A la hora que menos lo esperas viene el Hijo del hombre

Cielo-nubes
Hay que estar preparado porque a la hora que menos lo esperas viene el Hijo del hombre para llevarte con él (cf. Mt 24, 44). ¿Por qué andáis agobiados por el comer o el vestir? Dios sabe que necesitamos de todo eso. Busquemos el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se nos dará por añadidura (cf. Lc 12, 22-34).
Últimamente, se nos van al cielo hermanos que son jóvenes y Dios lo llama a su presencia. La muerte es un misterio. La vida y la muerte son un misterio para cada uno de nosotros. Por eso, es necesario estar preparado, para el encuentro definitivo en los brazos del Padre.
En esta vida, a veces nos agobiamos por tantas cosas. Lo digo también por experiencia personal. Pensamos que necesitamos de tanto. A veces, podemos desconfiar de Dios, porque creemos que nos ha abandonado y no conoce nuestras necesidades. Él ve todo lo que nos preocupa y reclamamos: una buena y bonita formación, la ropa para poder vestirnos, la comida, un móvil, un ordenador, una casa, un coche… También los dones espirituales: libros para poder rezar y formarnos, un buen acompañante espiritual para que nos lleve a Dios, nos haga libres y responsables de nuestra vida. Dios todo lo conoce y lo tiene en cada instante presente. Entonces, si contamos con el mejor de los donantes, que es el Señor, lleno de poder y de gloria. ¡A qué viene vivir tan angustiados!
Mi experiencia personal es que vivimos demasiado en el horizonte de esta vida. Todo lo que necesitamos es para poder dar gloria a Dios, para ponernos a servirle a él y a los demás. Mi vida me dice, que cuanto más compartes tus bienes, estos se multiplican para los otros y para uno mismo. Puedo decir que cuando necesito cualquier ayuda siempre aparece algún hermano que viene en mi auxilio. ¡Cuánta providencia he visto en ello!
Entonces, creo que se hace necesario parar y preguntarnos para quien vivimos. El apóstol S. Pablo, nos dice en la Carta a los Corintios, que nos ocupemos de las cosas del Señor para no tener el corazón dividido (cf. 1 Cor 7, 32-24). Yo también, me lo digo a mí misma, cuantas cosas nos evitaríamos si viviéramos así. Pondríamos todo nuestro esfuerzo por llenar nuestro tiempo de entrega, en lo cotidiano y en lo más extraordinario. La existencia estaría donada para hacer solo el bien. Nos pasaríamos media vida delante del Señor, al que solo hablaríamos de lo bueno y de lo malo de nuestro día a día para que él pasara sobre ello.
Nos dedicaríamos a ver la voluntad de Dios en todo. Pondríamos a fructificar nuestros dones, sin vergüenza, para hacer llegar el reino de Dios a todos. No tendríamos miedo en decir lo que somos, y para quien vivimos.
Nos pasaríamos la vida entera amando a Dios y a los demás. Como hijos amados de Dios, necesitaríamos vivir de la alabanza a él, para solo a él darle gloria.
Cuantas preocupaciones inútiles, y cuantas conversaciones sin ningún contenido nos evitaríamos. Porque solo tenemos una vida en la tierra para dar fruto. Una tierra en la que nace la vida que se convertirá en frutos para la vida eterna (cf. Mt 13, 1-9).
Busquemos a Dios en todo, porque él será lo único necesario para poder vivir y solo con él nos encontraremos. Como nos dice hoy Santa Teresa del niño Jesús, seamos en la Iglesia ese amor que se entrega por todos, especialmente por los más débiles.
Al final de la vida, como nos dice San Juan de la Cruz, solo nos examinaran del amor. Aquí se quedará todo. Nuestros bienes y nuestros amigos, que nos encontraremos de nuevo con ellos en el cielo. Pero, a ti y a mí, solo nos dirá Dios si todo eso que hemos disfrutado en la tierra, nos ha servido para darle gloria, y entregarnos sin reserva para el bien de todos. También, nos dirá si en el dolor nos hemos unido a él, que en su cruz nos da una vida nueva y la salvación que necesitamos.
Pongamos nuestra mirada en el cielo, y vivamos ya aquí una existencia que dé frutos de santidad para la vida sin fin.
A Dios Omnipotente, al Hijo, por el poder del Espíritu sea solo la gloria y la vida del hombre. Como dice San Ireneo, la gloria de Dios es el hombre viviente. Tengamos el corazón para vivir de esa vida en Dios.
Hagamos en esta vida amigos fuertes de Dios, que nos lleven a él. Los hermanos nos abren el camino, y junto con ellos, daremos gloria a Dios por toda la eternidad.
¡Amén!
Belén Sotos Rodríguez