Detrás de un santo, hay un pecador

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Cuando observo a mi alrededor, sobre todo en mis recorridos en el transporte público de Madrid, veo tantas situaciones, que a veces me llevan a cuestionar el sentido de para que el hombre vive, para quien vive y porque vive. La respuesta a estos interrogantes del hombre la encuentro en los santos. Eran hombres y mujeres con debilidades, con fragilidad, se equivocaban, se enfadaban, tenían ira, necesitaban superarse cada día y seguir poniendo su mirada en Dios. Pero, los que han sido canonizados por la Iglesia como la inmensa cantidad de santos que hay en el cielo, se caracterizan porque en medio de todo su pecado, han sabido vivir con plenitud su condición de hijos de Dios. Ellos se han dejado llenar de la santidad y de la gloria de Dios, y ahora le pueden gritar Santo por toda la eternidad.
Detrás de un santo hay un pecador. Solo puedes tener esta experiencia, cuando en tu vida has sentido eso mismo. Ser santo nos puede parecer algo inalcanzable. Pero yo creo que es muy sencillo. Solamente supone responder con generosidad a lo que Dios te pide, te reclama, ya sea en la vida ordinaria o en aquel servicio que al que te llama para que se manifieste la gloria de Dios.
Por tanto, ser santo implica atender a alguien cuando va en el metro perdido, incluso cuando tú vas mal de tiempo. Entonces, si lo haces con amor hacia el otro, Dios te regala hasta llegar antes de la hora al sitio al que tenía pensado ir. También, a lo mejor, puedes rezar en los vagones por tantos que solo están pendientes de un móvil, o de ponerse unos cascos, perdiendo todo sentido de la realidad. Quizás, puedes ceder el asiento alguno que se encuentre en una situación peor que tú. Así, ser santo te lleva a dar de comer alguien que en la calle pasa hambre. También puedes escribir a tus amigos, cuando no sabes tiempo de ellos. Ser santo implica poner tu imaginación en movimiento. Muchas veces perdemos el sentido y llenamos nuestra cabeza de tantas cosas inútiles. Tenemos graves problemas en nuestra vida, o pequeños problemas. Depende de la mirada que cada uno tenga ante ellos. Pero, si miramos a nuestro alrededor y nos entregamos en las cosas de la vida ordinaria, muchas veces los problemas no se van a solucionar, pero seguro, que tendríamos una mirada nueva sobre ellos y sobre nosotros mismos.
Del mismo modo, cuando Dios nos pide un trabajo, o un servicio que podemos considerar de mayor importancia, solo nos reclama poner la mirada en él, y no en ver lo bien que hemos quedado. Es verdad que necesitamos confrontar lo que hacemos, pero solo para mejorar o rectificar lo que ha salido peor, pero por lo demás es necesario entregarlo todo a Dios, que él ya se encarga de pagarnos como necesitamos.
Ser santo, es el fin de nuestra vida. Cuando lleguemos al cielo, veremos cuál es el verdadero criterio para llegar a la santidad. Seguro que no será hacer mucho o poco, según nuestro modo eficaz de ver las cosas. Espero que para ser llamado a la gloria de Dios, el modo de entrar en ella sea que a pesar de las caídas uno se sigue levantando, que cuando uno se confunde acude al sacramento para pedir perdón. Quiero que para ser santo no haya que ser perfecto, sino solo necesitar el amor de Dios, que lo cambia todo, que te da todo. Él que te creo por amor, quiere tenerte siempre contigo, por toda la eternidad. No pierdas la única oportunidad que tienes: esta vida y esta existencia para vivirla con la pasión de un enamorado que se pone cada mañana a los pies del Señor y ante él se postra. A sus pies estamos seguros. Mirando a la cruz podemos saber cuál es el horizonte de nuestra vida.
Detrás de un santo, hay un pecador que se ha dejado perdonar por Dios, para solo a él servirle y decirle cada mañana apoyado en un sagrario que le ama.
Belén Sotos Rodríguez