Religión en Libertad

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Arriba con él. Venga, ya. ¡Arriba,

hacia lo más alto! Por encima del fango

y del desánimo y del desamor. ¡Arriba, arriba!

El corazón necesita espiritualizarse, oxigenarse

en Dios. No hay debilidad que valga.

Es la palabra de Cristo. Hay que ponerse en camino

hacia el Padre. Regresar, progresar, auparse.

¡Levantemos el corazón! A la altura

del cielo. Pedir ayuda, pronunciar el perdón.

“Perdóname Padre”. Estamos dispuestos. Estoy

preparado. (¿Lo estás?). Para seguirte. Para escucharte.

Para quedarme al pie de la misa y comulgar tu redención.

Y salir a las calles siendo Cristo, no tú, ni yo.

Ayúdame Señor, tengo frecuentes infartos

en el alma, por falta de oración, y de decisión.

Dejo que la piedad se me escabulla,

y no vibro, y todo se me hace oscuro

y cada vez más triste. Y lloro.

¡Levantemos el corazón! Señor mío,

toma mi corazón -nuestro corazón- y amásalo

con tu sangre, que adquiera la sustancia de tu santidad.

Porque sólo tú eres la santidad y la felicidad y la esperanza.

Que lata en mi corazón -en nuestro corazón- tu latido

de Amor. ¡Levántanos el corazón! Impúlsalo,

otórgale el sentido de la divina ternura

que murió en la Cruz y resucita cada día en nuestra piel.

El corazón, el corazón. Tu corazón

que sólo puede vivir de caricias y de dulzura.

Mi corazón que busca el latido del amor de Dios.

“El cielo que me tienes prometido”.

¡Qué tormento es la vida cuando no hay ternura

y no se levanta el corazón a Cristo, con Cristo!

Creemos vida cualquier escapatoria.

Dicen que es amor cualquier escoria.

Ni fuerzas quedan para recobrar el ritmo

de la piedad, de ese don que es lágrima y es luz.

Levantemos el corazón. Con decisión,

con voluntad de contemplativos.

El vivir se hace duro

cuanto más duro se hace el corazón.

Y pesa bajo el peso de tanto egoísmo y cobardía.

¿Dónde está la plegaria

que debiera ser nuestra vida?

¿Dónde el incendio

de ese fuego que propaga el amor?

¿Para que sirve un corazón

que no está enamorado de otro corazón?

¡Levantemos el corazón! ¡Levantemos el amor!

¡Levantemos el cuerpo de Cristo! Y el nuestro,

desnudo... Más alto, más arriba.

Que se vea, que nos vean. Que vean al Hijo de Dios.

No podemos estar más tiempo tumbados,

escondidos, arrumbados, sesteando en la tibieza

crónica de una vida supuestamente viva.

¡Levantémonos! Desperecemos nuestra vida.

Consideremos nuestra alma aterida,

curemos las heridas y esperemos las caricias

de la misericordia donde se funda la creación.

¡Cómo fosforece en Dios nuestra vida! Sólo así

nuestro corazón recobrará el aliento, y su gallardía.

Con devoción y humildad y pasión y desenvoltura.

Y volverá el amor a tu deseo. Y la poesía

se hará de nuevo carne en tu carne

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