Religión en Libertad

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Hace tiempo que me propongo mirar a los demás con los ojos

del Señor. Al principio, me costaba un poco, lo reconozco, pero, como

todo, es cuestión de amor y de empeño. Lo mejor es pedirle a Jesús que nos

vacíe de nosotros mismos y nos llene de Él, que haga de nuestros ojos los

suyos, y que nos enseñe a mirar como Él lo hace.

Porque la mirada

del Señor es espectacular, fascinante. Yo sé cómo me mira, conozco bien la

caricia al alma que esa mirada supone. Y, aunque he tardado tiempo en

creérmelo, sé que se fija muchísimo más en mis cualidades que en mis defectos,

en lo bueno que en lo malo. De hecho, yo siento a menudo que dichos defectos le

producen una enorme ternura, y que no es raro que se ría con misericordia de

mis errores. Me mira con inmenso cariño, como cualquier buen padre lo hace con

sus hijos, como un hermano mayor pendiente del pequeño de la familia, como ese

Amigo fiel, siempre amoroso, comprensivo y leal. Sí, yo noto las caricias de su

Mirada, y si no fuera por ella me tendría por un ser humano inútil y de ningún

valor. (Cuando olvido cómo me mira, es así como me siento).

En realidad, basta

con observar cómo miramos a quienes amamos de verdad. Les queremos tal y como

son. No esperamos que cambien, aceptamos sus limitaciones (aunque a veces nos

incordien) porque sabemos que también éstas les definen. No nos cuesta perdonar

(y aunque nos cueste, en algún momento terminamos haciéndolo) porque sabemos y

comprendemos.


Ahora pienso en el

Señor. Él, que es AMOR, que lo sabe todo de nosotros, y por lo tanto, todo lo

comprende, ¿cómo va a mirarnos si no es con un inmenso amor? Pero claro,

querido lector, yo no lo sé todo de ti, y tú apenas sabes nada de mí. Entonces,

¿cómo mirarte con Sus ojos? No creo yo que sea tan difícil, y de hecho no lo

es. Se trata de mirar a la persona que tenemos delante como si fuera uno mismo.

Porque todos, hombres y mujeres, estamos llenos de limitaciones.

Soy consciente de mi pequeñez y de mi fragilidad. También,

lector, de tu pequeñez y de tu fragilidad. Ese descubrimiento cambió mi mirada.

No se me olvida pedirle al Padre que me permita ver a través de Sus ojos, sobre

todo cuando alguien me produce una especial animadversión. No falla. Siempre

consigo ver más allá y, aunque me cueste, termino por mirar a esa persona de

forma más amorosa. Cuando no lo consigo, sé que el problema es mío y no del

otro. Entonces, me observo, me analizo, hasta encontrar la causa que me impide

mirar con ojos limpios. Lo importante es la actitud.

Querido lector, miremos a los demás con esa mirada divina,

pidámosle a Jesús que nos permita ver, como Él, a esa persona que tanto

rechazo o antipatía nos produce. Practiquemos pues esa mirada. Él nos ayudará.

Siempre lo hace.

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