La cruz en lo cotidiano de la existencia

Cruz-cielo
El Señor nos propone un camino que es guiado por el Espíritu. Solo la gracia que quiere actuar en nosotros puede cambiarnos por dentro, para ser movidos por el poder de Dios, en nuestra vida de cada día.
La cruz es el camino más directo para ir al cielo, nos dice Santa Teresa de Jesús. Pero, ¿llevar la cruz de cada día es algo abstracto?, ¿algo que está reservado solo para algunos?
Mi experiencia personal me dice que seguir al Señor entregando la cruz de cada día es una experiencia que Él nos propone a todos. Solo el Espíritu lo hace posible. Todo es gracia. Esta gracia necesita ser acogida y el Señor nos reclama esa entrega en la vida ordinaria, donde llevar la cruz, se hace más evidente y es más necesaria la gracia del don de Dios.
Para mí llevar la cruz de cada día supone tener un corazón dispuesto a acoger los tiempos de Dios que se dan en mi existencia. Implica vivir esa entrega en la que Dios te va cambiando los planes, los acontecimientos… Pero solo cuando le dejo entrar y me dejo mover por él, la gracia del Espíritu hace maravillas.
Llevar la cruz es estar dispuesta continuamente al cambio. Es poder acoger el cansancio de cada día tanto el personal como el del prójimo. Supone atender a una persona que en la calle te pregunta una dirección o en el metro anda perdida, sobre todo, cuando no dispones de mucho tiempo, o la persona te pide mucha ayuda. También implica estar dispuesto a poder llevar en tu vida ordinaria con paciencia esa espera en la fila del pago del supermercado. Es muchas veces levantarte y nada más empezar el día aceptar que se te cambien los planes que habías organizado con semanas de antelación. El Señor te invita a decir en cada instante que sí.
Llevar la cruz no es solo algo heroico para un momento de enfermedad o la entrega radical de la vida, sino que es entrelazar en la existencia esa entrega que se te reclama en las cosas más sencillas pero que muchas veces son las que más cuestan.
Pero llevar la cruz nos sitúa en la alegría del que se prepara para estar dispuesto a dar los dones que ha recibido: los más espirituales y los más materiales. Muchas veces no nos gustará aquello que nos pidan, en el plano espiritual, en el plano humano o en el plano material, pero si miramos a la cruz, la gracia de Dios lo hace posible. Lo más importante es vivir como hijos de Dios, que acogen el don y lo ponen a fructificar. Por eso, llevar la cruz no es tener una existencia sumisa en la que no puedas ofrecer tu punto de vista ante cualquier propuesta, ya venga de donde venga. Tener la mirada puesta en la cruz, nos lleva a la donación de la persona, no como esclavos, sino como hijos amados de Dios.
La cruz parece un camino exigente y muchas veces lo es, porque nos pide una actitud de acogida. Pero en el fondo es algo que por puro don, se nos regala y hace feliz la existencia.
Jesús llevó esa cruz de la entrega hasta el final. Pero fue adornando su vida con entregas que en el cotidiano la llenaron de hermosura. Por eso, hoy te invito a que vivas enamorado de Jesús, que en tu vida te pide cuidar los pequeños detalles: dar de comer al que no tiene nada, responder con agrado al que nos incomoda, tener un corazón que acoge el cansancio y los planes de Dios en la vida de los demás, que a veces cambian la tuya… Eso es lo que yo veo que el Señor nos pide a ti y a mí cuando nos habla de la cruz.
Tener la mirada puesta en la cruz es un don que se nos regala y que se nos da. Todo es gracia. Pero solo un corazón que se deja hacer por Dios, como nos dice S. Ireneo, en la cotidianeidad de la existencia, puede descubrir la alegría de la entrega, en el don de Dios, que viene a hacerse presente a nosotros.
Belén Sotos Rodríguez