que aquí no está en discusión lo esencial: Cristo es el único Redentor. La salvación no procede de una repartición de funciones, sino de la entrega perfecta y única de Cristo en la cruz. Su sacrificio es pleno, suficiente y definitivo.

La Iglesia, sin embargo, ha enseñado siempre que María participa de modo singular en la obra redentora como Madre del Redentor y como primera creyente. Lumen Gentium afirma que «cooperó de manera totalmente singular a la obra del Salvador», y que es «Madre en el orden de la gracia». Es decir, coopera, sí, pero lo hace como creatura redimida, totalmente dependiente de Cristo. No como causa paralela, sino como quien acoge primero la gracia que luego entrega.

Aquí es necesario detenernos en el lenguaje. En la teología escolástica y clásica, el término «corredentora» se entendía en sentido correcto: el prefijo «co» significaba «con», no «igual a». Era una forma de decir que Cristo es el único Redentor y que María coopera desde dentro de ese acto salvífico como la discípula perfecta, la llena de gracia que responde de modo pleno a la iniciativa divina. Por eso autores espirituales y pontífices del siglo XIX y XX pudieron usar el término sin intención alguna de sugerir dos redentores.

Sin embargo, en el mundo actual el lenguaje ha cambiado. Hoy el prefijo «co» se usa en sentido de igualdad: coautor, copresidente, codueño. Y ahí surge el problema. Para quien escucha hoy la palabra «corredentora» sin formación teológica, lo más natural es pensar en una redención compartida a dos niveles. Eso no es lo que la Iglesia cree. Y si una palabra lleva a muchos a pensar algo contrario a la fe, entonces esa palabra ya no sirve para expresar la verdad que quiere transmitir. Una palabra que divide a quienes aman a la Virgen y que confunde a quienes se asoman a la fe no está ayudando a la misión.

El Magisterio reciente ha tomado nota de este cambio de recepción de la palabra. Juan Pablo II, aunque empleó ocasionalmente el término en contextos catequéticos muy precisos, nunca lo propuso como doctrina a definir, y cuando desarrolló la mariología en profundidad prefirió hablar de «cooperación materna» y «Madre en el orden de la gracia» como en Redemptoris Mater. La Declaración de Częstochowa (PAMI, 1996) desaconsejó el término por su ambigüedad teológica. Benedicto XVI, tanto como teólogo como Papa, señaló que la expresión «se presta a confusión y no ayuda al diálogo ecuménico». El Papa Francisco ha afirmado en repetidas ocasiones que la expresión no es adecuada porque oscurece la centralidad de Cristo. No se está cuestionando la doctrina de la cooperación de María en la redención, sino la palabra que hoy no la expresa con claridad.

María, en su espiritualidad auténtica, no divide nunca. La verdadera devoción mariana no reúne para enfrentar, sino para reconocer en Cristo a los hermanos. No necesitamos defender a María con trincheras, porque Ella es Madre de la unidad. Si en su nombre se discute con aspereza, es probable que lo que defendemos no sea a María, sino nuestro propio orgullo teológico.

Maternidad

Maternidad

Por eso es menester hablar de María con una expresión que ilumine más que divida. Por ejemplo, María proto-cooperadora. «Proto» significa primera. Ella fue la primera en acoger la Palabra, la primera en entregarse sin condiciones, la primera en permanecer junto a Cristo, la primera en recibir la gracia y transmitirla como Madre. No añade nada a la redención: la acoge perfectamente y nos enseña a acogerla.

Por supuesto, hay muchos más términos posibles, seguro que más certeros y teológicamente fundados. A saber: María Cooperadora Singular. Este término ya aparece en Lumen Gentium 61. «Singular» no significa «al mismo nivel», sino de modo único e irrepetible en la historia de la salvación. María Socia de la Redención (Socia Christi). Usado por Pío XII y por la tradición litúrgica. El término socia evoca comunidad de misión, no dualidad de agentes. María Madre en el orden de la gracia. Este es el título más seguro doctrinalmente (LG 61–62). No describe solo un rol afectivo, sino un oficio: la mediación materna como transmisión vital de la gracia. María Puente de la acogida de la gracia. En lenguaje pastoral contemporáneo: Cristo salva; María educa el corazón para acoger esa salvación. Esto ayuda a separar causa (Cristo) de disposición (María).

Pero son solo ejemplos, sujetos a discusión y opinión, en tanto la Iglesia no haya dictaminado (Roma locuta causa finita).

Lo que está en juego no es la mariología, ni la ortodoxia, ni el amor a la Virgen. Lo que está en juego es cómo anunciamos el Evangelio hoy para que Cristo sea luminoso y María sea reconocida como la Madre que nos conduce a Él.

María no pierde nada si afinamos el lenguaje y todos ganamos claridad, unidad y paz. Así podemos mantener nuestras preferencias teológicas y devocionales sin anularnos unos a otros. La Iglesia es amplia, antigua y sabia. Y todo se resume en esto:

Cristo es el único Redentor.

María es la primera que acoge esa redención y nos enseña a recibirla.

Pidámosle a Ella que, como en Caná, vuelva a susurrar a nuestra Iglesia cansada, inquieta y dividida:

«Haced lo que Él os diga».

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