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Las siguientes tres ferias de la primera semana del Tiempo de Adviento, nos quieren señalar de nuevo como la promesa del Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo Testamento. Lo que anuncian los profetas se cumple en Cristo. Todo el Adviento supone una tensión que tiene como horizonte, el nacimiento en la carne, del Hijo de Dios.

Así, nos encontramos un anuncio de esperanza, de fidelidad, y de paz, porque el pueblo puede poner su fundamento en Dios: la roca perpetua. (cf. Is 26, 1-6). Por ello, el hombre puede poner su confianza en Dios, haciendo su voluntad, y obedeciendo su mandato. En este sentido, Jesús se convierte en la roca en la que nos podemos apoyar. Solo, si apoyamos nuestra vida en él, nuestra existencia tendrá fundamento. Aunque llegue la dificultad y la tentación, no nos hundiremos porque nos hemos cimentado en Cristo, que es la roca perpetua. (Cf. Mt 7, 24-27).

Del mismo modo, Isaías también anuncia un tiempo de grandes signos, de curaciones y de milagros. Un tiempo donde los pobres cantaran, y los oprimidos serán liberados. (cf. Is 29, 17-24). Este tiempo que anuncia el profeta se cumple en Jesús. Con el Señor, se confirman los signos y los milagros. Los sordos oyen y los ciegos recuperan la vista. (cf. Mt 9, 27-31). Jesús es el Hijo de Dios, que nace, para que el hombre pueda volver a ver, poniendo su mirada en Él.

De esta forma, Isaías va a proclamar al pueblo la esperanza de un futuro en que todo será renovado, un camino donde andará seguro, un lugar donde vivirá en paz, y un tiempo donde será sanado. (cf. Is 30, 19-21.23-26). En Cristo, vemos cumplida esta promesa. Él cura toda enfermedad, enseña al pueblo y se compadece de los suyos. Con Jesús, se inaugura un tiempo nuevo, donde él es el camino, él nos abre el cielo para poder vivir para siempre con Dios, y nuestras heridas son sanadas. (Cf. Mt 9, 35-10, 1).

Belén Sotos Rodríguez

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