Un camino de fe
Transfigúrame, Señor

Oración-luz
El evangelio del próximo domingo nos va a revelar el misterio de la Transfiguración como anticipo de la Resurrección del Señor.
Jesús toma a tres de las columnas de la Iglesia naciente: Pedro, Santiago y Juan. Ellos que serán los testigos de la Resurrección van a ser también participes del misterio de la Transfiguración. De este modo, Jesús sube con ellos al monte, para hacer este signo de vida que anticipa la victoria. El monte es el lugar donde Dios se hace presente, es el espacio donde se manifiesta su poder. Por eso, en el monte Tabor Jesús va a manifestar su gloria ante sus discípulos. En la montaña santa, el Señor va a revelar su verdadera identidad como Hijo de Dios. Jesús antes de la pasión va a mostrar a sus discípulos su fuerza desde su persona divina como Hijo del Padre. El monte se va a convertir en testigo directo de la gloria de Dios. Lugar de su manifestación. Sitio de un verdadero encuentro con Jesús, el Hijo amado. En Jesús, los apóstoles van vivir un encuentro con Dios mismo que viene a ellos con fuerza, y poder, para que no duden cuando llegue el momento del sufrimiento, y la humillación, de que el Señor es verdaderamente el Hijo que viene a salvarles y transformar sus vidas. Jesús se transfigura en el monte, para que ellos vean anticipadamente la gloria de la Resurrección.
De esta manera, Jesús sube al monte para orar, para tener una relación estrecha con el Padre. La oración del Señor busca hacer la voluntad de Dios. Por ello, la transfiguración es un acontecimiento desde el obrar del Padre. Jesús hace lo que ve hacer al Padre. Por eso, se transfigura delante de sus amigos íntimos porque ese es el designio del Padre para con ellos. Jesús se transfigura para ellos, para darles aliento y ánimo. No lo hace por sí mismo, sino para los demás. El querer del Hijo es el querer del Padre. Por ello, elige a los más cercanos para darles el consuelo que van a necesitar en la pasión. Él sabe y conoce los duros que van a ser esos momentos. Así, se transfigura para que puedan hacer memoria en su corazón de la gloria de Dios. Pero, todo se realiza en un clima de oración, a la escucha de la Palabra del Padre que tiene eco en su corazón.
Es en este ambiente de cercanía del Hijo con el Padre y con los suyos, donde su cara cambia. Se transforma en una mirada de gloria que refleja la vida de Dios. El rostro se convierte para que en él sus más cercanos vean todo el amor de un Dios que viene a su encuentro. El aspecto de su figura se torna para que veamos el poder de un Dios que viene a nosotros para que veamos su santidad. La santidad y la gloria de Dios se hacen patente para ellos, para que no duden del Maestro. También, para nosotros su imagen se convierte en un rostro que se llena de luz para que no temamos ante el Dios que manifiesta su poder. Su rostro cambia para que nosotros seamos colmados de la presencia de Dios que viene a nosotros para que seamos llenos de su gloria, y de su vida.
De este modo, en la oración del Monte todo queda transfigurado. Se revela una nueva alianza. Moisés mediador de la antigua alianza, y Elías el profeta del celo de Dios, aparecen junto con Jesús para confirmar que el Señor es el Hijo de Dios, con cuya sangre se realiza una nueva alianza. Jesús es el Profeta que habla de parte de Dios, porque él es la Palabra de vida. Jesús es el mediador y el profeta que da cumplimiento al antiguo pacto y que nos anuncia la verdadera Palabra de Dios. El Señor viene hacer con nosotros una nueva alianza, un nuevo testamento. Con su sangre sella ese pacto con nosotros y nos hace para él. Ha pagado un precio por nosotros porque nos ama. Su alianza es una alianza nueva en el amor y la entrega que él nos ofrece. De esta manera, Jesús viene a anunciarnos la Palabra de Dios. Con su sangre nos cubre y con la Palabra de Dios nos proclama lo que el Padre quiere para nosotros. Con Jesús, todo está sellado.
Por ello, en la montaña donde se percibe la gloria de Dios también se ve la debilidad humana. Los apóstoles están dormidos ante el Señor transfigurado. Pero, en medio de esa santidad, solo quieren disfrutar al modo humano. Ven la gloria pero ellos solo buscan una satisfacción inmediata. No son del todo conscientes de lo que allí está ocurriendo. Pero, Dios viene en su ayuda. Su presencia les cubre y se oye su voz: Es el Hijo quien nos habla de parte de mí. Dejaros amar por él, para que vuestra vida sea transformada. Y en ese momento, todo vuelve a la normalidad. Bajan del monte para seguir camino de Jerusalén a padecer, morir y luego resucitar.
En este sentido, lo mismo que los discípulos nosotros somos invitados a entrar en este acontecimiento de gracia. En medio de la debilidad de la vida, el Señor viene a transformarnos en él. Jesús quiere que nuestra vida manifieste la gloria de Dios. Cuando sufrimos, lo pasamos mal, el Señor viene a recordarnos que él el Hijo de Dios que se quiere manifestar en nuestra existencia con fuerza y santidad. Cuando sufro, recibo humillación, siento el cansancio o el dolor, Jesús me dice: Yo me transfigurado para que sepas que no estás solo porque mi gloria te acompaña. Jesús viene a ti y a mí, para decirnos que él es el Hijo amado de Dios, en quien podemos poner la confianza.
En el cansancio y el agotamiento diario ya no estás solo, porque el Hijo de Dios se ha transfigurado para que puedas sentirte apoyado en él, para que tu dolor tenga un sentido, para que en esta vida puedas vivir de la gloria de Dios. Muchas veces no lo entenderás, te dormirás o no serás consciente de ello. Pero, Jesús te dice: No temas yo estoy ahí. Yo tengo esa mirada de amor nueva para ti. Yo hoy te hago nuevo.
Belén Sotos Rodríguez