Religión en Libertad

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Dios

Tengo urgencia. Una tremenda necesidad de verte.

Dicen cosas. Dicen que eres un absurdo o que no eres en absoluto.

Que vas de aquí para allá, sin norte, pregonando la ciencia-ficción

de la teología y de la otra mejilla. Desquiciado

de amor en plan ente masoquista. Dicen. Crucificado.

No puede ser un Dios tan impertinente. Raro

hasta la médula de la historia o del chiste laicista.

Dicen que no eres nada. Nadie. Apenas un deseo

abstracto, una chifladura inexistente.

Dicen que no dicen nada. Porque el caso

es que yo tengo verdadera urgencia de verte.

Que digan. Dime. Dame un reojo de tu mirada.

Ven. Voy. Vienes. Lo sabes. Corren rumores,

pero es cierto: sin ti no valgo una mierda metafísica.

Me confieso millones de veces al día. Y te desprecio

a la vuelta de la esquina. En cualquier fantasía. Y me resucitas

con tu cuerpo, sin dar crédito a los humores de mi vida.

Como nuevo. Tu sangre es un buen detergente. Una vitamina

tan colosal que no me reconocen ni los mismos demonios.

Pero dura poco la eternidad. En mí no dura

ni un ápice de algo. Nada. Soy una intermitencia

que pierde la gracia de tu rostro a cambio de sombras.

Soy el cuerpo del delito y soy el principal sospechoso de tu agonía.

Sin rodeos. Aquí me tienes. Postrado en el silencio de mis palabras.

Peco. Pequé contra el cielo y contra ti, y derrocho el amor entre los cerdos.

Espera. Quiero verte. No me dejes. Deja que el poema se arrodille

justo aquí, en este verso que te adora y canta con tan poca destreza su fe.

Y absuelve, oh Dios, mis sueños de la tristeza.



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